El eco de la disonancia

Capítulo 13: La Sombra de la Semilla

El universo se había reducido a un único punto de agonía y éxtasis. Para Michael, ya no existía el conducto metálico, ni la cámara en caos, ni siquiera su propio cuerpo. Solo era un canal, un conductor a través del cual fluía una sinfonía de luz pura y sonido primordial. El Cristal de la Semilla ya no era un objeto que sostenía; era una extensión de su nervio radial, y a través de él, sentía cada latido, cada parpadeo energético del Amplificador mientras este se desintegraba desde dentro.

No era una destrucción violenta, sino una descomposición. La frecuencia impuesta por Kravén, áspera y coercitiva, se deshilachaba como tela podrida al contacto con la resonancia armónica de la Semilla. Los cristales de cuarzo sintético del estabilizador, que antes latían con un rojo enfermizo, ahora brillaban con un blanco cegador antes de agrietarse, no por fuerza bruta, sino por una sobrecarga de coherencia para la que nunca fueron diseñados.

En la cámara principal, el mundo era un torbellino de sensaciones discordantes. La explosión de energía armónica había barrido el lugar como un tsunami silencioso. Las pantallas estallaban, los conductos vomitaban chispas, y el zumbido ensordecedor fue reemplazado por un gemido agónico de metal sometido a tensiones para las que no fue creado.

Kravén, despojado de su fría elegancia, forcejeaba contra Lyra con la desesperación de un animal acorralado. Pero su fuerza, aumentada por implantes y una voluntad férrea, no era rival para la técnica precisa y la conexión resonante de la Guardiana. Con un movimiento fluido, Lyra desvió un golpe, torció su brazo armado y el cristal que empuñaba tocó la frente de Kravén. No fue un impacto físico fuerte, pero una onda de energía sutil lo recorrió. Sus ojos se rodaron hacia atrás y su cuerpo se desplomó, inconsciente, quizá afectado por la misma disonancia que había intentado imponer.

Lyra no perdió un segundo. Corrió hacia Valeria, quien yacía jadeante, pero sus ojos, libres del velo de ira y dolor, seguían la danza de energías que serpenteaba por la cámara.

—Michael... —logró articular Valeria, su voz un hilo de aire.

—Lo sé —dijo Lyra, ayudándola a incorporarse. Su mirada se dirigió hacia la escotilla de servicio de donde emanaba la fuente de aquella luz purificadora.

Dentro del conducto, la voz de Aris Thorne resonó en la comlink de Michael, ahora clara, sin estática, como si hablara desde justo a su lado.

—¡Muchacho! ¡Michael! Debes separarte. La reacción en cadena es estable por ahora, pero la Semilla ha activado una protocolo latente en la red de resonancia. ¡Está buscando algo!

Pero Michael no podía oírlo. Su conciencia navegaba por las corrientes de la realidad. Vió fractales de ciudades olvidadas construidas con sonido, sintió el latir de planetas distantes como si fueran tambores en el pecho del cosmos, escuchó el susurro de la primera palabra jamás pronunciada. El Cristal de la Semilla no era una herramienta; era una biblioteca, un mapa, una llave para un lock que ni siquiera sabía que existía.

Y en medio de esa inmensidad, algo se movió.

No era la frecuencia de Kravén. Era algo más antiguo, más frío, infinitamente más vasto. Una presencia que observaba desde la oscuridad entre las estrellas, un vacío que devoraba la melodía. La energía armónica que Michael liberaba pareció tocar una fibra sensible en ese vacío, y una sombra de atención, minúscula pero inconcebiblemente pesada, se volvió hacia él.

Fue solo un instante, un parpadeo en su percepción expandida, pero fue suficiente. Un frío que congeló el alma se apoderó de él.

—¡¡MICHAEL!!

El grito de Lyra, amplificado por su propia resonancia y lleno de un terror visceral, lo arrancó de su éxtasis. La conexión se rompió.

Michael retrocedió como si lo hubieran golpeado, separándose del núcleo del estabilizador. El Cristal de la Semilla en su mano se atenuó, volviendo a su suave pulso azul, pero ahora se sentía diferente. Más pesado. Ya no era solo un foco; era un faro. Y algo, en la inmensidad del vacío, había respondido a su luz.

Jadeando, se arrastró fuera del conducto y cayó al suelo de la cámara principal, al lado de Lyra y Valeria. El lugar era un cementerio de tecnología humeante. En el centro, el Amplificador era una carcasa negra y retorcida, silenciosa por primera vez en años.

—¿Qué... qué fue eso? —preguntó Michael, temblando incontrolablemente, dirigiendo su mirada a Lyra—. Al final... sentí algo...

Lyra lo miró, y por primera vez, Michael vio un miedo genuino en los ojos de la Guardiana. No el miedo a un hombre como Kravén, sino el miedo a una leyenda, a una profecía oscura.

—No lo sé —susurró ella, su voz quebrada—. Pero la pureza de la frecuencia de la Semilla... es posible que haya trascendido el umbral local. Que se haya anunciado.

Desde los altavoces destrozados, la voz de Aris Thorne sonó, pero ya no con la seguridad de antes. Ahora había una urgencia febril, casi una culpa.

—He cometido un error de cálculo. Un error colosal. El Cristal no era solo la llave para desmantelar la abominación de Kravén. Es una baliza. Su energía coherente, liberada a esa magnitud, es un faro en la oscuridad para... otras cosas. Cosas que duermen en el tejido mismo de la resonancia universal.

Aris hizo una pausa, y el crujido de la estática parecía lleno de significado.

—Kravén no era el fin, solo un síntoma. Un niño jugando con fuego en la boca de una cueva. Y tú, Michael, acabas de encender una antorcha. Han oído el eco. Y ahora... ahora la Sombra sabe que estamos aquí.




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