La luz blanca y estéril de la sala de espera de urgencias parpadeaba sobre Michael, acentuando cada sombra bajo sus ojos, cada línea de terror en su rostro. El mundo se había reducido a un zumbido sordo de intercomunicadores y al olor a desinfectante que le recordaba, de manera grotesca, al laboratorio. Elena estaba a su lado, en un silencio que no era incómodo, sino denso, cargado de una presencia calmante que era el único dique contra el pánico de Michael.
"Fue el estrés," murmuró él, más para sí mismo que para ella, frotándose el rostro con las manos. "La discusión... siempre le subía la presión..."
Elena lo miró, y en sus ojos no había el juicio que él esperaba, sino una tristeza antigua, un reconocimiento. "No fue solo el estrés, Michael," dijo suavemente. "Hoy, en la entrada... cuando ella se acercó a mí... sentí algo. Un frío que no era del aire. Una... fragmentación."
Michael la miró, desconcertado. ¿De qué estaba hablando?
Antes de que pudiera preguntar, una doctora se acercó. Su bata era impecable, su expresión, grave.
"¿Familia de Valeria Rojas?"
"Soy su prometido,"mintió Michael, poniéndose de pie de un salto. "¿Cómo está?"
"Estable.Ha sido un episodio de taquicardia severa inducido por una descarga adrenérgica masiva. Algo la alteró a un nivel fisiológico extremo." La doctora hizo una pausa, observando la palidez de Michael. "Pero hay algo más. Sus niveles de cortisol y otras marcadores de estrés celular están... fuera de cualquier parámetro normal. Es como si su sistema entero hubiera recibido una conmoción para la que no estaba preparada. Hemos tomado muestras para análisis más profundos."
Un nuevo tipo de frío, más profundo que el del miedo, se apoderó de Michael. Estrés celular. No eran términos que una doctora de urgencias usara a la ligera. Su mente, entrenada para buscar patrones, hizo una conexión instantánea y aterradora: la voz de Kraven en el teléfono. "Si el compuesto es demasiado volátil para el tejido orgánico..."
¿Era posible? ¿Era una locura? ¿Podía él, sin saberlo, haber sido un vector, haber llevado en su ropa, en su piel, algún residuo de esa "volatilidad" del laboratorio? El "vacío" del que hablaban los amigos de Elena... ¿no era solo una ausencia, sino una presencia activa y dañina?
Elena puso una mano sobre su brazo, como si sintiera el torbellino de sus pensamientos. "Michael, necesito que me escuches. Lo que pasó con Valeria no es un evento aislado. Es un síntoma."
"¿Un síntoma de qué?" su voz sonó ronca, quebrada.
"Del lugar donde trabajas. Es un nodo de disonancia. En el 'Jardín Cósmico' del que te hablé, todo es frecuencia y armonía. Una red de energía viva. Pero tu laboratorio... es un lugar donde esa red ha sido rasgada. Es un parásito en el tejido de la realidad. Y esa ruptura... se filtra."
De repente, las palabras de Elena, que antes le parecían metáforas poéticas, se volvieron terriblemente literales. Recordó las lecturas de sus otros proyectos, las historias que había esbozado sobre civilizaciones antiguas que vivían en cuevas no por primitivismo, sino por percepción. Gentes que, como Elena, sentían las "corrientes del mundo" y se refugiaban en el vientre de la tierra para escapar de "cielos envenenados" o "influencias corruptoras". Esas cuevas no eran simples agujeros en la roca; eran santuarios naturales, aislantes de una frecuencia hostil. ¿Era el laboratorio de Kraven la manifestación moderna de esa misma "influencia corruptora"?
"Estás diciendo que el trabajo de Kraven... está envenenando la realidad misma," susurró Michael, atónito al escuchar las propias palabras salir de su boca sin que le sonaran a locura.
"Están jugando con fuerzas que no comprenden. Intentan forzar una firma energética, un poder que encontraron o robaron, para sus fines. Pero es inestable. Como un sonido tan agudo que quiebra el cristal. Lo que le pasó a Valeria... fue un eco de esa ruptura. Ella estaba alterada, su campo energético debilitado por la ira, y la disonancia del lugar... resonó con ella. La quebró por dentro."
En ese momento, el teléfono de Michael vibró. Era un mensaje de un número desconocido.
"El Silencio observa. Tu novia está a salvo por ahora. No lo estará si vuelves a mirar donde no debes. Abandona el proyecto. Es tu única advertencia."
Se lo mostró a Elena, su mano temblorosa. "Kraven. Lo sabe. Sabe que estoy... inquieto."
Elena cogió el teléfono, y su mirada se posó no en la pantalla, sino en el aire que lo rodeaba, como si pudiera ver el rastro digital del mensaje. "No es solo Kraven. Es la misma disonancia. Se defiende a sí misma. Tiene una especie de... consciencia parásita."
La idea era monstruosa. No se enfrentaban solo a un hombre, sino a la consecuencia viviente de sus actos, a una fuerza que se alimentaba de la ruptura que causaba.
"¿Qué hacemos?" preguntó Michael, sintiéndose más pequeño y aterrado que nunca.
Elena se levantó, su figura delgada proyectando una sombra larga y decidida bajo la luz fluorescente.
"Nosotros no podemos hacer nada aquí.La medicina moderna tratará los síntomas de Valeria, pero no la causa. La causa está en ese laboratorio. Y para entender cómo combatirla, necesitamos una sabiduría diferente." Hizo una pausa, y sus ojos se encontraron con los de Michael con una intensidad abrumadora. "Necesitamos bajar. Necesitamos encontrar a los que nunca subieron."
Michael entendió. No se refería a bajar a la ciudad. Se refería a algo mucho más profundo. A las cuevas. A la gente de sus otras historias. A los que guardaban la memoria de cuando el mundo era un Jardín Cósmico intacto, y sabían cómo sanar sus heridas.
El peso del silencio se había transformado. Ya no era solo la presión de guardar un secreto. Ahora era el eco de un mundo fragmentado, un sonido roto que amenazaba con quebrar todo a su paso. Y su siguiente paso, lo supiera o no, no sería hacia adelante en el tiempo, sino hacia atrás, hacia las raíces más profundas de la tierra y la memoria, en busca de un antídoto para un veneno que no era físico, sino dimensional.