El don de Flora (editando)

9.La unica salida.

Daelyn

¿Cuándo fue la última vez que corrí?

Creo que fue cuando era niña, antes de que me adoptaran mis padres, los reyes. Recuerdo que solo lo hacía cuando jugaba con los niños que vivían cerca de mi hogar. Aquellos momentos los recuerdo con mucho amor.

Luego lo hice después de que mis verdaderos padres murieron: corría después de robar comida junto con un niño para sobrevivir.

Y, después de mucho tiempo, lo vuelvo a hacer, pero esta vez para detener a Remigio, para que no diga nada de lo sucedido en mis aposentos.

¿Cómo me siento ahora?

Molesta.

Con mis padres, por decidir con quién tengo que casarme. Mi sueño es casarme con el hombre que amo y que él también me ame, tener hijos y envejecer juntos.

Con Crystal, que insiste en que tengo que casarme con el príncipe Remigio porque, según ella, me conviene. Y también, aunque me duela, porque no me considera su hermana. Lo acepto: a partir de ahora yo tampoco la consideraré mi hermana de corazón.

Con la maldición. No entiendo por qué me está pasando esto. ¡¿Por qué?! ¿Por qué tuvo que manifestarse delante de Remigio y Kalel?

Kalel… eres valiente cuando se trata de batallas y de protegerme, pero no lo eres cuando se trata de emociones. De verdad, quería conversar contigo y confesarte mis sentimientos, ya fueran correspondidos o no.

Remigio… contigo estoy enojada por no aceptar que no quiero casarme contigo.

Ya no puedo más. No quiero estar aquí.

Pero no tengo a dónde ir…

El Reino Esmeralda.

—No puedo creer que esté pensando en ir al Reino Esmeralda —me río y dejo de correr.

Miro mis pies descalzos. No me acuerdo en qué momento me quité los zapatos. Los recuerdos vuelven a mí de nuevo: cuando corría lo hacía descalza. Supongo que esto es una señal de que debo recordar de dónde vengo.

Ya sé lo que haré: primero iré al Reino Esmeralda y luego dejaré al destino que decida.

Asiento con la cabeza varias veces, afirmando la decisión que tomé…

Observo a Remigio, que está por entrar a los aposentos del rey. Acelero mis pasos y llego a la puerta. Hay dos guardias en la entrada.

—Díganle al rey que quiero verlo —ordeno.

—El rey está ocupado, princesa Daelyn —dice el de la derecha.

—El rey no está ocupado cuando se trata de mí. Deberían saberlo —respondo enojada.

Los guardias se miran entre sí y el de la derecha vuelve a hablar:

—Por supuesto, princesa Daelyn, voy a avisar al rey —entra a los aposentos.

Estoy nerviosa, pero ya no hay marcha atrás. Tenía pensado mantener en secreto esta maldición, pero ahora que Remigio y Kalel lo saben, no tengo opción: debo ir al Reino Esmeralda. Espero encontrar respuestas sobre mi maldición.

Pero ¿cómo puedo saber si lo que dice la carta es cierto? Tengo hasta mañana para buscar información en la biblioteca.

—Princesa Daelyn, puede pasar.

Entro y veo a mi padre sentado en el sofá; frente a él está Remigio. El rey se pone de pie y, con gesto de precaución, se acerca a mí.

—Mi princesa dorada, ¿qué te sucedió? ¿Por qué estás descalza?

No le respondo. Solo lo abrazo. Miro a Remigio sentado y él también me mira con una sonrisa. Se pone de pie.

—Princesa, no tenía que venir aquí. Quiero ser yo quien le diga la noticia.

—¿Es sobre el compromiso? —pregunta mi padre después de dejar de abrazarme.

—Sí, padre. Estaba indecisa sobre el compromiso, pero hoy hablé con el príncipe y ya lo decidí.

Con una sonrisa, mi padre me pregunta cuál es mi decisión.

—Acepto casarme —finjo una sonrisa—. Príncipe Remigio, ya se lo dije antes y lo vuelvo a decir ahora: acepto casarme con usted. Sin embargo, solicito que en dos días sea el compromiso.

De nuevo en mis aposentos, me acerco al balcón y observo la luna. Los truenos ya pararon. Es algo raro escucharlos en el reino: creí que yo los provocaba, pero me di cuenta de que no; mi maldición solo está relacionada con la naturaleza.

Tengo dos días para armar mi plan.

Los pétalos de rosas caen de nuevo como lluvia en el jardín. Sonrío, pero por dentro estoy triste.

—Es la única salida —me repito a mí misma varias veces




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