Amaneció antes del alba. Las pesadillas la habían arrastrado por cada rincón del día anterior; todo seguía oliendo a infierno. Además de el asesinato que tuvo que presenciar con cada uno de sus sentidos, en su memoria resaltaba la perversión del toque, de las miradas y de la voz del general Lee, abrazó su estómago revuelto por recordar el incómodo momento que vivió al conocerlo.
Rio, agotada. Nada de lo que ocurría parecía real. Un par de semanas atrás su preocupación era no tener guantes que combinaran a la perfección con sus joyas o vestidos, y evitar el famoso debut en la alta sociedad que venía posponiendo desde hace más de un año. Hoy, su mayores miedos eran saberse testigo de un crimen y ser arrastrada a un matrimonio forzado.
La alfombra, húmeda y terrosa, se mezclaba con el suelo virgen de los pasillos. Aquella imagen se le pegó a los párpados, como un sueño mal recordado. Ver que no había ni el más mínimo bullicio en relación a eso le hizo pensar que de verdad estaba loca, ya una vez comprobó que su mente era frágil, quizás en esta ocasión, la tristeza por alejarse de su familia le estaba jugando una mala pasada. Optó por volver al sitio y entrar a la habitación de donde salieron los tipos, alguna cosa habría de encontrar. El obstáculo principal era la servidumbre, si alguien notaba que estaba rondando la zona sería problemático, las paredes, las puertas, los pisos, podrían contarle al culpable, que ella también estuvo ahí.
No tenía conocimiento de quien se encargaba del personal de limpieza, imaginó que el shokan que conoció el día de su llegada podía ser quien ocupara el cargo, a menos que existiera una especie de ama de llaves, jefe eunuco o algo por el estilo, no podía confirmarlo, a sus aposentos no habían sido asignadas doncellas o sirvientas.
Cansada de pensar se alzó de la cama y asomó la cabeza por la puerta interior, Helio ya estaba ahí, inmutable, sin moverse de su puesto desde la noche anterior.
—Buenos días —le saludó, él respondió con un asentimiento —¿No has visto a Kyun?
—Abandonó sus aposentos hace un rato, asumo, se dirigió a la cocina a traerle el desayuno.
—Mmmm —alzó una ceja para luego fingir un bostezo. No había visto a Helio desde el día anterior, cuando ocurrió el incómodo encuentro con el segundo príncipe—Por favor pasa, quiero preguntarte algo.
—Mi trabajo no es responder preguntas.
—Pero es obedecerme —sonrió con un dejo de satisfacción —ingrese por favor.
—No es bien visto que un hombre entre a la habitación de una dama soltera sin supervisión.
—Tú eres quien me supervisa.
—Sabe perfectamente que no me refiero a eso.
—Si eres mi escolta personal la ley no se aplica.
—No estamos en Ílios.
—Me impresiona que sepas como es en Ílios —aplaudió con cierto ápice de sarcasmo —no me lo esperaba —No recibió respuesta alguna —Ayer cuando me sermoneaste ignoraste muy bien el protocolo lunhayeno y te apegaste a la perfección al protocolo de Ílios.
Helio la censuró con la mirada, suspiró cansado y entró.
—Pues, el día de ayer —se aclaró la garganta —cuando me encontraste en las caballerizas ¿Hablaste con alguien más?
—Mi trabajo es velar por su bienestar, no entablar conversaciones con príncipes que están siendo acosados.
—¡No lo estaba acosando! —dijo Leone con la cara completamente roja.
—¿Cómo le llama usted el ver a alguien a escondidas sin su permiso?
—Es lo que tú haces ¿O no?
—Recibo una generosa cantidad por eso y lo hago abiertamente, en cambio, no parece que el segundo príncipe haya pagado una sola moneda por su vigilancia.
—No lo estaba acosando —balbuceó de malagana.
—El deudor huye si debe la paga—dijo para sí mismo.
—¿Qué?
Leone achicó los ojos. En ese momento se abrió de golpe la puerta de la habitación, ingresó una mujer de alrededor de cuarenta años, tenía el cabello oscuro, con un par de canas asomando, en un elaborado peinado, estaba usando el hanyū tradicional de Lunhae en un tono azul oscuro, y una extraña peineta por encima de su moño de trenzas.
—Pero que indecoroso ¿Qué hace una dama hablando sola con un hombre en su habitación?
—Soy su escolta —escupió Helio, mientras abandonaba el lugar por la misma puerta por la que la mujer había ingresado, sin siquiera dirigirle una mirada.
La mujer observó a Leone de arriba hacia abajo, acuchilló cada parte de su cuerpo con ambos ojos. Con un aire de superioridad rio de lado y una expresión de desagradable satisfacción se pintó en el resto de su arrugada cara. Inspeccionó rápidamente los alrededores con un par de parpadeos, y cuando acabó de juzgar se dirigió a Leone.
—Su alteza señorita Leone. Mi nombre es Are Jin, jefa de sirvientes del palacio, su majestad me ha delegado como la encargada de enseñarle a la señorita todo lo que necesita conocer antes de su matrimonio.
—¿Buenos días? —Saludó confusa. La señora hablaba con la confianza de quien goza de poder noble, no de un empleado del palacio—Discúlpeme, pero nadie me dijo que usted vendría.
—La decisión la tomó el rey ayer durante la noche ¿Tiene algún problema con eso? Si es así puedo notificar su disgusto inmediatamente —revoloteó en la habitación y con la punta del dedo tocó las sábanas de la cama de Leone, lo apartó inmediatamente con cara de asco, como si solo ese mínimo contacto pudiera contagiarle una enfermedad —bueno, no durará mucho tiempo —dijo entre dientes.
El oído de Leone era lo suficientemente bueno cómo para descubrir los susurros de la despectiva mujer, cuya arrogancia iniciaba a ser hostigosa —Señora, con todo respeto, su actitud está siendo insultante, y no voy a tolerarla.
La jefa de los sirvientes respiró pesado y afiló la mirada, sostenía con fuerza un abanico, como si quisiese estamparlo en el rostro de Leone —Supongo que la barrera del idioma ha generado una confusión, señorita, pero aquí las cosas son diferentes, no estoy cometiendo ninguna falta según nuestro protocolo, al contrario, usted, hija de un... príncipe—hizo un ademán con la mano —usted es quién puede terminar en el calabozo solamente por cuestionarme.
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Editado: 17.12.2025