El dulce sabor del amor

PRÓLOGO

¿Qué pasaría si me pongo enfrente de él y le digo que estoy enamorada? ¿Qué cara pondría? De susto seguramente, o quizás no. Un hombre como él debe estar acostumbrado a esta clase de cosas, a que las mujeres se le pongan enfrente y le suelten estupideces de este tipo así como así, sin intentar disimular y en su lugar decir algo como: Hola me llamo Candy bonito día ¿verdad? Pero aún así aparecer de la nada o intentar una situación para hablarle no es cosa sencilla, siempre está rodeado de gente, de mujeres y añadamos el hecho de que él sabría enseguida que intento darle conversación solo para estar cerca de él, digo, no soy tan tonta como para creer que soy la primera que lo intentaría. Además existe la gran cuestión de que nunca me he considerado estúpida ¿A quien quiero engañar? Al menos no lo soy mientras él no está cerca, ya que siempre pasa algo y quedo como tal. Lo peor de todo es que no creo que tenga la menor idea de quien soy. Mi vida sería mucho más sencilla si no le hubiera conocido pero bueno, cosas de la vida. Ese día era como cualquier otro, mi único sueño era abrir mi propia pastelería así no tendría que trabajar más para los Callaham, toda la familia podría ser llamada detestable excepto por Mark quien siempre se portaba como un sol conmigo. Sin embargo añadía renombre al currículo el trabajar para ellos que ya tenían antigüedad y fama en la industria, solo por eso aguantaba, por eso y por que el sueldo era fabuloso y ahorraba para abrir mi propio negocio.

Caminaba inmersa en mis pensamientos, ¿Qué nombre le pondría a la pastelería? Tenía que conversarlo más a fondo con Silk mi amiga incondicional y fan de mis postres. Silk diseñaba la ropa interior más sexy y hermosa del mundo, está de más decir que también soy su fan. Caminaba hacia su tienda apropiadamente llamada "Al rojo vivo" con una de mis nuevas creaciones: chocolate del amargo, avellanas, vainilla, miel, canela y el toque mágico de un café especial orgánico que me había costado una pequeña fortuna. La verdad no tenía idea de que sabor había resultado, simplemente lo había preparado, horneado y me disponía a averiguar con Silk si valía la pena agregarlo a mi futuro menú. Me gustaba pasar por el edificio que pertenecía a la Empresa constructora Kensington, su fachada era única y siempre me llamaba la atención. Su aspecto era un tanto gótico jugando con la modernidad, la mezcla era interesante y nadie podía dejar de admirarla. Decían que había gárgolas en el último piso, claro que eso no cualquiera podía asegurarlo pues solo unos cuantos elegidos podían estar en ese piso. Elevé la vista para tratar de averiguar como las columnas con pinta de antiguas quedaban tan bien al lado de ventanales modernos sin caer en lo excéntrico o de mal gusto.

No di más de tres pasos sin ver mi camino, lo juro. Un montón de personas salió casi en tropel del edificio y me hallé de pronto en medio de ellos, traté como pude de salir de ese gentío, era difícil sortearlos y al mismo tiempo intentar no tirar mi pastel. Por fin lo logré, me di la vuelta para ver la causa de tanto alboroto, un enorme auto negro se paró enfrente de todos ellos y en cuanto la puerta se abrió todos se desplegaron a las orillas haciendo una especie de valla ¿Es el presidente de la nación acaso? Me pregunté con curiosidad, pero de pronto recordé mi pastel y con cuidado lo saqué de la caja para ver que tanto se había estropeado, gruñí al ver como la cubierta había quedado medio embarrada en la caja, pasé un dedo por el glaseado a base de cocoa y me lo llevé a la boca sin poder evitarlo, ya quería saber cual sería el sabor de mi pequeño experimento. Mi dedo quedó así, metido en la boca, quedé estática, paralizada como si fuera una estatua al ver al hombre que bajaba del auto y avanzaba sin hacer casi el menor caso a quienes le rodeaban. Alto, pelo oscuro que me recordó el chocolate, cuerpo igual de pecaminoso enfundado en un traje gris perla, ojos cubiertos por gafas, bello... bello. Incluso el sol brillaba tras él y empecé a oír campanitas, parpadeé con fuerza y me dije ¡cielos! ¡Hasta campanitas estás oyendo! Cuando en eso me di cuenta que a mi lado un pequeñín en los brazos de su madre agitaba una con entusiasmo. La madre por cierto estaba igual de embobada que yo y que las demás chicas que rodeaban a esa tentación personificada en hombre. Me acerqué sin pensarlo, él se detuvo para saludar a un hombre canoso, me las arreglé para quedar justo atrás del hombre de las canas. De cerca era más guapo ¿de que color tendría los ojos? Seguía imaginando todo tipo de colores y todos quedándole igual de bien que no vi que el tipo canoso retrocedía y lo hacía rápido sin tiempo a nada más, como si le hubieran salido manos de la espalda levantaba mi pastel y este fue directito a mí, sí... a mi cara. Oí una exclamación colectiva y quise chillar de vergüenza. Enterré un poco más la cara en el glaseado de cocoa pidiendo al cielo que con eso nadie nunca jamás reconociera mi rostro. Con cuidado bajé mi precioso pastel, poco a poco, lentamente. Medio esperaba que todos se hubieran dispersado, pero resultó que más de dos docenas de ojos me miraban con distintas expresiones en sus rostros que iban de la diversión, la burla a la sorpresa. La furia vino en mi ayuda sobre todo al recordar que el condenado canoso no se había disculpado.

- ¿Alguien más quiere? Me quedó delicioso. – Dije con furia señalando el pastel.

- No lo dudo. – Una voz profunda pero llena de un matiz divertido dijo aquello, giré para ver de quien se trataba y para mi asombro y consternación era él que me ofrecía un pañuelo. Lo tomé, dejando el pastel en sus manos, y luego... ¿Qué se podía esperar? Me alejé de allí como si me persiguieran los mil demonios.

Y ese fue mi primer encuentro, que sinceramente pensé que sería el último, ¿Por qué quien desearía volver a encontrarse al hombre de sus sueños después de esto? Yo, no.

 

 



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En el texto hay: diversion, amor, resposteria

Editado: 05.12.2020

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