El Eco de la Cordillera

El perro de pelaje dorado

Retuvo todo lo que pudo el aire en sus pulmones, cuando estaba segura de que nadie estaba cerca del sitio abrió la puerta. En un reflejo golpeó su antebrazo contra su nariz acompañando olor a muerte con un dolor agudo. El sitio era sombrío, había huellas rojas en dirección al pasillo continuo y finalizaban en la cortina bordada que ocultaba la extraña puerta. Su mente inició a correr lejos, pero, sus pies avanzaron hacia el charco de sangre. Con ojos empañados registró los detalles del espacio, a su izquierda, el pasillo del que los dos tipos provenían, finalizaba a unos cortos cinco metros, a sus costados tres habitaciones cerradas era lo único que se encontraba, las huellas y la fuente del desagradable aroma surgían de la segunda.

¿Qué demonios era todo eso? Trataba de convencerse de que era una pesadilla, una en la que en Lunhae los asesinos hablaban idioma ílios, pero el frío que hacía vibrar los huesos de sus rodillas era tan vívido que podía tocarse. Aunque lo intentara, no iba a entender nada de lo que la rodeaba, su mente solo formuló una acción, esconderse. Los aromas nauseabundos le devolvieron corta la razón, con paciencia pero ágil decidió volver. Se giró mágicamente sobre sus talones en dirección a la ruta de salida, al enfocar los ojos, visualizó un reloj de mano a lado del lagunar rojo. Lo levantó. El elemento seguramente era del cuerpo que había sido lanzado al suelo con violencia, lo supo por la dirección en que había caído. Sus dedos enguantados sintieron la textura fría de la pieza al mismo tiempo que lo giraban en todos los sentidos. En la parte trasera, el elemento poseía la firma de un artesano famoso en Griseonderti, y la cadena con que se agarraba a la gabardina era de oro blanco, significaba entonces que el muerto era un Ílios.

¿Por qué habían ílios dentro del palacio de Selinia? En su cabeza, el asunto no dejaba de escalar —Dios por favor, por favor ayúdame a salir de aquí —masculló con la mandíbula tensa y la lengua seca. Aterrada se cuestionó que tantas cosas malas había hecho para terminar en una situación así.

Se trasladó en puntas y casi sin respirar hacia la entrada de ese extraño pasillo en el que se encontraba, a pesar de que trató de caminar con paciencia para no levantar sospechas, sus piernas con mente propia corrieron solo porque no podían volar, en unos segundos se encontraba en la puerta de su habitación.

Las sorpresas no acabaron, al cerrar la puerta de madera sólida, su respiración inútilmente regulada se extinguió, la silueta de un hombre vestido de negro, alto y que la observaba expectante se levantaba como estatua en el centro del lugar, retrocedió un par de pasos y analizó rápidamente a quien tenía en frente. Era un hombre relativamente joven, entre treinta y treinta y cinco años, medía un poco más de un metro ochenta, usaba un Hanyū negro similar al de uso militar, y una espada envainada en su cintura, su cabello un poco largo estaba peinado hacia atrás y, gozaba de un enigmático atractivo.

—¿Quién eres? —obligó a sus cuerdas vocales a mantenerse rígidas, lo primero que llegó a su mente fue la idea de que compartieron ambiente hace unos segundos.

—Buenos días, señora —con profunda voz elaboró una reverencia —se me ha nombrado como su escolta personal.

Leone soltó un suspiro que descendió como en escalera—sin avisarme —susurró.

—Lamento si mi presencia no es bienvenida —verbalizó paciente.

—Realmente no te esperaba —el brillo de los pocos centímetros que sobresalían de la vaina de la espada se evidenciaron con un reflejo de luz chocando contra sus pupilas, haciendo arder el negro iris —¿Un soldado?

—Mi nombre es Helio Sera Min Har —dijo sin levantar la vista— Hijo del Gunhyeo de la Luna Creciente

—La orden es vigilarme —sus pestañas se movieron ávidas, el hombre traía la ropa impecable, sin rastro alguno de sangre o sobreesfuerzo—día y noche.

—Protegerla —corrigió con una paciencia desesperante.

—Vigilarme —trató de esbozar una sonrisa para parecer tranquila, sin embargo, fue imposible y se quedó atrapada en un gesto incómodo e impreciso.

En ese momento Kyun entró en la estancia y los observó extrañada a ambos —Disculpe señora, no sabía que tuviera visitas.

—¿El señor? —lo señaló con el mentón que por fin dejó de parecer agua molestada —Lo llamaría carcelero.

—¿Qué?

—Su escolta personal, señorita —corrigió el hombre mirándola por encima del hombro.

—Mucho gusto —se reverenció Kyun —Kyun Sera Concordia.

—¿Sera? —alzó una ceja el hombre.

—Curiosamente igual que tú —comentó Leone divagando entre las frases, batallando con las imágenes de la sangre que le bañaban aromáticamente los sentidos—Serviré yo —desorganizó tres tazas desde la bandeja hasta la mesa baja, Kyun la observaba con la ceja confundida —¿Nos acompañas? —preguntó a Helio, tomando con una irónica inexperiencia la tetera.

—No se me permite sentarme a la mesa con mi maestro, señora.

—¿Le pongo azúcar? —con palabras perdidas su lengua trataba de adaptarse al momento actual, pero permanecía consistente en un grito de terror que no tuvo la oportunidad de ver la luz en el momento preciso.

Helio alzó una ceja, la gran duquesa parecía fuera de su elemento, como si el aire se le negara —Le he dicho que no se me permite—

Fue interrumpido por el estruendoso golpe de la tetera contra el suelo, Leone vio como todo el té se derramaba entre sus nerviosos dedos, su mirada desenfocada convertía el líquido verdoso en espeso y rojo, el calor de la sustancia fue frío, tibio y luego ardiente, balbuceó sin sentidos por el ardor que lentamente se extendía hasta sus muñecas. Cuando las gotas sobrepasaron las palmas cubiertas por los guantes y avanzaron hasta su pálido antebrazo, una pausa blanca se internó en sus oídos, nariz y ojos. El raciocinio cayó como lluvia de piedras haciéndola reaccionar. Tenía que escapar junto a Kyun de ese lugar.

—Leone ¡¿Estás bien?! ¡Te quemaste! —Kyun secó rápidamente sus manos, no había quemaduras graves, solo enrojecimiento —Menos mal el té estaba frio —observó que Leone permanecía con los ojos abiertos mirando el líquido derramado —No te preocupes, yo lo limpiaré. Estate tranquila.




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