El eco de la disonancia

Capítulo 10: Eco en la Niebla

Las luces azules del escáner parpadearon sobre Michael, barriendo su cuerpo con un zumbido apenas audible. Contuvo la respiración, concentrándose en la calidez del cristal contra su pecho, en la melodía silenciosa que Lyra le había enseñado a sentir. No era Michael quien atravesaba el arco, sino una única entidad, un ser compuesto de carne, voluntad y la frecuencia pura del cristal armónico. Por un instante eterno, las luces titilaron de forma errática, y el corazón de Michael se detuvo. Pero entonces, el zumbido cesó y las luces volvieron a su estabilidad azul. Un guardia hizo un gesto con la cabeza. "Puede pasar."

Una oleada de alivio tan intenso que casi lo dobló lo recorrió. Había funcionado. Sin mirar a Kraven, que observaba desde el podio con una ceja ligeramente arqueada, Michael se mezcló con la multitud que salía del auditorio. La prisión de la reunión había terminado, pero la prisión real del complejo acababa de comenzar. Tenía 48 horas.

No podía ir directamente a la cámara del reactor. Los protocolos de seguridad se triplicarían. Necesitaba un plan, un lugar donde esconderse y pensar. Y, aunque le pesaba admitirlo, no podía hacerlo solo. Recordó a Michelle, su compañera de laboratorio. Ella siempre había mostrado escepticismo hacia Kraven, una chispa de humanidad que los demás parecían haber apagado. Era un riesgo, pero uno necesario.

La encontró en el laboratorio de biociencias, analizando unas muestras de tejido con el ceño fruncido. Al verlo, sus ojos se abrieron ligeramente. "Michael. Estás pálido. ¿La reunión...?"

"Fue una advertencia, Michelle. Kraven lo sabe, o sospecha lo suficiente. Y va a llevar a cabo la Prueba Final en 48 horas. Si lo logra, todo esto..." Hizo un gesto vago, abarcando las paredes blancas y estériles. "...se convertirá en algo mucho peor."

Michelle lo miró, estudiando su rostro. "¿Qué has encontrado, Michael?"

Él no podía decírselo todo, no allí. "Una alternativa. Una manera de detenerlo sin que nadie salga herido. Pero necesito ayuda. Necesito... un lugar donde no me encuentren hasta que sea el momento."

Ella sostuvo su mirada durante un largo momento, la batalla entre la lealtad a su trabajo y a su conciencia librando una guerra silenciosa en sus ojos. Finalmente, suspiró. "Hay un antiguo módulo de almacenamiento de datos, en el subsector 7. Está prácticamente abandonado desde que centralizaron los servidores. Las cámaras de seguridad allí tienen un punto ciego."

Era más de lo que podía haber esperado. "¿Por qué me ayudas?"

"Porque tengo pesadillas desde que empezó la 'estabilización'", confesó en un susurro. "Y porque no quiero ser una 'nota débil' que se rompe."

Siguiendo sus instrucciones, Michael se escabulló hasta el subsector 7. El módulo era tan polvoriento y olvidado como ella había dicho. Se sentó en el suelo, apoyando la espalda contra una torre de servidores en desuso, la fatiga abrumándolo. Sacó el cristal, su luz áurea latiendo suavemente en la penumbra, un pequeño faro de esperanza. No sabía cómo iba a llegar al reactor. El plan era una locura.

No se dio cuenta de cuándo se quedó dormido. Soñó con el Jardín de Elena, con el sonido del agua y la sensación de paz. Soñó con Valeria, pero su rostro estaba borroso, distorsionado por la disonancia.

Un suave roce en su hombro lo despertó. Era Michelle. Había traído comida, agua y una manta.

"Pensé que podrías necesitar esto", dijo, su voz era un bálsamo en la fría soledad del módulo.

La gratitud lo inundó. En ese momento de extrema vulnerabilidad, la simple humanidad de su gesto fue más poderosa que cualquier discurso. Se sentaron juntos en el suelo, compartiendo la comida en silencio. La tensión de los últimos días, el miedo constante, la carga abrumadora... todo pareció fundirse en ese espacio reducido. Hablaron en susurros. Michael no le habló de los Sargazo, pero le habló de Valeria, de su enfermedad, de su desesperación. Michelle le habló de sus propias dudas, de su familia fuera del complejo, a la que no podía contactar.

Fue un acercamiento nacido del naufragio compartido. No hubo pasión ardiente, sino una necesidad profunda de consuelo, de sentir el calor de otro ser humano en la oscuridad que se cernía sobre ellos. Fue lento, torpe, un refugio encontrado en la tormenta. La manta que Michelle había traído se convirtió en su isla en el suelo frío, y en la penumbra, buscando un momento de paz antes del cataclismo, sus cuerpos se encontraron. No fue un acto de traición a Valeria, sino un grito silencioso contra la inhumanidad de Kraven, un recordatorio frágil y fugaz de que aún estaban vivos.

A la mañana siguiente, la luz de un monitor parpadeante los despertó. La realidad regresó con la fuerza de un martillazo. El cristal, que Michael había colocado a un lado, pulsaba con una luz más intensa, como si sintiera la proximidad de la máquina de Kraven.

Michelle se vistió en silencio, una tristeza serena en sus ojos. "No sé qué vas a hacer, Michael. Pero ten cuidado." Le apretó la mano y se fue, deslizándose por los pasillos antes del cambio de turno.

Michael se quedó solo, la culpa y la determinación librando una batalla en su pecho. Sabía que lo que había sucedido complicaría todo, pero no podía permitirse pensar en eso ahora. Tenía una misión.

Mientras tanto, en la habitación que compartía con Valeria en el ala residencial, la novia de Michael se despertaba con un dolor sordo en el cuerpo, pero con una claridad mental que no había tenido en semanas. La presencia de Michael en sus sueños había sido más vívida que nunca, una sensación de urgencia que traspasaba la niebla de la disonancia. Se levantó y, casi por instinto, revisó la terminal personal de Michael, buscando algún mensaje, alguna señal de que estaba bien.

No había mensajes. Pero en el historial de localizaciones del complejo, activado por su nivel de acceso de pareja asignada, vio algo extraño. La última señal registrada de Michael, antes de que el sistema se bloqueara por la reunión, no provenía de su laboratorio ni de los dormitorios. Provenía del antiguo módulo de almacenamiento del subsector 7. Y justo después de la hora de la reunión, otra señal, la de la tarjeta de acceso de Michelle, su compañera, había coincidido con la de él en ese mismo lugar durante toda la noche.




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