El eco de la disonancia

Capítulo 15: El Refugio de las Sombras

El vehículo rugía a través de la carretera de montaña, devorando la oscuridad con sus faros. Cada curva era un alejamiento del epicentro del horror, pero Michael sentía que la pesadilla viajaba con ellos, en el maletero y en el cristal que ardía en su bolsillo.

Lyra consultaba un mapa digital obsoleto, su rostro iluminado por la tenue luz de la pantalla.

—Hay un lugar—dijo, marcando un punto al noroeste—. Un antiguo observatorio abandonado que la Orden usaba como puesto de escucha. Aris lo mencionó en sus diarios tempranos. Si está en cualquier lugar, será allí. Está en una zona de "silencio resonante".

—¿Silencio resonante? —preguntó Michael, con la vista fija en la serpiente de asfalto.

—Lugares donde el flujo de eco cósmico es naturalmente bajo. Donde el tejido de la realidad es... más grueso. La Sombra tendría más dificultad para manifestarse.

Un golpe sordo proveniente del maletero los sobresaltó. Kravén había despertado. Michael apretó el volante hasta que los nudillos se le pusieron blancos.

—¿Y qué hacemos con él? No podemos confiar en una palabra de lo que diga.

—No —asintió Lyra, con frialdad—. Pero su mente es un archivo de atrocidades. Y en una guerra, hasta la basura del enemigo puede ser reciclada como herramienta. Lo vigilaremos.

El viaje se convirtió en una pesadilla de vigilia. Las sombras de los pinos a los lados de la carretera parecían reptar, alcanzándolos con garras alargadas. En una ocasión, Michael juró ver una figura alta y delgada, de miembros imposiblemente largos, de pie en medio de la carretera. Pisó el acelerador a fondo y atravesó la ilusión, que se desvaneció como humo en el retrovisor, dejando tras de sí un regusto metálico en el aire.

Valeria dormitaba en el asiento trasero, agitada. De repente, se incorporó con un grito ahogado.

—¡Los ecos!—jadeó, sus ojos wide open pero sin ver—. No están en silencio... ¡cantan! Cantan una canción que deshace los bordes...

Lyra se volvió y tomó su mano, canturreando una nota baja y constante, una frecuencia de calma que los Guardianes usaban para anclarse. Poco a poco, Valeria se calmó, pero el terror no abandonaba sus ojos.

Al amanecer, llegaron al observatorio. Era una estructura cilíndrica y gris, semienterrada en la ladera de la montaña, cubierta de musgo y olvido. Parecía más un búnker que un lugar de ciencia.

Al sacar a Kravén del maletero, el hombre sonrió, un gesto torcido y lleno de desprecio.

—Corriendo a esconderse en la tumba de un muerto—escupió—. Thorne está podrido. Su conocimiento es una reliquia. Lo que viene no se detiene con teorías viejas.

—Cállate —lo amenazó Lyra, empujándolo hacia la pesada puerta de acero.

Dentro, el polvo danzaba en los rayos de luz que se filtraban por las claraboyas rotas. El lugar era una cápsula del tiempo: computadoras analógicas, esquemas de frecuencias cósmicas dibujados a mano en pizarras y, en el centro, una imponente estructura de antenas y espejos que apuntaba a un domo abierto.

Y allí, sentado en una silla de ruedas frente a una consola encendida con tubos de vacío, estaba Aris Thorne.

No era el holograma majestuoso del complejo de Kravén. Este era un hombre consumido por la edad y el conocimiento, envuelto en una manta, con la piel transparente y surcada de venas. Pero sus ojos, de un azul glacial, poseían una intensidad que hizo que Michael se detuviera en seco.

—Llegáis tarde —dijo la voz de Thorne, áspera como piedras que se frotan—. La firma resonante de la Semilla ha estado gritando a través de la ionosfera durante horas. Es como un faro en la niebla para Ellos.

Lyra dio un paso al frente, inclinando la cabeza en un gesto de respeto y urgencia.

—Maestro Thorne.La Sombra se manifestó. Kravén... lo desencadenamos.

Thorne miró a Kravén con una curiosidad distante, como a un insecto particularmente venenoso.

—Kravén fue solo el martillo que golpeó la campana.El sonido, la verdadera transgresión, la cometisteis vosotros. —Su mirada se posó en Michael, y fue como ser escaneado por un rayo X—. Tú. El músico. El canal impuro para una frecuencia perfecta. Interesante.

Michael sintió una oleada de frustración y culpa.

—No pedí esto.

—Nadie pide nacer, y sin embargo, aquí estamos —replicó Thorne—. La Semilla te eligió por una razón. Tu disonancia interior, tu conflicto, es un filtro único. La frecuencia pura, sin un filtro, habría incinerado a cualquier otro Guardián. Te salvó la vida y al mismo tiempo condenó a la nuestra.

La revelación golpeó a Michael como un puñal. Él no era un héroe accidental; era un recipiente defectuoso que había evitado su propia destrucción a cambio de desatar un mal mayor.

—¿Cómo lo detenemos? —preguntó Lyra, cortando al corazón del asunto.

Thorne giró su silla hacia la consola. En la pantalla, unas formas geométricas imposibles pulsaban en un ritmo lento y amenazador.

—No se"detiene". La Sombra es una condición, como la gravedad. Solo se puede contener. Los Antiguos, en su sabiduría desquiciada, crearon la primera barrera: el Muro de Silencio, una frecuencia de negación absoluta que los aisló en su dimensión de hambre. La Semilla fue la llave para ese Muro. Al activarla, no solo abristeis una puerta... debilitasteis los cimientos.

Kravén soltó una risa seca.

—¡Patrañas de un viejo!¡La Sombra no es un enemigo, es la evolución! Es el próximo paso. Quemará el ruido de este mundo y nos dejará limpios, puros, en el glorioso silencio.

Thorne lo ignoró por completo.

—Hay una forma—dijo, clavando sus ojos en Michael—. Podemos usar el mismo principio. No para reforzar el Muro, sino para crear una Cámara de Eco localizada. Una jaula de resonancia que encierre la manifestación de La Sombra en este plano, usando el Cristal como cebo y ancla.

—¿Una jaula? —preguntó Michael, con un mal presentimiento—. ¿Y cómo se hace eso?

Thorne hizo un gesto hacia la gran antena del centro de la sala.




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