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—El Sr. Knaggs está aquí —anunció Oswald.
Jerome miró su reloj de bolsillo, eran las 9:00am, el detective sí que había sido puntual. Hizo a un lado los papeles que estaba revisando e indicó después:
—Hazlo pasar por favor.
El investigador entró apresurado cargando un maletín de piel maltratado y saludó a su contratante para luego tomar asiento.
—¿Le ofrezco algo? Por la hora supongo que habrá salido muy temprano de Londres.
—Gracias, así estoy bien.
—De acuerdo, Knaggs, no le demos más vueltas al asunto y finiquitemos esto —dijo al observar que traía prisa. No obstante, otro tema le daba vueltas en la cabeza.
—Así es, Sr. Bourke —se alegró al escuchar esas palabras.
—Aquí está lo que pactamos, ya lo tenía preparado —Extendió un sobre con el dinero—. Creo que encontrará todo en orden. Además, le hago extensiva mi gratitud con un buen bono por el detalle que tuvo con la niña.
Knaggs era desconfiado por naturaleza; pero podía ceder ante aquel recto hombre de negocios; además, eso implicaba también una muestra de respeto. Tomó el sobre abierto, algunos billetes de alta denominación se asomaban. Sus ojos se ensancharon al verlos. Lo guardó en su saco sin negarse a ocultar su felicidad.
Cuando el hombre consiguió lo que había venido a buscar, su tensión bajo a cero y se relajó hundiéndose en el asiento. Hubo unos segundos de silencio, como si uno esperara a que el otro hablara.
—… Pero no crea que he olvidado que la búsqueda sigue en pie —apuntó el detective.
—Así es, Knaggs —resopló mirando hacia abajo sabiendo lo complicada que era la odisea.
El investigador intentó acompañar el sentimiento de su cliente; mas no era su fuerte.
Jerome regresó a lo que ya se había logrado para darse fuerza:
—... Ha sido muy gratificante que haya logrado encontrar a mi hija. No me imagino lo que tuvo que hacer para tener éxito en medio de tanta desinformación.
<<Cierto, no se lo imagina>>, pensó Knaggs.
—Para serle franco, Sr. Bourke —alegó con sinceridad—, y aunque mi reputación me precede. Tengo que admitir que tuve un gran golpe de suerte, o quizás todo tenía que ser así, no lo sé; llámelo destino, si así lo prefiere... Después de años en blanco, uno encuentra la pista adecuada, a veces, donde menos se lo espera, y de la noche a la mañana consigue el objetivo. Así es el trabajo de la investigación privada.
—Creo que entiendo esa parte; aunque donde muchos ven suerte, uno ve trabajo. Yo ya había perdido toda esperanza.
—Pues, todo es cuestión de mantener los ojos y oídos permanentemente abiertos.
—... Bueno, agradezcamos a Dios que mi hija apareció. En cuanto a mi esposa…, ¿tiene noticias?
—Lamentablemente no —bajó la mirada decepcionado.
—Pero el hallazgo de Rachel nos ayuda en algo, ¿cierto?
—No en este caso, Sr. Bourke.
—Pero escaparon juntas de esta residencia...
—Así es —lo interrumpió pensando en cómo diría lo siguiente—...; sin embargo, en algún punto del camino se separaron...
Se observaron conociendo las terribles condiciones de la historia y sus probables consecuencias. La palabra la tenía el profesional:
—Sr. Bourke, tengo que ser honesto: Si nos enfocamos en la experiencia de Rachel como una base; ella fue víctima del hurto de sus pertenencias, y debo señalar que corrió con mucha suerte, muchos de los ladrones no se conforman sólo con eso; usted sabe a qué me refiero —Lo miró fijamente—. En cuanto a lo que ocurrió, mi teoría es: Que aprovecharon un descuido para llevarse a Rachel; la tomaron por la fuerza, aunque eso también implicaría el probable secuestro de su esposa; o que hubo algún distanciamiento entre ambas por alguna razón que todavía desconocemos...
Bourke se tomó la barbilla un momento, era como si el detective lo empujara a un callejón sin salida.
—Mi mujer nunca abandonaría a nuestra hija, eso téngalo por seguro.
—Eso, Sr. Bourke, es lo que me temo yo también —Lo observó con seriedad—... Debe estar preparado para lo peor.
—Lo peor, créame, es no saber qué le pasó.
—Estoy de acuerdo con usted, Sr. Bourke, seguiré las pistas entonces hasta que usted me indique lo contrario.
Jerome sabía, muy en su interior, que cualquier noticia que le trajera Knaggs no sería buena; sabía, que su esposa no se hubiera separado de la niña por ningún motivo, y eso aumentaba las probabilidades de que hubiera desaparecido; mas, él se empecinaba en mantener una leve esperanza.
Knaggs se encaminó entonces a la salida deteniéndose un poco en los escaloncillos. Su ánimo fue menguando con cada paso que daba en el crujir de aquel pasillo del estudio a la puerta principal. Giró varias veces su sombrero de bombín enfrascado en un trance de preocupación. ¿Sabía Bourke realmente lo que había al final del camino? Él sí lo sabía, su experiencia se lo gritaba.