El Eco de la Cordillera

La belleza hecha hombre

Las montañas de Selinia, capital de Lunhae, se envolvían en un maravilloso espectáculo de relámpagos y nubes grises, una tormenta se avecinaba, lo supo en el momento en que una gota de lluvia impactó en su mejilla, Hyaker, quien afilaba su espada en la parte más profunda del bosque de pinos rojos y zelkovas, tenía más de medio día sin dar señales de su ubicación.

Seguramente los sirvientes lo estaban buscando y su padre luchaba con alguna terrible jaqueca, a pesar de conocer a la perfección el motivo de su ausencia. Se distrajo lo suficiente como para desviar el rumbo de la lija, y hacerse un ligero corte en su mano derecha, automáticamente su líquido carmesí asomó desde sus entrañas fluyendo a través de su muñeca, provocando un pequeño ardor en la zona.

—Ya me había dado por vencido de tanto buscarte —dijo acercándose su escolta.

—Entonces olvida que me has visto —envolvió su muñeca con un trozo de tela que había separado de su hanyū color azul.

—Desearía no haberlo hecho, así me excusaría de permanecer en palacio y me iría a buscar alguna hermosa mujer.

—¿Tú yendo por una mujer? Te lo creería si no te saltaran los ojos cada que Jin Ah aparece en tu campo de visión.

—Jin Ah jamás ha sido de mi gusto —resopló —y tampoco del suyo.

—Ciertamente —dijo envainado su espada —No es el tipo de persona en el que me interesaría —suspiró luego de una pausa —Entonces... ¿Te enviaron a buscarme?

—Hyaker, soy tu escolta, se supone que tengo que cuidar tu espalda siempre, pero, sí, movilizaron a la mitad del palacio para tratar de encontrarte.

— Mi padre ¿Ha dicho algo?

—"El deber de un príncipe", fue lo único que mencionó cuando acudí a su llamado. Aunque si quieres que hable con toda la verdad, creo que es mejor que no asistas.

—Irónico —soltó de sus labios cuál corteza seca — Pero tiene razón, es de muy mala cortesía no estar presente en la llegada de mi futura madre.

...

Desde que había atravesado la frontera, Leone no había mencionado una sola palabra, se limitaba a asentir cada vez que Kyun le preguntaba algo. No tenía ánimos ni siquiera de respirar, no sabía cómo enfrentarse a lo que tenía por delante. Tratando de huir del dolor, prestó algo de atención a la capital de Lunhae.

A diferencia de los pueblos que colindaban con la cordillera del Eco, o más precisamente, con el campo de batalla que se negó a observar por piedad a su conciencia, Selinia era una ciudad ordenada y colorida, las casas se levantaban horizontalmente, con sus techos inclinados, paredes translucidas y grandes puertas de madera, las personas recorrían las calles con dinamismo, y los comercios mostraban los elementos más curiosos y atractivos.

El palacio real se encontraba en una especie de colina en la parte alta de la ciudad, un bosque de alta vegetación lo camuflaba por completo, pero a medida que el carruaje se iba acercando, el sitio dejaba ver su imponente presencia. Al acceder se dio cuenta de que no era como los otros palacios o castillos que había conocido antes, el hogar del rey de Lunhae era una estructura horizontal, que estaba constituida por una serie de edificios unidos, pero a la vez separados por múltiples patios internos, parecía más una ciudad pequeña, que un palacio convencional en occidente.

Mientras se acercaban a la entrada principal, pudo observar que fuera de esta había una serie de personas perfectamente organizadas. Al detenerse el carruaje pudo observar que Damien de Brambilla, el embajador, le estaba esperando.

En el instante en el que las puertas del carruaje fueron abiertas todos los presentes elaboraron una sencilla reverencia, el grado de respeto que manejaban en el sitio era mayor que el que recibía en su propio reino. Sintió miedo al ver que todo lo que estaba ocurriendo no era producto de una pesadilla, que en realidad se encontraba presa de aquella realidad. Con el abanico cubrió su rostro al sentirse vulnerable, las miradas curiosas de los presentes no se hicieron esperar, no había nadie en el sitio que no estuviera observándola. Sus manos se volvieron pequeñas, la ropa inició a quedarle gigante, y el sombrero le impidió al aire llegas hasta sus fosas nasales.

Kyun le tocó el hombro —Llegamos —susurró.

Leone respiró ansiosa, se permitió ver a las personas a su alrededor, todas ellas compartían similitudes físicas con Kyun sobre todo las mujeres, los rasgos de las razas orientales no pasaban desapercibidos en ninguna parte.

Las damas, todas lucían exactamente igual, cabello oscuro lacio y largo, perfectamente peinado en un recogido en la parte baja de su cabeza, piel pálida, ojos rasgados y cuerpos muy delgados, vestían un Hanyū, que es la ropa tradicional de Lunhae. Era una prenda sencilla pero armoniosa, diseñada para la funcionalidad sin perder el toque tradicional. El de los varones mantenía la misma esencia que el de las criadas, con un diseño masculino, manteniendo la misma combinación de colores en blanco y rojo.

—Su excelencia doña Leone —habló Damien sacándola de sus pensamientos —estamos contentos de que haya tenido un viaje seguro.

Leone se limitó a asentir y le dirigió una triste sonrisa. Damien de Brambilla, era producto del primer matrimonio que prometía mantener la paz entre Ílios y Lunhae, fue concretado hace veinticinco años.

Un hombre de mediana edad que parecía ser un mayordomo, se acercó a ellos y los condujo por medio de largos pasillos cubiertos de paredes de papel decorado, cada ciertos metros, los pasillos dejaban ver los maravillosos jardines externos, gracias a puertas corredizas o ventanas cuyo antepecho eran piedras bajas.

El mayordomo los guio a un salón enorme, magníficamente adornado, al ingresar pudo ver que al final del lugar, se encontraba un hombre que rondaba los cincuenta años sentado en un trono, y a su lado de pie, permanecían dos jóvenes, dedujo que se trataban de dos de los príncipes de Lunhae, puesto que su atuendo era similar al del rey y superior al de los sirvientes en todos los aspectos.




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