El castillo se preparaba para la boda con una mezcla de tensión y resignación. Iris, en sus aposentos, era bañada por sus damas de compañía. Gritaba y se retorcía, negándose a ser vestida con el lujoso vestido de novia que había sido escogido para ella.
—¡No! ¡No me casaré con ese hombre! ¡Quiero a Darius! —lloraba Iris, sus ojos azules inyectados en sangre.
Pero sus protestas caían en oídos sordos. Las damas, aunque compadecían su dolor, tenían órdenes estrictas de Darius. La obligaron a ponerse el vestido, a arreglar su cabello rubio, a prepararse para el destino que el rey había dictado.
Mientras tanto, Thalrik, enterado de la inminente boda, buscaba a Darius con una furia que igualaba la de su hija. Encontró la puerta del despacho cerrada, pero no se detuvo. La abrió de golpe, irrumpiendo en la habitación sin anunciarse.
Darius, sentado en su escritorio, levantó la vista con una expresión de frialdad y desdén.
—¿Qué quieres, Thalrik? —preguntó Darius, su voz glacial.
—¡No permitiré que cases a mi hija con ese... ese Delta! —rugió Thalrik, su rostro congestionado por la ira—. ¡Iris es una princesa! ¡Merece un rey, no un simple lobo!
Darius se levantó lentamente, su imponente figura dominando al antiguo rey.
—En mi reino, Thalrik, Iris no es ninguna princesa —dijo Darius, su voz baja y peligrosa—. Es solo una loba, como cualquier otra. Y yo soy el rey. Se hará lo que yo diga.
Thalrik apretó los puños, pero el temor brilló en sus ojos. Sabía del poder de Darius, de la violencia que había desatado la noche anterior.
—Si tienes alguna objeción —continuó Darius, su mirada dorada fija en la de Thalrik—, no tengo ningún problema en adornar la entrada de Xanthos con tu cabeza.
Thalrik tragó saliva, su orgullo herido, pero su instinto de supervivencia más fuerte. Sin decir una palabra más, se giró y salió del despacho, con la amenaza de Darius resonando en sus oídos.
Desesperado, Thalrik buscó a Lyanna. Sabía que ella siempre había sido una hija obediente, que siempre había cumplido sus deseos. Abrió la puerta de los aposentos de Lyanna sin siquiera llamar, interrumpiendo una conversación entre la reina y la cocinera, que revisaban el menú de la cena.
Lyanna levantó la vista, sorprendida por la irrupción de su padre. Se puso de pie de inmediato, mostrando el respeto debido a su progenitor.
—Padre —dijo Lyanna, su voz suave—. ¿Qué sucede?
"Los guardias lo dejaron entrar... Eso significa que Darius confía en mí. Quizás pueda buscar a madre y abrazarla" —pensó Lyanna.
Una sonrisa cálida iluminó su rostro, pero se desvaneció al ver la frialdad en la mirada de Thalrik.
—¡Debes detener a ese sanguinario de tu marido! —gritó Thalrik, su voz áspera y demandante—. Pretende casar a tu hermana con un Delta, un simple lobo sin linaje.
Lyanna dio un paso hacia atrás, su sorpresa convirtiéndose en decepción.
—¿Y qué quieres que haga yo, padre? —preguntó Lyanna, su voz ahora fría y distante—. Darius es el rey. Él toma las decisiones.
—¡Habla con él! —exigió Thalrik, ignorando su tono—. Detén esa boda. Si tanto quiere una alianza, que case a Iris con Adrian. Después de todo, ellos se han amado toda la vida.
Las palabras de Thalrik golpearon a Lyanna como una bofetada. Se dio cuenta de que su padre siempre había sabido de la infidelidad de Adrian con Iris, que había tolerado su relación. La amargura la invadió.
—No hablaré con Darius, padre —dijo Lyanna con sequedad—. Mi esposo sabe lo que es mejor para el reino.
Thalrik avanzó hacia ella, su rostro enrojecido por la furia.
—¡Eres mi hija! ¡Debes obedecerme!
Levantó la mano para abofetearla, pero antes de que pudiera tocarla, un guardia que había estado en silencio en la esquina de la habitación sujetó su brazo con fuerza.
—El rey me ha ordenado que no permita que nadie lastime a la reina —dijo el guardia, su voz firme.
Lyanna miró al guardia con gratitud y luego se volvió hacia su padre, su mirada llena de una tristeza profunda.
—Acompañen al antiguo rey a sus aposentos —ordenó Lyanna, su voz ahora cargada de una autoridad que nunca había mostrado antes—. Puede salir después de la boda. Pero no tiene permitido estar presente.
Thalrik miró a su hija con incredulidad.
—¡Soy tu padre! ¡Tengo derecho a entregar a mi hija!
Lyanna negó con la cabeza, su rostro sereno, pero implacable.
—Perdiste ese derecho, padre —dijo Lyanna, su voz suave, pero firme—, cuando intentaste oponerte a un matrimonio que era una alianza de paz.
Observó cómo el guardia escoltaba a Thalrik fuera de la habitación, su figura encorvada por la derrota.
Sintió una punzada de dolor al ver la decepción en sus ojos, pero se recordó a sí misma que ya no permitiría que su padre la hiriera con su indiferencia. Había tomado una decisión, y no daría marcha atrás.