El eco de la disonancia

Capítulo 16: El Precio del Eco

El silencio en el observatorio era más pesado que el acero que los rodeaba. La respiración de Michael se atoró en su garganta, un sonido áspero y ridículo ante la monumental sentencia que colgaba en el aire. El cristal en su palma ya no era cálido; era el frío núcleo de una estrella muerta, un peso que anclaba su destino.

—No —la palabra de Lyra cortó el aire como un cuchillo, dirigida a Thorne con una furia contenida—. No es un soldado. No es uno de los nuestros. No cargará con esto.

Thorne no se inmutó. Sus ojos glaciales permanecieron fijos en Michael.

—La elección no es tuya,Guardiana. Ni mía. La Física Resonante no negocia. El canal debe ser el mismo. Es la simetría de la culpa y la expiación.

Kravén soltó una risa burlona, un sonido desquiciado que resonó en la cúpula vacía.

—¡Miraos!Debatiendo sacrificios mientras el mundo se desmorona. El chico morirá por nada. La Sombra lo consumirá y luego vendrá por el resto. ¡Abrid los ojos! La sumisión es la única salvación.

Michael apenas lo oyó. Miraba a Lyra, su rostro marcado por la angustia y la lealtad, y a Valeria, que se abrazaba a sí misma, sus ojos vidriosos fijos en un punto más allá de la realidad. Vio sus vidas, tejidas con propósito y un deber que él nunca había pedido. Y luego vio su propia vida: una serie de acordes menores en habitaciones vacías, una huida constante de cualquier cosa que se pareciera a un compromiso real. ¿No era esto, de una manera horrible y retorcida, el compromiso definitivo? ¿La única nota final que realmente importaría?

—Michael —la voz de Lyra era un hilo de súplica—. No tienes que hacerlo. Buscaremos otra forma.

—No hay tiempo —rugió Thorne, golpeando el brazo de su silla con una debilidad frustrada—. Cada latido de ese cristal acerca a los Oyentes. ¿Crees que la manifestación en el complejo fue aterradora? Eso fue un susurro. La próxima vez será un grito que desgarrará la mente de esta ciudad, luego de este país. Se convertirán en ecos de sí mismos, puppets de carne y hueso para una voluntad hambrienta.

La descripción de Thorne no era una metáfora. Michael podía sentirlo, una presión en el borde de sus sentidos, como una nota sostenida que está a punto de romper un cristal.

—¿Y si... no es un sacrificio? —La voz de Valeria era un susurro áspero, proveniente de un lugar lejano. Todos se volvieron hacia ella. Sus ojos no se enfocaban en ninguno de ellos, sino en los patrones de energía que solo ella podía ver—. Thorne... dice que la jaula es un bucle de feedback... un eco que se cancela a sí mismo... pero... —Hizo una mueca de dolor, llevándose las manos a las sienes—. Los ecos... nunca se cancelan del todo. Solo se... transforman. Se dispersan. ¿Qué pasa con la energía? ¿Con la... intención?

Thorne la miró con un destello de algo que podría haber sido sorpresa, o irritación.

—La niña rota tiene un destello de perspicacia.La energía se disiparía en el sustrato resonante del planeta. Un dolor de cabeza cósmico menor comparado con la agonía que traerá La Sombra.

—O... —continuó Valeria, luchando por formar las palabras—. O se vierte en otra cosa. En otro... recipiente.

El plan de Thorne, por primera vez, pareció mostrar una grieta. Una duda.

Fue el momento que Kravén estaba esperando.

Con una fuerza que ninguno de ellos le creía capaz después de su derrota, se lanzó hacia adelante. No hacia Michael, ni hacia el cristal. Se abalanzó sobre la consola principal de Thorne, sus manos aferrando un par de cables expuestos que brillaban con una energía residual.

—¡No más debates! —gritó, y con una sonrisa de triunfo demente, cruzó los cables.

Una explosión de chispas y energía de retroalimentación resonante estalló desde la consola. Thorne gritó, una mezcla de dolor y rabia, mientras su silla era catapultada hacia atrás. Las luces parpadearon violentamente y murieron, sumergiendo la sala en una penumbra rota solo por las llamas que brotaban del panel de control.

—¡El campo de silencio! —gritó Lyra, desenfundando su arma—. ¡Lo ha destrozado!

Y entonces, lo sintieron.

El mismo frío absoluto, la misma presión mental insoportable que en el complejo de Kravén, pero esta vez diez veces más fuerte, más cercana. No estaban en un espacio blindado. Estaban en una montaña expuesta, y La Sombra había estado esperando, al acecho en los bordes del silencio resonante.

El aire se espesó, goteando una oscuridad que era más que la ausencia de luz. Las sombras en los rincones de la sala se alargaron, fluyendo como alquitrán hacia el centro de la habitación. El cristal en la mano de Michael estalló en un dolor agonizante, un frío que quemaba hasta el hueso, gritando su ubicación a la entidad que se acercaba.

—¡Michael! —gritó Lyra, apuntando a la masa de oscuridad que se coalescía.

Kravén se arrodilló, extendiendo los brazos.

—¡Ven!¡Ven a tu siervo! ¡Límpiame!

Thorne, tirado en el suelo, jadeó.

—La jaula...¡Deben activar la antena! ¡Ahora!

Era la peor opción posible. Era la única opción.

Michael miró la forma que se alzaba ante él. No era una figura, era la idea de la depredación, un vacío con dientes hechos de ecos negados. Sintió su mente aferrándose a la cordura, deshilachándose en los bordes.

"No es un héroe", se recordó. "Es un filtro. Un recipiente defectuoso".

Pero ese defecto, ese conflicto interno, era lo único que tenía.

En lugar de congelarse, corrió. No hacia atrás, sino hacia la gran antena en el centro de la sala.

—¡Lyra! —gritó—. ¡La consola auxiliar! ¡La que está junto a la pared! ¡Haz lo que él dijo!

Lyra lo miró, y en sus ojos vio el entendimiento completo, el horror y un orgullo desgarrador. Asintió, corriendo hacia un panel secundario que Kravén no había saboteado.

La Sombra se rio, un sonido que era el crujido de un millón de huesos de cristal. Se movió para interceptar a Michael.

—¡Yo no! —gritó Valeria. Se interpuso entre Michael y la oscuridad, no con un arma, sino con sus manos abiertas. Su cuerpo era una antena rota, y en su desesperación, hizo lo único que podía: transmitió. No una frecuencia de calma, sino el caos absoluto de su propia mente fracturada, el dolor de los ecos que la desgarraban.




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