Torian sacó un látigo del bolsillo y lo extendió con ostentación. Era largo, con púas metálicas en la punta, creado para provocar el máximo dolor. Un escalofrío recorrió la espalda de la joven, como si las púas invisibles la rozaran, obligándola a estremecerse. Recordaba demasiado bien el dolor de un latigazo. Meredith arqueó involuntariamente la espalda:
—No dudo de su profesionalismo, pero este no es el caso. ¿Podría ayudarme a llevar el cubo? —La joven extendió el cubo hacia Torian y parpadeó con fingida inocencia. Esperaba que sus encantos femeninos surtieran efecto. Él plegó el látigo y lo guardó en el bolsillo.
—No puedo negarle nada a una dama tan hermosa.
Salieron al pasillo y el guardián cerró la puerta de inmediato. Torian dejó el cubo en el suelo y aplaudió con aire irónico:
—¡Bravo, Meredith! Su actuación es tan convincente que casi yo mismo creí en su preocupación por el prisionero. Su mirada, llena de calidez, lo dice todo.
—Me alegra que le haya gustado —repuso la joven, bajando con paso firme las escaleras. Escuchaba los pasos de Torian detrás de ella. No deseaba que él interrogara a Kairan. Tan solo imaginar el sufrimiento del príncipe le resultaba insoportable. Decidió distraer al inquisidor y salió al patio. Al detenerse cerca de la torre, forzó una sonrisa.
—Gracias por su ayuda, duque. Ayer deseaba dar un paseo. ¿Quizá podríamos hacerlo hoy? Con gusto le contaré todo lo que quiera saber.
Los ojos del hombre brillaron con entusiasmo.
—¡Por supuesto! Debemos trabajar juntos y definir nuestra estrategia. Yo lo mutilo, ¿y usted lo cura?
Meredith se estremeció ante semejante insinuación. Caminó hacia el jardín y él la siguió.
—No es necesario mutilarlo. Kairan se regenera muy rápido. Dudo que ese método funcione. Ya lo han torturado bastante y aún así asegura no saber dónde está la corona. ¿Y si dice la verdad?
—¡Meredith, querida Meredith! Qué ingenua es. Ningún criminal se confiesa por voluntad propia.
A la joven no le quedó más remedio que pasear por el jardín soportando la presencia de Torian. Cada minuto a solas con él era una tortura. Él se jactaba de logros dudosos y la sermoneaba sin descanso. Meredith solo quería librarse de su compañía, pero para impedir que regresara a torturar a Kairan aceptó compartir el almuerzo.
Al terminar la comida, Meredith se levantó de la mesa. Sentía que no soportaría un minuto más junto a Torian. Sus conversaciones eran una auténtica penitencia. Inclinó levemente la cabeza:
—Creo que hemos discutido todo. Discúlpeme, tengo asuntos que atender.
—Desde luego —el hombre se puso en pie y atrapó la mano de Meredith—. Espero contar con su compañía en la cena.
Llevó sus dedos a los labios y dejó un rastro húmedo con su beso pegajoso. Al salir del comedor, Meredith limpió la mano contra la falda y se dirigió a sus aposentos. Pensaba en cómo ayudar a Kairan. No podía sentarse y esperar el regreso de Sirian. Al recordar sus amenazas, una escarcha invisible recorrió su cuerpo, perforándola hasta los huesos con garras heladas. Necesitaba un plan urgente.
El sol se ocultó tras el horizonte y Meredith descendió a regañadientes al salón del banquete para la cena. No deseaba ver a Torian ni a Yaryla, pero no podía ignorar la invitación de la reina. Un lacayo la condujo hasta su lugar en la mesa real, donde Torian ya estaba sentado. De nuevo le tocó el dudoso honor de estar frente a la reina. Meredith tomó asiento y rezó para que Torian guardara silencio. Él la observó con escrutinio y movió la cabeza con desaprobación:
—Meredith, me alegra verla, pero ¿no cree que para cenar con la corte hubiera sido más apropiado llevar un vestido?
La joven miró su atuendo. No entendía qué molestaba a Torian. Los pantalones negros y la blusa blanca con corpiño oscuro eran el uniforme habitual de las buscadoras. Encogió los hombros.
—Estoy de servicio y considero este atuendo adecuado.
—Qué lástima. Espero volver a verla algún día con un vestido. Sé lo femenina y seductora que puede llegar a ser.
Ante aquel comentario impropio, Meredith cruzó los brazos sobre el abdomen, como si quisiera protegerse de él. La reina entró en la sala y todos se pusieron de pie. Yaryla ocupó su lugar a la mesa y comenzó la cena. Parecía no reparar en Meredith, y eso la tranquilizó. De pronto, la reina se levantó para dar un anuncio:
—Me complace informarles sobre una boda que tendrá lugar dentro de un mes. El duque Torian Maxwell ha pedido mi consentimiento para casarse con la duquesa Meredith Lockswood, y yo he aprobado esta unión. ¡Brindemos por una feliz vida matrimonial, pues la unión de dos corazones enamorados siempre es motivo de celebración!
Editado: 15.12.2025