El hombre se incorporó en la cama y observó al visitante con desconfianza. Finalmente asintió:
—De acuerdo, espérame en el pasillo. Voy a vestirme.
—¡Gracias! ¡Sabía que me ayudaría!
La joven salió de la habitación y aguardó con tensión. Confiaba en que los buscadores no hubieran encontrado a Kairan. Pasados unos minutos, Bill Parson salió de sus aposentos. En las manos sostenía una piedra translúcida de la que emanaba una luz borgoña. La muchacha frunció el ceño.
—¿Ha decidido examinarme con un artefacto?
El hombre ignoró sus palabras y dirigió el rayo hacia Meridith. Sus manos recuperaron enseguida su aspecto real y ella se encogió al recibir la luz directamente en el rostro. Bill bajó la piedra y la abrazó con suavidad.
—¡Meridith! ¡Eres tú! Compréndeme, tenía que asegurarme. Pensé que quizá fueran engaños de Syrian.
—No se preocupe, sabía que lo comprobaría —la joven se apartó y se dirigió hacia la salida—. Es imprescindible que nadie sepa que estamos aquí. Ni siquiera podemos confiar en los sirvientes. La carroza nos espera afuera. Mi amigo está herido. Necesita ayuda.
—Está bien, tranquila. Les daré unas habitaciones. Sin un artefacto, nadie sabrá que oculto a unos fugitivos.
Kairan estaba sentado en la carroza, atento a cada sonido. Hacía mucho que no se sentía tan débil e indefenso. La pierna le ardía de dolor y cada respiración despertaba un espasmo punzante en el pecho. Entendía que, si aparecían los buscadores, no podría escapar. Había sido una locura lanzarse desde la torre, pero en ese momento solo había querido proteger a Meridith a cualquier precio. Sabía bien que las palabras de Syrian nunca eran amenazas vacías.
Al principio se había enfadado con ella. No comprendía cómo una chica inexperta había logrado capturarlo. Él, como un ingenuo, había creído en su aparente fragilidad, y ella incluso lo había besado para que bajara la guardia. Sus labios suaves lo perseguían en sueños tras los dolorosos interrogatorios, como si curaran sus heridas. Cada vez que ella lo limpiaba, su fantasía se desataba, y los roces accidentales de sus dedos encendían un volcán en su cuerpo.
Cuando escuchó hablar de las hermanas, la ira empezó a disiparse poco a poco. Anhelaba sentir el calor de su cuerpo y el sabor de sus labios dulces. No era simple deseo; era algo más profundo, aunque él aún no alcanzaba a comprender sus sentimientos. Quizá, en otra vida, siendo él un príncipe heredero, podrían haber tenido un futuro, pero ahora… ¿Quién iba a querer a un dragón defectuoso? Un fugitivo, un ex prisionero, un criminal. Para ser rey necesitaba sus alas, y se las habían arrebatado. A veces soñaba con volar, con la libertad que ya no tenía.
Kairan oyó pasos ajenos y se tensó. Se sentía impotente y vulnerable. Le costaba un enorme esfuerzo ocultarle a Meridith el dolor que lo atravesaba. No quería que lo viera así… Doblado, herido, miserable. La puerta de la carroza se abrió y vio a Meridith; o mejor dicho, la ilusión de un joven cochero. Detrás de ella distinguió a un hombre mayor. Tras observarlo con atención, reconoció al sanador Parson. En su día había servido en palacio, pero después de la muerte de los padres de Kairan, Bill renunció. Siempre había sido leal al rey, y parecía ser de los pocos que detestaban el gobierno de Sidrik. El hombre entró en la carroza con paso firme.
—No se preocupe, voy a ayudarle. Meridith me contó que se ha metido en un buen lío. ¿Puede caminar hasta la casa?
Kairan no estaba seguro de poder moverse en absoluto. Sentía como si cada hueso del cuerpo estuviera roto. No quería parecer débil ante Meridith. Asintió con inseguridad. El hombre lo sostuvo por los hombros y lo ayudó a levantarse. Al bajar de la carroza, la joven lo tomó del brazo. Kairan se sintió como un inválido incapaz de dar un paso por sí mismo.
Cada movimiento le costaba un mundo. No podía apoyar la pierna izquierda. El trayecto hasta la mansión se le hizo eterno. Cuando por fin llegó a los aposentos, cayó exhausto sobre la cama. Bill dirigió el artefacto hacia él y, al ver a quién había ayudado realmente, dejó caer la piedra de la impresión.
—¿Kairan? Mejor dicho… ¡Su Alteza! Creí que había muerto.
El hombre inclinó la cabeza en una leve reverencia. Kairan resopló con molestia.
—Deje las formalidades. Ya no soy príncipe. Me convirtieron en un criminal, me lo arrebataron todo y me acusaron de cosas que jamás hice.
—Lo sé. Usted no sería capaz —Bill recogió el mineral y lo pasó lentamente por encima del cuerpo maltrecho—. Nunca creí que fuera culpable.
Kairan vio cómo el hombre se crispaba al contemplar sus heridas. Con su don de sanación, detectaba la enfermedad con exactitud. El príncipe tragó con dificultad.
—¿Tan mal estoy?
—Hijo mío… ¿Qué le hicieron? Tiene una pierna rota y varias costillas fracturadas. Golpes por todo el cuerpo, pero eso no es lo peor. La herida… la antigua herida donde estaban sus alas. ¿Cómo pudieron?
—Fue por orden de Syrian. No se preocupe, ya me acostumbré a no ser un dragón.
Editado: 15.12.2025