El don de Flora (editando)

22. Solo están ellos

Crystal

En mi reino existe una ley: si el primer hijo del rey nace mujer, será la princesa heredera. Pero si después el rey llegara a tener un varón, él pasará a ser el príncipe heredero y la primera hija solo llevará el título de princesa.

Solo pido a los dioses que sea mujer. Desde niña me he preparado para ser la perfecta futura reina y el bebé de la reina no será un obstáculo en mi destino. Tendré que idear un plan.

Siento la mirada de mi dama sobre mí, esperando que diga algo o, al menos, ver una reacción.

—Prepárame el baño.

—Sí, princesa —asiente y se retira.

Tengo muchas cosas que pensar: primero, la noticia sobre la princesa Daelyn; segundo, que mi prometido ama a otra; y tercero… voy a tener un… ¿una hermana? Hermana. Mi verdadera hermana, Oni. Hace mucho tiempo que no pienso en ella; si estuviera viva ya tendría diecinueve años. Creo que la extraño… me hace falta su presencia.

Dos hermanas ya no están y otra viene en camino. Diría que fue un gusto conocer a Daelyn, pero la verdad es que no. Una plebeya como ella no merecía estar en la realeza. Quise que aceptara casarse con ese príncipe para no verla más, y también porque habrá guerra cuando sea reina y ella no serviría ni siquiera como carnada.

—Princesa, su baño está listo.

—Puedes retirarte.

Camino hacia el baño. Al llegar me quito la ropa, quedando completamente desnuda. Mi cabello, tan largo que llega casi a la cintura, debería cortarlo un poco. Entro a la bañera y dejo que el agua tibia relaje mi cuerpo. Mientras cierro los ojos me hago una pregunta:
¿Podré amar a alguien así como Pedro ama a Rani?

—¿Este vestido lo eligió el príncipe para usted? —pregunta Hadrianus.

—Sí —respondo.

—Es… bonito —miente.

—Se verá hermoso cuando yo lo use. Puedo vestirme con ropa de plebeyos e igual me veré hermosa —digo con orgullo.

—Usted se verá hermosa con todo lo que se ponga, princesa Daelyn —comenta mi dama.

El vestido es hermoso para otras damas, pero para mí no. Siempre suelo usar vestidos de tonos oscuros porque me hacen sentir superior. Sin embargo, hoy el príncipe me entregó un vestido color rosa con tonalidades blancas y joyas de plata.

Tocan la puerta y mi dama la abre. Entra el príncipe y me observa con aprobación. Él usa un traje blanco con detalles dorados. Debo admitir que se ve apuesto: su piel bronceada y su cabello ondulado combinan a la perfección con lo que lleva puesto.

—¿Vamos? —extiende su mano hacia mí.

La tomo y salimos juntos de la habitación. Caminamos por un pasillo tan largo como el silencio entre ambos. No quiero hablar porque no tengo nada que decir. Bajamos las escaleras hasta llegar a donde esperan dos soldados.

—Invité a Rani.

—¿Invitaste a tu amante? —pregunto molesta.

—No la llames así. Tú y yo no estamos casados.

—Mínimo me debes respeto —suelto su mano—. Además, ¿cómo vas a invitarla? Solo la gente importante puede entrar.

—Sí la dejarán entrar. Las invitaciones tienen sello real, y la suya también.

No sé qué pensar. ¿Por qué siento que soy la villana en su historia de amor? Yo solo cumplo con mi deber… Quisiera salir de aquí y cancelar el matrimonio, pero no puedo contradecir las órdenes del rey.

Pedro toma de nuevo mi mano y bajamos las escaleras. Observo a muchas personas desconocidas, mi ánimo decae. El príncipe me presenta a varios invitados, todos saludos y reverencias. Yo solo me limito a sonreír; no hablo su idioma.

Al llegar el momento del baile, el príncipe y yo damos inicio con la primera danza. La música me tranquiliza y, por un momento, bailo sin tanta tensión. Después de que la melodía termina, el rey me invita a bailar y acepto.

—¿Bailarías conmigo, Pedro? —esa voz femenina retumba en el salón.

Volteo y no necesito preguntar: es Rani. Su mirada se cruza con la de Pedro y ambos sonríen. Se miran como si fueran los únicos en el salón, como si los invitados… y yo… no existiéramos.




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