El eco de la disonancia

Capítulo 18: El Canal Roto

El mundo se había reducido a un único, desgarrador gemido.

Para Valeria, era como intentar separar dos cuerdas de un violín fundidas en una sola, mientras el instrumento ardía en llamas. Su mente, un mosaico de percepciones fracturadas, era ahora la herramienta perfecta para una tarea imposible. Cerró los ojos y se sumergió en el mar de estática resonante que emanaba del centro de la sala.

No era un sonido, sino una textura. Una niebra espesa y viscosa hecha de puro dolor. Y en medio de ella, dos firmas chocaban en una guerra eterna.

Una era un agujero negro de hambre y arrogancia fría: La Sombra. La otra era un patrón errático, un cristal agrietado que se negaba a pulirse: Michael.

—Lo siento —murmuró Valeria, sus palabras dirigidas a Lyra, a Michael, al universo—. Es... muy denso. Sus ecos... se están mezclando.

Lyra no apartaba la mirada del punto donde Michael había desaparecido, su arma aún en alto, una amenaza inútil contra un enemigo que no tenía cuerpo.

—Sigue intentándolo.Encuentra una grieta. ¡Cualquier cosa!

Thorne, desde el suelo, soltó un bufido de desprecio.

—Estás acelerando la corrupción,Guardiana. Cada vez que la niña 'empuja', debilita la integridad de la jaula. Estás matando al chico más rápido y liberando más de esa pestilencia en el mundo.

—¡Cállate, viejo! —rugió Lyra, pero una parte de ella sabía que podía tener razón. Podía sentir una presión creciente en el aire, una estática mental que hacía que le costara pensar con claridad.

Dentro de la jaula, Michael sintió la intrusión.

No fue un sonido, ni una visión. Fue un cambio de presión en el tormento. Una sonda de calor en medio del frío absoluto. Era áspera, imperfecta, llena de un dolor que le resultaba vagamente familiar. Valeria.

La Sombra también lo sintió. Y reaccionó no con rabia, sino con un interés perverso y calculador. Comprendió la intención. En lugar de resistirse, cedió. Como un pulpo soltando una nube de tinta, permitió que la sonda de Valeria se acercara un poco más a la firma cacofónica de Michael.

...quieren salvarte... te extrañan... míralos, ahí fuera, libres... mientras tú cargas con el peso... no es justo...

El susurro venenoso de La Sombra se coló en el rastro de Valeria, usando su conexión como un caballo de Troya.

—¡Lo tengo! —gritó Valeria de repente, sus ojos se abrieron de par en par, llenos de un pánico triunfante—. ¡Tengo su patrón! Es... es débil, pero lo tengo. ¡Lyra, ahora!

—¿Qué debo hacer? —preguntó Lyra, desesperada.

—¡La antena! —jadeó Valeria, la nariz empezando a sangrar—. ¡Tienes que invertir el flujo! Solo por un microsegundo. ¡Crea una abertura de salida! Yo... yo lo empujaré hacia ella.

Lyra se abalanzó sobre la consola auxiliar. Sus dedos volaron sobre las teclas, buscando frenéticamente los controles de polaridad. Thorne había diseñado el sistema para contener, no para liberar. Era como intentar encontrar la forma de hacer que un agujero negro escupiera.

—¡Kravén! —gritó una voz ronca.

Era Thorne. Estaba mirando al fanático, que ahora se había puesto de pie. Las esposas yacían abiertas a sus pies, los mecanismos fundidos como si hubieran sido sometidos a un calor intenso. Los ojos de Kravén ya no eran humanos. Brillaban con una luz pálida y antinatural, y su sonrisa era una mueca de puro éxtasis maligno.

—El Maestro me habla —dijo Kravén, su voz un coro de susurros superpuestos—. Me ha mostrado el camino. Él no necesita escapar... solo necesita un mejor altavoz.

Se lanzó hacia Lyra.

Todo sucedió a la vez.

Lyra, dividida entre la consola y la amenaza inmediata, giró y disparó. El rayo de energía impactó en el hombro de Kravén, pero él apenas se inmutó, avanzando con una fuerza sobrehumana.

Valeria, en su trance, gritó.

—¡LYRA,YA! ¡La puerta! ¡Ábrela!

En la consola, Lyra encontró el comando. Un interruptor de emergencia etiquetado como "Purga de Contención". Sin pensarlo dos veces, lo activó.

La antena emitió un chirrido agónico. El vórtice de energía pálida parpadeó violentamente. Por una fracción de segundo, la jaula resonante se volvió opaca, y en su centro, Lyra pudo ver una figura indistinta, encorvada y temblorosa. Michael.

Y luego, el infierno se desató.

La inversión del flujo no fue limpia. Fue una explosión. Una onda de fuerza resonante pura, cargada con la esencia corrompida de La Sombra, estalló desde la antena.

El golpe arrojó a Lyra contra la pared. A Valeria la hizo gritar, desplomándose mientras un torrente de imágenes horribles—los miedos de Michael, el hambre de La Sombra—inundaba su mente.

Kravén, justo en el camino de la explosión, absorbió la peor parte. Su cuerpo se arqueó hacia atrás, y la luz en sus ojos estalló en un cegador destello blanco. No gritó de dolor, sino de triunfo.

—¡SÍ!¡MÁS!

Cuando la luz se desvaneció, Kravén ya no estaba. En su lugar, había una silueta humana hecha de sombra vibrante y estática palpable. Se había convertido en un Vaciado, un conductor puro para la voluntad de La Sombra. Giró su cabeza sin rasgos hacia Lyra y emitió un sonido que era la negación misma del sentido.

Thorne, desde el suelo, miró la escena con una mezcla de horror y una validación macabra.

—Lo ves...—tosió, escupiendo sangre—. El canal se ha roto. Y ha creado algo peor.

Pero entonces, algo se movió en el centro de la sala.

La antena estaba fundida, un montón de metal retorcido y humeante. Y junto a ella, arrodillado en el suelo, jadeando, estaba Michael.

Estaba de vuelta.

Pero no era el mismo.

Su piel estaba pálida, casi translúcida, como si la luz luchara por quedarse en ella. Sus ojos estaban abiertos, pero no reflejaban la luz de la sala; en su lugar, parecían pozos profundos llenos de la misma estática que había consumido a Kravén. Y cuando Lyra, tambaleándose, corrió hacia él, él levantó una mano para detenerla.




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