La noche la llamaba por su nombre, y su eco recorría la comarca como un susurro encantado. No era solo sonido; era un latido, un aliento que parecía conocer cada miedo, cada secreto. Le erizaba la piel y al mismo tiempo despertaba algo en su interior: la promesa de que algo grande estaba a punto de ocurrir.
El viento helado atravesaba los callejones de piedra y las casas de madera, arrastrando hojas secas como fantasmas danzantes. Los árboles desnudos crujían como viejos guardianes, testigos de secretos que la noche se empeñaba en mantener. Ella avanzaba con pasos silenciosos, como una sombra entre sombras, consciente de que cada instante contaba. Tres días llevaba vagando por esta comarca maldita, persiguiendo al ser que había tejido su destino con hilos invisibles y peligrosos.
Un crujido rompió la quietud, seguido de un gemido que parecía arrancado de la tierra misma. Y luego, la risa: grave, profunda, como si la noche misma se burlara de ella. Su corazón se aceleró. Giró hacia una calle lateral, donde la penumbra parecía más densa, y se fundió con las sombras. Sabía que los caminantes de la noche no tenían piedad: atraparla significaba convertir su vida en leyenda… o en olvido.
Sus dedos tocaron una grieta en la pared de piedra, y sin dudarlo, se deslizó en ella. La oscuridad la abrazó, espesa y fría, casi viva. Un hedor antiguo la hizo contener la respiración, pero no podía detenerse. Cerró los ojos, deseando que todo fuese un mal sueño, pero la magia que la envolvía era demasiado real.
Avanzó a tientas, el talismán colgado de su cuello palpitando contra su pecho como un corazón propio. Dentro de aquel escondite, la magia era tangible: runas grabadas en la piedra brillaban tenuemente, susurrando secretos de antiguos hechizos y advertencias olvidadas. La joven sintió un estremecimiento; cada paso la acercaba a él, al abismo donde su destino la esperaba.
Exhausta, se dejó caer contra la pared húmeda. Por un instante, imaginó una cama caliente, la suavidad de sábanas, un techo seguro… pero su realidad era otra: una maldición sellada hacía diez años por manos desesperadas, por un hombre que juro vengarse de todo aquel que consideraba culpable por la muerte de su amada esposa.
Afuera, la noche vibraba con vida propia, murmurando entre las sombras y chispeando con luces etéreas. Un rayo de determinación atravesó el miedo que la consumía. Sabía que no podía huir para siempre. Lo enfrentaría. A él. A la magia que la había marcado. A todo lo que la noche le había arrebatado. Pero antes… debía sobrevivir una noche más.
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Editado: 04.10.2025