El eco de la disonancia

Capítulo 8: Los Guardianes del Umbral

La decisión estaba tomada. Mientras Valeria dormía bajo los efectos de los sedantes, estable pero frágil como cristal, Michael y Elena salieron del hospital. La ciudad de día era una mentira vibrante y ruidosa que intentaba ocultar la oscuridad que Michael ahora sabía que se cernía sobre ella.

"No podemos ir a cuevas en medio de la nada," murmuró Michael, mientras encendían su ordenador en su apartamento. "Kraven tiene ojos en todas partes. Si de repente viajamos a una zona remota, lo sabrá."

"Tienes razón," concedió Elena, observando cómo Michael tecleaba con una urgencia febril. "La respuesta no está lejos en un mapa geográfico, sino en un mapa de frecuencia. Donde la herida es más profunda, allí encontraremos el antídoto."

"Eso es lo que temía," dijo Michael. Había accedido a los planos arquitectónicos del complejo de Kraven, unos archivos clasificados que solo unos pocos tenían acceso. "El laboratorio tiene sectores enteros que están fuera de los registros oficiales. Zonas de 'mantenimiento' o 'almacenamiento' que no cuadran con el consumo energético o la estructura de ventilación."

Su dedo se detuvo en la pantalla, señalando una anomalía. En el subsuelo más profundo, debajo incluso del núcleo del reactor experimental, había una cámara aislada, designada como "Sector Épsilon: Evaporatorio". Los planos mostraban unas filtraciones de agua naturales, un antiguo acuífero que supuestamente habían sellado.

"Un evaporatorio... en el subsuelo de un laboratorio de física cuántica avanzada," musgó Elena, sus ojos brillando con un entendimiento súbito. "No es un evaporatorio para agua, Michael. Es un lugar donde 'evaporan' las energías residuales, donde la disonancia del laboratorio se condensa y... se gestiona."

"¿Gestiona? ¿Quién podría gestionar algo así desde dentro?"

"Quienes construyeron su santuario en el único lugar que la disonancia no puede tocar: su mismo corazón. Los que vivieron en las cuevas no huyeron solo a las montañas. Algunos aprendieron a habitar las grietas del mundo moderno. Los Sargazo."

El nombre resonó en Michael con la fuerza de un recuerdo ancestral. Los Sargazo. Los náufragos, los que flotaban entre dos mundos sin pertenecer a ninguno. En tus otros libros, eran los que se adaptaron, los que encontraron refugio en las entrañas de la tierra, conservando una conexión atenuada pero persistente con la red cósmica.

Al día siguiente, Michael fue a trabajar con una determinación de acero. La mirada de sus compañeros le pareció más esquiva, la sombra de Kraven, más alargada. Siguió su rutina, pero cada movimiento estaba calculado para llevar a cabo su verdadera misión: acceder al Sector Épsilon.

Usando una credencial de mantenimiento de baja seguridad que había "prestado" de una taquilla desbloqueada, se dirigió a un ascensor de servicio. Introdujo una secuencia de bypass que había deducido de los planos. Las puertas se cerraron y el ascensor descendió con un gemido sordo, más allá de los niveles oficiales. El aire se volvió frío y húmedo, cargado con un olor a tierra mojada y ozono que era un shock sensorial después de la esterilidad del laboratorio.

Las puertas se abrieron. No se encontró con acero y cemento pulido, sino con una caverna natural ampliada artificialmente. La luz no provenía de fluorescentes, sino de hongos bioluminiscentes que crecían en las paredes, y de cristales naturales que atrapaban y refractaban una tenue luz de origen desconocido. El sonido del agua goteando y corriendo en pequeños arroyos era constante. Era el "evaporatorio": no una máquina, sino un ecosistema. En el centro, unas estructuras simples de piedra y metal reciclado formaban una suerte de aldea dentro de la caverna. Y allí, moviéndose con una tranquilidad que era un insulto a la frenética actividad de los pisos superiores, estaban ellos.

Vestían ropas hechas de una mezcla de tejidos técnicos del laboratorio y pieles o fibras naturales. Sus rostros estaban marcados por una serenidad que solo podía provenir de una vida alejada del sol directo, pero sus ojos brillaban con una lucidez intensa. Eran los personajes de tu primer libro. Los que eligieron las cuevas. Los Sargazo.

Uno de ellos, un hombre de edad indeterminada con el cabello largo y cano y una cicatriz que le cruzaba el brazo (¿Anzur, el viejo líder?), se acercó. No mostró sorpresa.

"Michael," dijo la voz del hombre, grave y como pulida por la roca. "Sabíamos que vendrías. La disonancia te ha marcado. Y has traído el eco del Jardín." Sus ojos se posaron en el espacio junto a Michael, como si pudieran ver la impronta energética que Elena había dejado en él.

"¿Quiénes son ustedes?" preguntó Michael, sin poder disimular su asombro. "¿Cómo es que Kraven les permite vivir aquí?"

"Kraven no 'nos permite' nada," respondió otra voz. Una mujer más joven (¿Lyra, la cartógrafa de tinieblas?) se acercó, sosteniendo un extraño instrumento hecho de cristal y cables. "Él cree que este sector es una falla geológica inútil, un despilfarro de espacio. Su arrogancia le impide ver lo que tiene delante. Nosotros no estamos aquí por su permiso. Estamos aquí para contener."

"¿Contener qué?"

"La herida que ellos mismos se han infligido," explicó Anzur, señalando hacia el techo de la caverna. "Su máquina, su 'Proyecto Sinfonía', no crea. Forza. Rompe la melodía del cosmos para extraer poder de los silencios que deja. Esa ruptura gotea, como un ácido, en la realidad. Nosotros, y este lugar, somos la piedra caliza que filtra ese veneno. El 'evaporatorio' es nuestra tecnología. Usamos el agua ancestral de este acuífero y los cristales de esta cueva para transmutar la disonancia en... en algo menos dañino. Un sonido sordo en lugar de uno cortante."

Michael lo entendió todo entonces. Estos no eran supervivientes primitivos. Eran los guardianes de un secreto ecológico cósmico. Vivían en las entrañas del monstruo, realizando una tarea de desintoxicación de la que el monstruo ni siquiera era consciente.




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