El aire en la caverna de los Sargazo era tan denso que Michael sentía que podía saborear el tiempo; un sabor a piedra antigua, agua pura y paciencia. Frente a él, Anzur y Lyra no eran solo supervivientes; eran maestros de una ciencia tan antigua como olvidada.
"Kraven cree que domina la frecuencia universal," comenzó Anzur, su voz un susurro que se fundía con el goteo del agua. "Pero solo ha encontrado una nota, una nota poderosa pero discordante. La verdadera 'Sinfonía' no es una melodía que se impone, sino un equilibrio que se restaura."
Lyra extendió su mano. Sobre su palma descansaba un cristal bruto, similar a los que crecían en las paredes, pero en su interior pulsaba una suave luz áurea. "Este es un cristal armónico. No filtra la disonancia como hacemos en esta caverna... la recuerda. Guarda el eco de la frecuencia original, la que existía antes de que la máquina de Kraven rompiera el tejido sonoro."
Michael lo observó, fascinado. "¿Es una especie de... clave?"
"Es una semilla," corrigió Lyra. "Una semilla de la realidad correcta. Para que funcione, no puede ser simplemente colocada como una bomba. Debe ser activada por una resonancia igualmente pura."
Anzur clavó su mirada en Michael. "Tú has sido expuesto a la disonancia, pero también has sido tocado por la Harmonizadora, por Elena. Llevas su firma energética, un fragmento del Jardín dentro de ti. Eso te hace único. Eres un conductor, Michael. Puedes llevar esta semilla al corazón de la máquina y permitir que su frecuencia se expanda."
El plan era a la vez simple y aterradoramente complejo. No se trataba de destruir el reactor del Proyecto Sinfonía, sino de "reiniciarlo". Michael debía llegar a la cámara de contención principal y colocar el cristal en el punto exacto donde los haces de energía cuántica convergían. Al hacerlo, la frecuencia pura del cristal, amplificada por la propia máquina, se propagaría como un antivirus, sobrescribiendo la frecuencia discordante de Kraven y restaurando el equilibrio, al menos localmente.
"¿Y qué pasará entonces?" preguntó Michael, tomando el cristal. Era sorprendentemente cálido al tacto.
"La máquina fallará," dijo Lyra. "No explotará. Simplemente... se callará. Y en ese silencio, la herida comenzará a sanar. Los afectados por la disonancia, como tu novia, tendrán una oportunidad."
"Kraven no se rendirá solo porque su juguete deje de funcionar," advirtió Michael.
"No," afirmó Anzur con solemnidad. "Pero le quitarás su arma. Le demostrarás que su comprensión del universo es una caricatura. Y eso, para un hombre como él, es un golpe peor que la muerte física."
El entrenamiento comenzó entonces. No era un entrenamiento de fuerza o combate, sino de percepción. Lyra lo guió a través de meditaciones sonoras, enseñándole a sentir las vibraciones a su alrededor; el latido lento y profundo de la tierra, el zumbido agudo y enfermizo que bajaba del laboratorio, y la tenue pero persistente melodía del cristal en su mano.
"Debes afinar tu propio ser con el cristal," le explicó ella. "Cuando estés frente a la máquina, el ruido será ensordecedor. Si pierdes tu centro, el pánico te consumirá y fallarás. El cristal debe sentir en ti una extensión de sí mismo."
Horas después, Michael emergió del ascensor de servicio, de vuelta en los pulidos pasillos del complejo. El mundo le pareció más ruidoso, más agresivo. Podía sentir la vibración de la disonancia como un zumbido en sus muelas, un malestar sordo en la base de su cráneo. Llevaba el cristal escondido en un bolsillo interno de su bata de laboratorio, contra su pecho. Su calor era un recordatorio constante de su misión.
Al llegar a su terminal, encontró un mensaje urgente del sistema interno.
REUNIÓN DE SEGURIDAD GENERAL. AUDITORIO PRINCIPAL. 16:00 HORAS. ASISTENCIA OBLIGATORIA. - DIRECTOR A. KRAVEN.
El corazón le dio un vuelco. No era una coincidencia. Algo había cambiado. Kraven lo sabía, o al menos, sospechaba.
A las 16:00 en punto, el auditorio estaba abarrotado. Kraven subió al podio, con su impecable traje blanco, pero su habitual sonrisa de suficiencia había sido reemplazada por una fría severidad.
"Colegas," comenzó, su voz amplificada y gélida. "El Proyecto Sinfonía está en su fase más crítica. Estamos a punto de lograr una estabilización de la energía de salida que redefinirá la historia." Hizo una pausa dramática, escaneando la multitud. Sus ojos, como dos pedernales, parecieron pasar por encima de Michael. "Sin embargo, he detectado... interferencias. Ruido de fondo en los datos. Alguien, quizás sin entender las consecuencias, está introduciendo variables no autorizadas en nuestro ecosistema cerrado."
Michael contuvo la respiración. El cristal contra su pecho pareció latir con más fuerza.
"Algunos de ustedes," continuó Kraven, "han reportado malestares. Dolores de cabeza, insomnio, lo que mi equipo médico ha diagnosticado como 'estrés celular'." Una sonrisa cruel se dibujó en sus labios. "Es el precio del progreso. La sinfonía que estamos creando es tan poderosa que las notas débiles, las que no pueden mantenerse al ritmo, simplemente... se rompen."
Un silencio incómodo llenó la sala. Michael sintió una oleada de ira. Kraven no solo lo sabía, sino que lo celebraba. Lo veía como una purga natural.
"En las próximas 48 horas," anunció Kraven, "llevaremos a cabo la 'Prueba Final'. Aislaremos el complejo. Ninguna salida, ninguna comunicación externa. Quiero que todos sean testigos del amanecer de una nueva era. Y para asegurarme de que no hay más... interferencias..." Hizo una señal a un guardia de seguridad. "...revisaremos los niveles de resonancia basal de todo el personal."
Michael se quedó helado. Tenían un escáner. Iban a medir la firma energética de cada persona. Y él llevaba el cristal de los Sargazo, una fuente de resonancia completamente ajena a este lugar, en su bolsillo.
La fila para el escáner comenzó a formarse. No había forma de escapar. Michael podía sentir la mirada de Kraven sobre él, una presión casi física. Su mente raced. No podía deshacerse del cristal. Era la única esperanza para Valeria, para Elena, para todos.