Obedece lo que digo y se va, cerrando la puerta con fuerza.
Yo me quedo quieta, haciendo lo imposible para que mis lágrimas no salgan. Respiro varias veces hasta tranquilizarme. Alguien toca la puerta.
—Princesa, soy yo —es Hadrianus—. Tengo que entregarle algo, es urgente, por favor.
Observo mi habitación y todo el desorden que hice por mi enojo. No me parece buena idea que vea esto… pero ¿por qué no quiero que lo vea? ¿Por qué siento la necesidad de ocultárselo?
—¿Princesa? —Si no digo algo es capaz de abrir la puerta sin mi permiso.
Respiro hondo y cambio mi expresión de tristeza por una inexpresiva.
—De acuerdo, puedes pasar.
Desde que abre la puerta siento mi corazón latir rápido. Cada paso que da me pone más nerviosa. No quiero que descubra lo que pasó entre el príncipe Pedro y yo. Hadrianus mira mi habitación y luego me mira a mí. Trago saliva.
—Mi lady, ¿qué sucedió aquí? Parece como si un remolino le hubiera visitado —se ríe.
Yo finjo reírme. Me alivia pensar que él cree eso. Dejo de reír cuando recuerdo que debo mantenerme seria.
—Estaba buscando mi collar favorito. Me asusté cuando no lo encontraba y… esto pasó —señalo el desorden.
Él alza ambas cejas, sorprendido por mis acciones.
—¿Desde cuándo me da explicaciones?
No dejo que esa pregunta me afecte. Debo cambiar de tema.
—¿Qué es eso tan importante que debes entregarme?
Hadrianus me muestra la carta que tiene en su mano. Su expresión cambia a tristeza. Tengo un mal presentimiento.
—Claudius me escribió una carta diciéndome… ¿por qué no se sienta primero?
—¿Qué te dijo?
Su rostro cambia de expresión a cada segundo y eso me inquieta. Con delicadeza toma mi mano y me guía hasta la cama. Por primera vez lo obedezco sin decir nada.
—Me dijo que nuestro rey… lo han envenenado. Solo queda rezar por él.
Y es ahí cuando mis lágrimas, que con tanto esfuerzo logré contener, cayeron por mis mejillas. En estos momentos, cuando me siento indefensa, es cuando más lo necesito a él… a mi padre. Y ya no lo veré jamás.
Hadrianus intenta abrazarme, pero lo aparto. No quiero su lástima ni su compasión. Me levanto de la cama para irme y llegar a mi reino, pero Hadrianus me lo impide cuando se interpone entre la puerta y yo.
—¡Retírate o te envío a la horca! —grito, enojada.
Él también tiene los ojos rojos. ¿Por qué llora? Si soy yo quien acaba de perder a alguien.
—Claudius me dio esta carta, es del rey para usted —me la entrega.
Necesito leerla sola. Camino hasta el baño; soy consciente de que Hadrianus no se va a retirar de la puerta. Abro con cuidado la carta. Es el último objeto que tendré de él.
Crystal, te extraño demasiado, hija mía. Nunca te lo dije, pero ¿sabes por qué te puse el nombre de Crystal? Porque es brillante, hermoso y valioso. Siempre serás mi orgullo, así que no me decepciones. Por eso quiero que te cases con el príncipe Pedro: estoy seguro de que él te dará la felicidad que tanto necesitas. Lamento no ser yo quien te la dé.
Padre, si supieras que él no me da esa felicidad desde que estoy aquí…
Sé que él estará a tu lado cuando yo no esté. Por eso te pido que me jures que te casarás con él. Tomé esta decisión de irme de aquí porque no he sido un buen rey; por mi depresión he descuidado mis deberes, y además, mis dos hijas desaparecieron y solo me quedas tú y el bebé que espera tu madre. Cuando leas esta carta significa que ya eres la reina. Solo te pido que seas mejor que yo.
P.D.: No le digas a tu madre que tomé la decisión de quitarme la vida. No sería bueno por su embarazo.
Te amo, querida hija.
Cierro los ojos. Las lágrimas caen sobre el papel. Sus palabras me atraviesan como un puñal.
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Editado: 12.08.2025