El eco de la disonancia

Capítulo 5: Mensajeros en la Niebla

El sueño fue una batalla perdida para Elena. La imagen de Michael, su mirada cargada de un secreto pesado y la frialdad del laboratorio del que había salido, se enredaba con ecos de un viaje que sentía más como un recuerdo que como un sueño. No era el sueño profundo y reparador de siempre, sino un estado liminal, un espacio donde las fronteras entre su habitación y la vastedad cósmica se difuminaban. Recordaba la sensación de flotar, de ser parte de un coro de silencios estelares, y la compañía de sus amigos, esos seres de luz y risa tranquila que habían navegado con ella por las corrientes de lo intangible. Los llamaba, en su mente, sus amigos del "viaje cósmico".

Se levantó cuando el amanecer era solo una promesa de luz detrás de los edificios. La ciudad estaba sumergida en una niebla baja y húmeda que ahogaba los sonidos y convertía las farolas en fantasmas pálidos. Se sirvió una taza de té, pero ni el calor de la cerámica pudo calmar el frío inquieto que llevaba dentro. Se acercó a la ventana, mirando el vacío de la calle desierta, preguntándose, sin saber muy bien por qué, por el hombre de la bata blanca.

Fue entonces cuando lo oyó.

Un golpecito suave, casi musical, contra el cristal. No era el azar de una gota de lluvia o una rama. Era un ritmo deliberado. Tap, tap-tap, tap.

El corazón le dio un vuelco. Vivía en un segundo piso. Bajó la mirada, atravesando la penumbra lechosa de la niebla, y distinguió dos figuras justo debajo de su ventana, de pie en el pequeño jardín comunitario como si hubieran materializado de la bruma misma.

No sintió miedo. Sintió una explosión de alegría cálida y familiar. Eran ellos. Kai, con su sonrisa amplia y despreocupada, y Lyra, cuya serenidad parecía irradiar una luz propia. Los vestigios de su "viaje cósmico". Los amigos de Chacua Silicio.

Abrir la ventana fue como romper un sello. El aire frío de la mañana se coló en la habitación, mezclado con el olor a tierra mojada.

"¿Cómo...?" fue lo único que acertó a decir Elena, una sonrisa incredula dibujándose en su rostro.

"Las corrientes nos trajeron," dijo Kai, su voz un eco jovial en el silencio matutino. "Y tu señal... estaba alterada. Brillaba de forma distinta."

Lyra asintió, sus ojos sabios escudriñando el rostro de Elena. "Has conocido a alguien. Alguien que lleva un silencio pegado a la piel como una segunda sombra."

Elena los hizo pasar. No era necesario más explicación. En su pequeño salón, rodeada de sus plantas y sus libros, se sintió completa por primera vez en semanas. Les contó todo. El encuentro casual con Michael, la tensión palpable que lo rodeaba, su trabajo en ese laboratorio sin nombre, la impresión de que llevaba una carga que iba más allá de lo profesional.

"Él no lo dice, pero... duele verlo," confesó Elena, jugueteando con la taza de té. "Es como si una parte de él estuviera atrapada en ese lugar."

Kai y Lyra se miraron. Era una mirada cargada de un conocimiento que trascendía lo evidente.

"Nosotros también hemos estado observando," explicó Lyra en un tono bajo. "No a él, sino al lugar. Ese laboratorio. Es un punto frío, Elena. Un vacío en el mapa de las energías que nosotros conocemos. Absorbe las frecuencias a su alrededor, las silencia."

"¿Qué quieres decir?" preguntó Elena, un escalofrío recorriéndole la espalda.

"Que no es solo secreto para los gobiernos," intervino Kai, su habitual jovialidad reemplazada por una seriedad inusual. "Lo que sea que hacen ahí dentro... crea un eco de 'nada'. Es antinatural. Y si tu amigo trabaja allí, y ha logrado conectar contigo de esta manera..."

"...es porque él, en su esencia, es lo opuesto a ese lugar," concluyó Lyra. "Su luz interior lucha contra la oscuridad que lo rodea. Y tú, Elena, con tu conexión con las corrientes, eres un faro para esa luz."

La revelación dejó a Elena sin aliento. No era solo intuición o empatía. Era algo más profundo, casi cósmico. Michael estaba atrapado en una maquinaria que, según sus amigos, estaba jugando con fuerzas fundamentales, tal vez sin ni siquiera comprenderlo del todo.

"¿Qué hacen allí?" preguntó Elena, casi en un susurro.

"No lo sabemos con certeza," admitió Lyra. "Pero el patrón energético coincide con experimentos de fusión molecular forzada. Alteran la esencia de las cosas, Elena. Y cuando se altera la esencia, el eco se propaga. En la materia, en el aire... en las personas."

Kai se inclinó hacia adelante, su mirada fija en ella. "Tienes que tener cuidado. Y él también. No se trata solo de secretos industriales o militares. Se trata de un equilibrio que está siendo quebrado. Tu amigo Michael podría ser la clave para entenderlo... o la primera víctima de una ruptura mayor."

El amanecer comenzaba a disipar la niebla, tiñendo el cielo de un naranja pálido. La visita de sus amigos había durado solo unos minutos, pero había cambiado todo. Ya no se trataba solo de la atracción hacia un hombre misterioso y herido. Se trataba de algo más grande. Un misterio que envolvía a Michael, al laboratorio, y que, de alguna manera, resonaba con la propia naturaleza de Elena.

Despidió a Kai y Lyra con un abrazo silencioso, prometiendo mantenerse alerta. Cuando cerró la ventana, la habitación ya estaba bañada por la luz del nuevo día. El "eco del amanecer" del que hablaba el título del libro no era solo una metáfora. Era real. Era el resonar de una verdad oculta que empezaba a aflorar, y Elena, junto a Michael, aunque él no lo supiera aún, se encontraban justo en el epicentro. Tomó su teléfono. Tenía que verlo otra vez. Tenía que encontrar la manera de llegar a él, antes de que el silencio de la bata blanca lo consumiera por completo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.