El dragón defectuoso

14

MERIDITH se dirigió directamente a sus aposentos. Tenía hambre, así que pidió a una sirvienta que le llevara el almuerzo y preparara un baño. Se alegró de que, al menos, Syrián no les hubiera quitado los privilegios que les correspondían por derecho. Esperaba que también le dieran algo de comer a Kairan. La idea de que él fuera inocente no dejaba de rondarle la cabeza. O, mejor dicho, no quería creer que fuera culpable.
Era buscadora; podía intentar descubrir al asesino de los monarcas, pero aquello había sucedido hacía varios años, y no tenía ninguna pista. Lo poco que sabía provenía de los rumores. Necesitaba hablar con Kairan.

Después de bañarse, la joven se puso su camisa blanca favorita y un corsé oscuro. Metió los pantalones negros dentro de las botas y se alegró de haberse librado del incómodo miriñaque y del vestido. Se recogió el cabello en una coleta alta y dejó el peine sobre la cómoda.
De pronto, un dolor punzante le atravesó la cabeza. Sentía presión en las sienes, como si una roca enorme se le hubiera caído encima, y un látigo invisible le golpeara la nuca.
¡Kairan! Estaba sufriendo. De algún modo, ella sentía su dolor.
Aflojó la cadena mágica y el malestar disminuyó. La idea de que lo estuvieran torturando era insoportable. Sin pensarlo, salió de la habitación y corrió hacia las mazmorras.

Los prisioneros eran retenidos en unas torres especiales anexas al palacio. En la entrada, dos guardias corpulentos le bloquearon el paso, con aspecto imponente.
Meridith se detuvo frente a ellos:

—¡Déjenme pasar! Por orden de Su Majestad debo estar presente durante el interrogatorio del prisionero. Yo soy quien controla sus cadenas mágicas.

Los hombres ni siquiera se miraron entre sí. Uno de ellos frunció el ceño:

—No hemos recibido aviso de su llegada.

—No es culpa mía —replicó ella—. Déjenme entrar. Siento que las cadenas están debilitándose. Si el prisionero se transforma, la responsabilidad será de ustedes.

En ese momento, la puerta se abrió y Syrián salió al exterior. Al verla, se detuvo.

—¿Meridith? ¿Qué haces aquí?

—¡Su Majestad! Usted mismo me dijo que debía estar presente durante el interrogatorio —respondió ella con una leve reverencia. Después de lo que Syrián había hecho con su familia, no podía mirarlo sin sentir repulsión. Se odiaba a sí misma por servir al asesino de su padre.

El rey extendió la mano.

—No soportarías presenciar el interrogatorio. Kairan es un hueso duro de roer y se niega rotundamente a cooperar. Ven conmigo.

Meridith colocó sus delicados dedos en la palma del rey. No quería tocarlo, pero no tenía elección. Al menos se consoló al ver que él llevaba guantes, porque ella había olvidado los suyos. Syrián la condujo hasta una habitación vacía. Las paredes desnudas y la estrecha ventana delataban que se trataba de una celda. La joven se estremeció. Recordaba demasiado bien lo que era estar encerrada en una torre esperando sentencia.

El rey soltó su mano:

—Mi verdugo ha hecho un buen trabajo. Los gritos de Kairan todavía resuenan en mi cabeza, pero no ha confesado nada. Hace unos años estuvo preso por el asesinato de nuestros padres. Justo antes de mi coronación, logró escapar, y no solo eso, sino que robó la corona de la familia. Obviamente, alguien lo ayudó, pero aún no tengo ningún sospechoso. Ahora tú irás con él y averiguarás dónde escondió la corona. La necesito.

—¿Y cree que después de todo lo que le hice, me lo confesará?

—Lo hará, aunque no de inmediato. Debes ganarte su confianza. He visto cómo te mira. No le eres indiferente. Aprovecha eso.

¿No le soy indiferente?
Esas palabras encendieron una chispa en su pecho… que se apagó enseguida. Kairan nunca la perdonaría, y sin embargo, ella soñaba con volver a estar entre sus brazos. Atemorizada por sus propios pensamientos, apretó el corsé con los dedos.

—¿Qué será de él? ¿De verdad lo ejecutarán?

—No lo sé, Meridith. Todo depende de Kairan y de su disposición a colaborar. Si descubres dónde está la corona, liberar é a tus hermanas. Incluso las casar é ventajosamente. Ahora ve con él.

El rey se hizo a un lado, permitiéndole salir al pasillo.

Acompañada por un guardia, Meridith subió hasta la torre. Caminó con pasos vacilantes y se detuvo en el umbral.
La celda era húmeda, con olor a moho. Una rendija estrecha dejaba pasar apenas unos rayos de sol. En el suelo, encadenado a la pared, estaba Kairan. Tenía la cabeza gacha, el torso desnudo, y gruesos eslabones rodeaban sus brazos, pecho, espalda y abdomen. La camisa sucia yacía en un rincón, y su piel estaba cubierta de heridas recientes, con la sangre ya seca.
La escena atravesó el alma de Meridith como mil agujas de hielo.

Cuando la puerta se cerró tras ella, la oscuridad se volvió más densa. No pudo resistirlo. Sacó un amuleto del bolsillo y lo activó. Una cúpula translúcida envolvió la habitación: el campo de silencio estaba listo; nadie escucharía lo que dijeran. Corrió hacia Kairan y cayó de rodillas junto a él.

—¡Kairan! ¿Qué te han hecho?

Con la mano temblorosa le acarició la mejilla. Él levantó la cabeza, y sus ojos brillaron con furia. Se apartó bruscamente, liberándose de su toque.

—Como si no lo supieras —gruñó—. Me han interrogado. Si Syrián cree que contigo hablaré, está muy equivocado. No tengo nada nuevo que decir. No sé dónde está esa maldita corona.



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En el texto hay: dragon, aventura, amor

Editado: 24.11.2025

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