El dragón defectuoso

23

—¿Estás segura de que fue Sirian? —Meridith le acercó la cantimplora con agua. Él dio varios tragos ansiosos y se apartó:

—No. Pero creyó demasiado rápido en mi culpabilidad, y entró en los aposentos de mis padres casi justo después de mí. Fue entonces cuando vio mis manos ensangrentadas. Yo, como un idiota, estaba agarrando el puñal e intentando captar algún rastro mágico del asesino, pero no lo logré.

La joven notó que Kairan lo había comido todo, y ya no tenía motivo para quedarse allí. No quería marcharse. Apartó a un lado la bandeja con el plato vacío:

—Cuéntame con más detalle aquel incidente, lo del asesinato de tus padres. Puede que yo encuentre al verdadero asesino.

—¿Y para qué lo harías? —el hombre entrecerró los ojos con desconfianza.

—No quiero que te quedes para siempre en esta torre —Meridith, rozando con sus dedos la frente de Kairan, acomodó un mechón de su cabello. Se inclinó demasiado cerca y, en su imaginación, ya lo estaba besando. Él, como si lo hubiera sentido, se apartó.

—Ya te lo conté todo. Entré en los aposentos de mis padres y encontré sus cuerpos ensangrentados en el suelo. Corrí hacia ellos, pero ya era demasiado tarde. Entonces agarré el puñal que estaba tirado junto a ellos e intenté captar el rastro mágico del asesino. Y en eso me sorprendió Sirian. Me acusaron de inmediato, me encarcelaron y más tarde me dictaron sentencia. Sirian prometió convertir mi vida en un infierno. Y lo ha conseguido.

Meridith se quedó varias horas junto a Kairan. No quería irse, y él señaló que, mientras ella estuviera allí, estaría a salvo de la tortura. Pero en cuanto pensaron en ello, el mago entró en la habitación:

—Duquesa, lo comprendo todo, la famosa buscadora y demás, pero necesito continuar con el interrogatorio.

—No es necesario —Meridith se puso de pie—. Él ya me lo contó todo. Compartiré la información con el rey.

Sintiendo la mirada abrasadora de Kairan sobre su espalda, la joven salió con la cabeza alta de la habitación del prisionero. Esperaba que Sirian le perdonara aquella mentira, pero no podía permitir que siguieran torturando al hombre que no le era indiferente. Se repetía a sí misma que aquella atracción no era más que culpa, porque lo habían encarcelado por su causa. Confiaba en Kairan. En el fondo de su alma sabía que decía la verdad.

Meridith almorzó en sus aposentos. No quería encontrarse ni con el rey ni con Torian. Intentaba pensar en cualquier manera de ayudar a Kairan. No podía soportar verlo sufrir así.

De pronto, un paje entró en los aposentos. Se inclinó ligeramente y bajó la cabeza:

—Perdonadme, Su Señoría. Su Majestad el rey os envía una carta.

—¿Una carta? —Meridith no pudo ocultar su sorpresa. No entendía por qué tanta secretividad, teniendo en cuenta que Sirian podía llamarla cuando quisiera. Tomó el sobre en sus manos—. Gracias, puedes retirarte.

Meridith supuso que sería otra serie de amenazas y acusaciones de traición. Cuando quedó sola, rompió el sello real y desplegó la carta. Resultó ser una invitación oficial a una cena. La joven suspiró aliviada. Aunque no tenía ganas de ir al salón del banquete ni de enfrentarse al rey y a la corte, le parecía mejor que soportar más chantajes.

Decidió no llevar vestido para la cena y presentarse con su ropa de trabajo. Los pantalones cómodos y la camisa blanca con corsé negro demostrarían claramente que pensaba actuar en calidad de profesional. En el salón lleno de voces resonantes, los cortesanos ya estaban sentados. Meridith no soportaba los eventos sociales, y una cena con un centenar de personas le recordaba un gallinero.

Se dirigió al rincón más alejado del salón, esperando evitar la atención indeseada del rey. Casi de inmediato, un lacayo le cortó el paso:

—Perdonad, duquesa. Su Majestad ordenó que ocupéis el asiento frente a él.

Meridith asintió y se dirigió al lugar indicado. Su plan de esconderse lo más lejos posible había fracasado, y no sabía qué esperar. Sentándose en la silla, aguardó tensa la aparición del rey.

Sobre su cabeza escuchó una voz demasiado familiar, que le raspó desagradablemente los oídos:

—¿La duquesa ocupará hoy el asiento frente al rey? ¡Qué valentía tan inaudita!

Torian se acomodó sin pedir permiso a su lado, sonriendo de oreja a oreja, mostrando sus dientes perfectos. Meridith asintió con frialdad:

—Por lo que veo, la valentía no es solo mía, sino también vuestra. Vos también os sentáis frente al rey.

—Sí, porque él me invitó. Hoy tengo el honor de sentarme junto a él… y junto a vos, Meridith —el hombre se inclinó y le susurró al oído—. Ese atuendo os queda increíble, aunque me gustaría veros con vestido más a menudo, no solo en los bailes.

Meridith recordó su último baile juntos y frunció el ceño. Entonces Torian le hizo un cumplido obsceno y le propuso retirarse a solas, y tras su rechazo, se retiró con alguna marquesa.



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En el texto hay: dragon, aventura, amor

Editado: 24.11.2025

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