El dragón defectuoso

7

Moviéndose por el camino, llegaron a Masirhil cerca del mediodía. Era una pequeña ciudad a orillas del río, de una belleza que dejaba sin aliento. Raynard se detuvo en la plaza, frente al templo, y saltó del caballo. Caminó con paso seguro hacia un carruaje, junto al cual, apoyado contra la carroza, estaba el cochero. Kairan asintió levemente.

— ¡Buenos días, buen hombre! ¿Nos llevaría hasta Varmaríe?

— Es bastante lejos. Normalmente solo hago viajes dentro de la ciudad —respondió el cochero con fingida indiferencia, aunque en sus ojos grises brilló la curiosidad.

Kairan sacó de su bolsillo una pequeña bolsa con monedas y se la arrojó al hombre.

— Supongo que una paga generosa podría hacerle cambiar de opinión.

El cochero desató el cordón y dejó caer las monedas sobre su palma. Con prisa, las volvió a guardar y abrió la puerta de la carroza.

— Suban, por favor. Creo que llegaremos a destino mañana mismo.

Kairan le tendió la mano a Meredith.

— Querida, déjame ayudarte a acomodarte.

La joven colocó sus dedos sobre su palma y subió al carruaje. Las manos de él irradiaban un calor del que no quería desprenderse. Pero apenas Meredith se sentó, Kairan retiró sus manos y dijo con frialdad:

— Espérame aquí. Iré a buscar algo de comida.

Cerró la puerta sin miramientos, y Meredith ni siquiera tuvo tiempo de protestar. No quería dejarlo ir solo. Esperaba que, esta vez, no robara la comida, sino que la comprara. Sin embargo, considerando que Rayden había entregado todas las monedas al cochero, esas esperanzas se desvanecían como la primera nieve.

Cerró los ojos y se concentró en la magia de Kairan. Podía sentirlo cerca. No había conseguido atarlo a sí misma con cadenas mágicas, pero sí podía localizarlo con precisión. De pronto, el carruaje comenzó a moverse. Meredith golpeó la pared del vehículo.

— ¡Deténgase! ¡Olvidó a Kairan! ¡Aún no ha vuelto!

El carruaje siguió avanzando con firmeza, mientras el hilo mágico que los unía se volvía cada vez más difuso. Kairan se alejaba. Él se movía en dirección contraria.

Presa del pánico, Meredith intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada con llave.

— ¡Maldita sea...!

Se contuvo para no soltar una grosería. Sacó de su bolsillo una daga enfundada, y con el mango rompió el cristal de la ventanilla. Introdujo la mano y levantó el pestillo. La puerta se abrió.

— ¡Detenga el carruaje! ¡Consideraré esto un secuestro! —gritó.

— Tranquilícese, milady —respondió el cochero—. Su hermano me pagó para llevarla a Varmería. Le surgieron asuntos importantes. Me habló de su delicada situación. No se preocupe, la entregaré sana y salva.

Meredith apretó los labios. Se deshizo de ella.
¿Lo había sospechado? Nunca nadie había huido de ella. Sin pensarlo más, saltó del carruaje y cayó con fuerza al suelo.

Kairan cabalgaba a toda velocidad, convenciéndose de que había hecho lo correcto. El cochero llevaría a Meredith a casa, y ella estaría a salvo. El ataque de los bandidos —con los que tenía viejas cuentas— lo había empujado a tomar esa decisión. Con él, la joven corría peligro; volver a Varmería, donde todos lo conocían, era demasiado arriesgado.

Para no reabrir heridas, ni siquiera se interesó en saber quién era su padre. No la conocía. Pero estaba claro que, durante los años de ocultarse, aquella hija de un conde había crecido y florecido. Kairan temía que resultara ser la hija de un traidor.

Por supuesto, había hecho lo correcto: cuidó de ella, y no necesitaba recompensa. Estaba acostumbrado a vivir sin dinero. Pero no entendía por qué el pecho le ardía de nostalgia. En su mente veía con claridad el rostro de Meredith: sus ojos, su cabello, su figura delicada y esos labios que anhelaba besar.

Un fugitivo como él no le servía a una mujer como ella. Estaba seguro de que su padre le buscaría un esposo digno, un aristócrata. La amargura le subió a la garganta. Se prohibió soñar con alguien que nunca podría ser suya.

Detuvo el caballo en medio del bosque e intentó calmarse. Lo ató a un árbol y encendió una hoguera. Sentado sobre la hierba, sacó de su bolsa la comida que había comprado y empezó a cenar. Mirando la luna que acababa de aparecer en el cielo, se dio cuenta de que era una cena muy tardía.

De pronto, escuchó el sonido de cascos que se acercaban. Alguien venía hacia él, y ya no tenía tiempo para huir. Se levantó de un salto y empuñó la espada. Corrió hacia el caballo y se ocultó tras un árbol. Esperaba poder soltar a la bestia antes de que llegaran los intrusos.

Entre los árboles apareció una figura oscura a caballo. El animal se detuvo, y el jinete bajó al suelo. Kairan no podía creer lo que veía: era Meredith.

Mirando alrededor con cautela, se acercó a la hoguera. Se inclinó y tomó un pedazo de pan. Comía con verdadero apetito, como si llevara días sin probar bocado.

Kairan no entendía por qué estaba allí ni cómo había conseguido encontrarlo. Aun así, sofocó la alegría que le llenó el pecho ante el inesperado reencuentro. Guardó la espada en su funda y salió de su escondite.

— ¿No te da vergüenza comer la comida de otro? —dijo con una sonrisa apenas contenida.



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En el texto hay: dragon, aventura, amor

Editado: 24.11.2025

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