Crystal
—Oh, no sabe cuánto me gustaría que conociera mi reino, pero creo que no es un buen momento. No sé si usted está al tanto… la princesa Daelyn está desaparecida y…
—¿Quién es la princesa Daelyn? No escuché sobre ella.
No quiero hablar de ella. Su desaparición me deja dividida. Por un lado, me alegra porque ya no la veré; por otro, una parte de mí —pequeña, casi inexistente— está preocupada.
—¿Crystal? ¿Me escuchas? —suspiro.
—La princesa Daelyn es… mi hermana… no. Es la hija adoptiva de la reina.
Él coloca el codo sobre la mesa y apoya la barbilla en la palma de su mano. Me observa con curiosidad, como si intentara leerme. Debo cambiar de tema.
—Baila muy bien, príncipe. También su prima. —Ahora soy yo quien lo mira fijamente cuando él aparta la vista—. ¿Es su prima o su amante? —lo presiono para que hable.
No soy ciega. Vi cómo se miraban. Que él desvíe la mirada solo confirma que el rey me mintió. Me siento humillada. Desde que vine aquí, he pasado malos momentos por culpa de mi futuro esposo. En la fiesta, quizá, todos los invitados sabían quién era ella.
¡¿Por qué la dejaron entrar?! ¡Se supone que yo soy su futura esposa! ¡Me debe respeto!
—Puedo explicarlo… —lo interrumpo.
—Nuestros padres decidieron nuestro matrimonio y nosotros obedecemos, nos guste o no. —Siento mi respiración agitada—. Te dije que terminaras tu relación con ella y tú… ¡la traes a la fiesta! ¡Y bailaste con ella delante de todos! ¡Yo soy tu futura esposa! —me señalo— ¡Me debes respeto a mí!
Quiero llorar del coraje, pero no debo. No lloré cuando la reina trajo a Daelyn y le dio todo su amor a ella y no a mi hermana ni a mí. No lo haré por él.
No. debo. mostrar. debilidad.
Sin embargo, él rompe mi escudo. Ahora me encuentro tirando al suelo mantas, toallas, almohadas… cualquier cosa que no haga ruido al caer.
—Tranquilízate. —me sujeta de los hombros— Crystal…
—¿Qué?
—Yo no la invité —repite—. Ella vino porque trabaja como dama de compañía de la reina en este palacio.
Eso significa que, mientras yo estoy ocupada en mis asuntos, él siempre se ve con ella aquí.
—Yo… no me quiero casar contigo.
—¿Qué? No puedes hacer esto —dice nervioso. Sus nervios se deben a que su reino quedará desprotegido sin la ayuda del mío—. Terminé con ella y no la invité al baile —su agarre es mucho más fuerte y me duele—. ¿Acaso no me escuchaste?
—Te estoy dando la libertad de ser feliz con la mujer que amas. En fin, ahora suéltame o llamaré a mi caballero y no dudará ni un segundo en derribar esa puerta.
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Editado: 12.08.2025