El Dominio de Darius

Capítulo 26: Sospechas y Recuerdos

En las quietas horas de la noche, cuando la luna menguante apenas iluminaba sus aposentos, Darius se revolvía en la cama, atrapado en la telaraña de sus sueños. No eran los sueños turbulentos y llenos de furia que lo habían atormentado durante años, sino imágenes fragmentadas, destellos fugaces de la noche en que su padre había sido brutalmente asesinado. Un detalle comenzaba a emerger con insistencia entre las sombras oníricas: una cicatriz distintiva, una marca irregular que cruzaba la mejilla de un lobo imponente, justo debajo del ojo izquierdo.

Despertaba con el corazón latiéndole con fuerza, el cuerpo cubierto de un sudor frío, la boca seca. La imagen fugaz de esa cicatriz se grababa en su mente, un rasguño profundo en la memoria que se resistía a ser completamente recordado. A veces, creía evocar la silueta de un lobo inmenso, el portador de esa marca, pero los detalles se desvanecían como humo antes de que pudiera aferrarse a ellos.

Lyanna, su esposa, notaba su creciente agitación. Sus ojos azules, observadores y perspicaces, registraban las noches de insomnio, la tensión en su mandíbula, el ensimismamiento que lo envolvía durante el día. Se acercaba a él con una cautela amorosa, intentando romper el muro de silencio que Darius había levantado a su alrededor.

—Darius —susurraba Lyanna, acariciando su cabello oscuro mientras él permanecía absorto en sus pensamientos—. ¿Qué te atormenta, mi rey?

Darius suspiraba, apartando la mirada de los jardines invernales que se extendían más allá de sus ventanas.

—Son solo... recuerdos, Lyanna —respondía con voz grave, sin querer revelar la fragilidad que aún sentía ante la pérdida de su padre—. Fragmentos del pasado que a veces resurgen.

Pero en sus ojos dorados, Lyanna veía la lucha interna, la búsqueda de algo elusivo que lo mantenía prisionero. No insistía, sabiendo que Darius compartiría sus cargas cuando estuviera listo. Sin embargo, no dejaba de observarlo, su preocupación creciendo con cada noche inquieta.

En medio de esta turbulencia personal, una nueva tensión política se cernía sobre Luna Plateada. Un conflicto fronterizo con una pequeña manada vecina amenazaba con escalar, exigiendo la atención de Darius y sus consejeros. Se trataba de una disputa por tierras de caza, un asunto relativamente menor, pero que requería una respuesta firme para evitar mostrar debilidad. Darius se sumergió en la estrategia y la diplomacia, buscando una solución pacífica, aunque en su mente, la sombra del pasado seguía danzando, la imagen de esa cicatriz peculiar volviendo a atormentarlo en los momentos de quietud. Sin que él lo supiera conscientemente, la tensión en la frontera y los fantasmas de su memoria comenzaban a entrelazarse sutilmente, guiándolo, paso a paso, hacia la verdad largamente oculta.

*****

Una mañana gélida, con la escarcha cubriendo los tejados de Xanthos, Darius convocó a Kael a su despacho. La tensión del conflicto fronterizo aún se sentía en el aire, pero la agitación interna del rey era ahora más apremiante.

—Kael —comenzó Darius, su voz grave y pensativa mientras caminaba de un lado a otro frente a la ventana—, he estado teniendo... recuerdos. Fragmentos de la noche en que mi padre murió.

Kael, siempre atento y leal, dejó los pergaminos que estaba revisando y se centró en su Alfa.

—¿Recuerdos claros, mi rey? ¿Algún detalle que antes se hubiera perdido?

Darius se detuvo, su mirada dorada fija en la lejanía.

—Una cicatriz. La vi en un lobo. Una marca irregular, justo debajo del ojo izquierdo. Era... imponente.

Kael frunció el ceño, tratando de recordar a algún lobo con esa descripción de los clanes aliados o enemigos de la época.

—¿Recuerda el pelaje, mi rey? ¿Algún otro rasgo distintivo?

—No... solo la cicatriz. Era profunda, como si una garra lo hubiera marcado. Kael, necesito que investigues. Discretamente. Quiero saber si algún alfa conocido tenía una cicatriz así en los años previos a la muerte de mi padre.

Kael asintió con determinación.

—Lo haré, mi rey. Buscaré entre los registros, hablaré con los ancianos de la manada, con aquellos que recuerdan las alianzas y las rivalidades de antaño. No dejaré piedra sin remover.

Los días siguientes transcurrieron en una tensa espera. Kael se movió con la discreción de una sombra, sondeando recuerdos ajenos, buscando cualquier hilo que pudiera conducir a la identidad del lobo marcado. Mientras tanto, Darius intentaba concentrarse en la disputa fronteriza, pero la imagen de la cicatriz lo perseguía, interrumpiendo sus pensamientos y alimentando una creciente impaciencia.

Fue durante una conversación con un viejo sanador de la manada, un lobo anciano con una memoria sorprendente, que Kael encontró la pieza que faltaba.

—¿Una cicatriz bajo el ojo izquierdo, dices? Irregular, como la marca de una pelea... —murmuró el anciano, con sus ojos nublados fijos en el pasado—. Recuerdo a un alfa Velkan con una marca así. Un lobo ambicioso, de pelaje oscuro... Valerius. Sí, Valerius llevaba esa cicatriz desde una disputa territorial muchos años atrás.

La mención del nombre resonó en la mente de Kael como un trueno. Valerius. El alfa de los Velkan, el padre de Adrian. Un rival conocido del padre de Darius.




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