El don de Flora (editando)

Extra 3: Castigo de Crystal.

Crystal

De toda la familia real, soy la única a la que le gustan los animales felinos. Me encantaban demasiado porque son feroces, valientes y veloces. Sentía una conexión muy especial con ellos.

Cuando tenía once años vi por primera vez a un pequeño león. Deseaba llevarlo al castillo a escondidas, pero cuando la reina me descubrió no me lo permitió y mandó a quitármelo. Lloré tanto que terminé deprimida. Creo que esa fue la primera vez que me enojé con la reina.

—Los leones no son mascotas, Crystal —mi padre acariciaba mi cabeza. Llevaba dos días sin comer y él mismo venía personalmente a traerme comida.

—¿No? —pregunté sin dejar de llorar.

—No, porque ellos deben vivir en un lugar grande para poder jugar con sus amigos leones —su voz era suave y calmada cuando me hablaba.

—¿Y… puedo ir a jugar con el pequeño león? —padre se quedó pensando.

—¡Sí! Pero no por ahora, porque primero debes alimentarte para tener energía para jugar con los leones.

De pronto me sentí un poco mejor y dejé de llorar. Agarré la manzana y la mordí. Vi el rostro de felicidad de mi padre y sonreí.

—¿Dónde está el león? Quiero visitarlo.

—En Herbazales. Come el pan y bebe tu jugo. —Asentí con la cabeza.

—¿Por qué el rey no ordena cancelar su castigo? —Leela estaba enojada, parecía como si a ella la hubieran castigado y no a mí.

—No tengo idea —respondí relajada, mientras seguía leyendo la carta del doctor Claudius. Todos los días me escribe sobre el estado del felino, y todo va bien.

—Es injusto, princesa Crystal. Es cierto que casi le corta el cuello… —interrumpió mi lectura.

—¿Quién te contó…? Ah… fue Hadrianus.

—¿Quiere que le cuente de su parte al rey lo que vimos en las montañas? —me entregó una taza de té.

—El rey ya debe saberlo todo en este momento. Hadrianus debió informar a mi padre, y él sabrá qué hacer con ese asunto. —Terminé de leer mi carta y la guardé.

Y así fue como pasé mi última semana encerrada en mis aposentos: ensayando bailes bajo la instrucción de la dama Ría Dans y decidiendo si viajaba o no al Reino Lira para conocer personalmente a mi futuro esposo.

Este capítulo está dedicado a mi gatita, que en paz descanse. La extrañaré mucho. Aún me duele su partida, pero sé que debo ser fuerte. Aun así, me permito llorar cuando veo su cama, su ropa y sus fotos. Supongo que es parte del proceso, y que está bien sentirme así, sin avergonzarme cuando otros se ríen de mí por llorar por ella




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