El Eco de la Cordillera

El aroma a hierro del fardo

—¡Leone! ¿Dónde estás? ¡Leone! —Pudo escuchar la lejana voz de Kyun llegando a sus oídos, pero se veía opacada por el tacto del pasto sollozante que acariciaba las plantas de sus pies, y la brisa que tapaba sus oídos, mientras sus ojos se negaban a pestañear. El sonido de la voz se intensificó, arrancándola del trance que le provocaba la belleza imponente del segundo príncipe.

El nerviosismo que había retenido se manifestó logrando que sus pies iniciaran a correr lejos de ahí, sentía la necesidad de alejarse, tanta que se oponía a las ramas que agarraban la tela del vestido y lo rompían en tirones desiguales. El olor a lluvia le atacaba los brazos y las punzadas en su estómago escalaron hasta su pecho. Entre más se alejaba, más quería girarse a ver si él todavía permanecía en su sitio, pero no lo hizo, de lo contrario se quedaría congelada nuevamente.

Llegó agitada hacia la puerta que unía su habitación con el jardín.

—¿Dónde estabas? —preguntó Kyun a sus espaldas —por un momento en serio pensé que habías escapado —Leone se sentó en el borde del balcón bajo —Estás toda mojada, y... —ahogó una expresión de desagrado —Has arruinado toda la falda del vestido —inmediatamente puso una toalla sobre ella.

—Esa idea me agrada —dijo luego de recuperar el aliento.

—¿Romper vestidos?

—También escapar —bromeó débilmente.

—Te matarían si huyes, estarías rompiendo un tratado que involucra una guerra.

—Lo haré bien.

Kyun fingió una carcajada que parecía más un regaño —Te crees muy graciosa —reprendió —¿En qué parte del jardín estabas?

—Creo que me alejé lo suficiente como para llegar al hábitat de animales salvajes.

—¿Viste a algún tigre? Son muy comunes en la zona —Leone guardó silencio haciendo que Kyun se sobresaltara —¿Lo viste? Leone, eso es muy peligroso si tú—

—Ya cálmate —interrumpió colocando sus palmas a la altura de los hombros y doblando las muñecas dos veces —sí llegué al bosque, pero el único peligro ahí era el segundo príncipe, si es que puede considerarse así.

Kyun arrugó la nariz—¿Qué estaba haciendo él allá?

—No lo sé.

—¿Te dijo alguna cosa?

—No—recordó la extraña sensación en su abdomen —Pero no supe como actuar, si quedarme o alejarme, al final él pareció no tomarle importancia a mi presencia así que me fui.

—Su semblante es rígido.

—Seguramente es con nosotras, es decir, somos ílios.

—No lo sé —levantó los hombros —Se dice que su madre murió cuando era un niño, quizás eso haya influido. Aunque bueno, poco se habla de él, de los tres príncipes en general solo se habla del príncipe heredero.

—No todos son Bastien y sus extravagantes festejos —recordó como su primo hacía de una sencilla cena un evento del que se hablaba desde el continente de Laban Na en el sur hasta el reino de Isfrid en el norte.

—Eso es verdad —asintió — ¿Deseas que te ayude a cambiarte?

—Lo haré sola —dijo levantándose, se giró hacia el jardín y observó que nuevamente una suave lluvia iniciaba a golpear la hierba. Luego de que Kyun salió de la habitación, cerró la puerta corrediza y caminó en dirección al enorme espejo dentro del cuarto de baño que había viajado desde la mansión una semana antes, su reflejo era un desastre, debido a la brisa, su piel estaba completamente mojada, lo que ocasionó que toda la tela del vestido se adhiriera a esta, la falda estaba terrible, cierta parte de la tela decorada en la parte de abajo se había rasgado, había perdido suficiente tela como para hacer un vestido nuevo, manchas de césped estaban también sobre el fustán.

Se rio internamente, su tía Suhee, daría un grito al cielo si la viese en ese estado. Polvo inexistente se arremolinó en su garganta recordándole cuánto extrañaba a su madre y a su hermano. Se cambió de ropa y se acurrucó en la cama. Perdió sus ojos en un punto fijo, en un espacio no abrazado por la luz de luna que se filtraba por todas partes, si tuviera menos sensibilidad física, casi juraría que todo era una pesadilla, pero el algodón de las sábanas que daban comezón en las pantorrillas la devolvían a la realidad. Su rostro se ahogó entre lágrimas mientras sentía el tiempo inmortalizarse, hasta que el cansancio le hizo perder el conocimiento y se quedó dormida.

...

Al día siguiente Kyun ingresó a la habitación muy temprano, Leone ya estaba despierta y con la puerta que dirigía hacia el jardín abierta. Como de costumbre Kyun preparó el baño, con pétalos de cereza y esencias de clavel. Una vez Leone salió, la dama de compañía peinó su cabello y luego realizó la cuantiosa rutina para mantener sus melena sedosa. La melena que al ser cortada provocó una depresión que dejó a Leone encerrada en la torre abandonada del palacio real en Griseordenti durante un par de días.

La vistió con un vestido de tela ligera, las mangas abullonadas, enmarcaban sus hombros como si el viento mismo las sostuviera. Pequeñas flores rosadas se esparcían sobre la tela como pétalos caídos, y un lazo de organza ceñía su cintura. Sus pies, fueron cubiertos por un par de medias y unas botas blancas de tacón cuadrado muy bajo, un par de guantes cubrían sus manos hasta la muñeca y combinaban a la perfección con el vestido.

Le hizo un maquillaje simple, un poco de polvo para bajar el rosa de sus mejillas, y un ungüento natural para hidratar sus labios. Con esto Kyun conseguía siempre que Leone se viese como pieza fabricada de porcelana.

Cuando hubo terminado, Kyun abandonó la habitación para buscar el desayuno de Leone, lo de todos los días, café con frutas y pan de preferencia dulce. Al llegar a la cocina del palacio, todos la observaron con cierto desprecio, el mismo desprecio que habían mostrado la noche anterior cuando fue a buscar el té.

—Buenos días —saludó, simplemente recibió una tímida reverencia de un par de sirvientes de edad avanzada, un eunuco y la cocinera a cargo —la señorita Leone desea tomar su desayuno —Los sirvientes se miraron entre ellos e ignoraron lo que Kyun había dicho—¿Disculpen? ¿Alguien podría atender mi petición?




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