El dragón defectuoso

11

Evitando los caminos principales, durante dos días avanzaron por campos y bosques, acercándose poco a poco a Varmaria. En las breves paradas, Kairan permanecía callado, sombrío, perdido en sus pensamientos. En el corazón de Meredith comenzaron a germinar las dudas. Kairan no parecía un criminal peligroso. Ella sabía que lo estaba conduciendo hacia una trampa de la que no habría escape. La culpa la envolvía, desgarrándole el alma en pedazos. Se obligaba a silenciar su conciencia: debía pensar en sus hermanas.

El sol estaba alto cuando por fin divisaron Varmaria. Kairan detuvo su caballo y, desde lo alto de una colina, contempló la ciudad.

—¿Podrás llegar sola desde aquí? Ya sabes que no puedo acompañarte dentro. Podrían reconocerme.

—Pero… ¿cómo recibirás la recompensa? —preguntó Meredith, con la voz temblorosa. Su plan pendía de un hilo, y todos sus esfuerzos parecían irse al traste.

Kairan desmontó.
—No te preocupes por eso. Considéralo un gesto de buena voluntad. Lo importante es que has llegado a casa.

—Cumpliré mi parte del trato. Sé que el dinero te hace falta.

—No lo niego —respondió él con una media sonrisa—, pero no vale mi libertad. Cuando acepté esto, pensé que con un sombrero pasaría desapercibido. Ahora ni siquiera tengo un jubón. En este estado, es difícil no llamar la atención.

—Mi mansión está en las afueras —dijo Meredith, señalando con el dedo la casa donde lo esperaba la trampa.

Kairan frunció el ceño, como si sospechara algo.
—¿Cómo se llama tu padre?

—El conde Randel Barrow. Hace poco nos concedieron el título y nos mudamos aquí.

—Entonces no está lejos. Podrás llegar sola —dijo él, acercándose al caballo con intención de montarlo.

Meredith no podía permitir que escapara. Desesperada, se dejó caer del caballo y gimió:
—¡Ay, me duele! —exclamó, sujetándose la pierna, esperando que él cayera en su trampa.

Kairan se acercó de inmediato.
—¿Te has hecho daño?

—Me duele la pierna —dijo ella, levantando un poco el vestido y, con vergüenza, mostrando la pantorrilla. Pasó un dedo por la piel—. Aquí.

Kairan rozó la zona con cuidado. Un leve temblor recorrió el cuerpo de Meredith. Le gustaba su toque. En pocos minutos ese hombre perdería la libertad, y todo en su interior le pedía detenerse, advertirle del peligro. Pero el recuerdo de sus hermanas la obligó a callar. Estaba haciendo lo correcto, se repetía: entregando a un criminal a la justicia.

Kairan apartó la mano y frunció el ceño.
—No parece grave. Estará bien para cuando empiece la temporada de bailes. Podrás bailar con todos los caballeros y seguro encontrarás un buen partido.

—No necesito un buen partido —las palabras se le escaparon antes de poder detenerlas. Casarse no formaba parte de sus planes, aunque la muchacha que fingía ser soñaría precisamente con eso.

Kairan pareció no oírla. Le ofreció la mano.
—Intenta levantarte.

Meredith se sostuvo de su palma y se puso de pie, fingiendo una mueca de dolor.
—Me duele. ¿Me ayudas a subir al caballo?

Él soltó una maldición entre dientes, se pasó los dedos por el cabello y suspiró.
—¿Cómo pudiste caer así?

—¡No me grites! No lo hice a propósito. No quería lastimarme.

—Lo sé… perdona —su expresión se suavizó. La tomó por la cintura—. Te ayudaré.

La alzó como si fuera una pluma y la sentó en la montura. Meredith, con el pie en el estribo, siguió con su farsa.
—Ayúdame a llegar a casa. Nadie te verá. Si quieres, puedes quedarte a almorzar.

—No hace falta. Te dejaré en la puerta y me marcharé enseguida.

Ella asintió. A medida que se acercaban al lugar, un peso le oprimía el pecho. Algo dentro de ella le decía que un hombre tan atento no podía ser un criminal peligroso. Buscando justificar lo que estaba a punto de hacer, preguntó:

—¿No quieres contarme por qué te buscan? Mi padre es un hombre influyente. Tal vez podría ayudarte a limpiar tu nombre.

—Imposible —respondió él con una sonrisa amarga—. No llenes tu cabecita de tonterías.

Meredith apretó los labios. Kairan no se excusaba ni afirmaba ser inocente. Entonces, sí, estaba haciendo lo correcto.

Al llegar junto a la glorieta del jardín, detuvo el caballo.
—¿Me ayudas a bajar? En la glorieta hay una campanilla mágica. Al sonar, envía una señal a la cocina, y los sirvientes vienen enseguida.

Kairan desmontó, se acercó, la tomó en brazos y la llevó hacia la glorieta. Avanzaba sin sospechar que caminaba directo a la boca del lobo. Meredith rodeó su cuello con los brazos, contemplando su rostro. Le parecía tan hermoso… Sentía el calor de su cuerpo, el ritmo acelerado de su corazón. No quería entregarlo al verdugo.

Cuando Kairan puso el pie en el primer peldaño, ella gritó:
—¡Detente!

Él se quedó inmóvil. Con lágrimas en los ojos, Meredith negó con la cabeza.

—Suéltame… podrían vernos y malinterpretarlo todo.



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En el texto hay: dragon, aventura, amor

Editado: 24.11.2025

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