El eco de la disonancia

Capítulo 19: Simbiosis.

El silencio en el observatorio ya no era la simple ausencia de sonido. Era una presencia activa, un manto pesado que se enrollaba alrededor de cada respiración, cada latido del corazón. Y en el centro de ese silencio viviente estaba Michael.

Lyra lo observaba, cada uno de sus instintos de Guardiana gritando en alarma interna. Lo había recuperado, pero la forma en que se erguía—demasiado quieto, demasiado calculado—le helaba la sangre. No era la postura derrotada de un hombre liberado de un infierno, sino la evaluación fría de un depredador en un territorio nuevo.

—Michael? —pronunció su nombre como un hechizo, una plegaria para llamar a la humanidad que sentía deslizarse entre sus dedos.

Él giró la cabeza lentamente. Sus ojos, esos pozos de estática, se posaron en ella sin un rastro de reconocimiento cálido. Solo una curiosidad distante, analítica.

—Sigue aquí—dijo, y su voz era un susurro ronco que parecía llegar desde muy lejos—. Susurrando. Susurrando en los huecos que dejó el frío.

Valeria, temblando y pálida, se arrastró hacia una posición más erguida.

—No...no es solo un huésped. Es... una simbiosis forzada. Dos frecuencias enredadas en un mismo cable. Se están... reescribiendo.

Thorne, desde su rincón en el suelo, soltó una risa débil y burbujeante. El sonido era horrible, un presagio de muerte.

—Jaula...móvil. Jaula... consciente. —Jadeó, agarrando su pecho—. Es lo que... siempre... temí. No la destrucción... la... asimilación.

La mirada de Michael se desvió hacia Thorne. No hubo ira, ni resentimiento. Solo un interés clínico.

—Tú construiste la prisión—declaró Michael, y por un instante, Lyra creyó oír al hombre que había sido—. Pero no entendiste a tu prisionero. No se alimenta de silencio... se alimenta de eco. De respuesta. Yo... le doy una respuesta constante.

—¿Y qué le respondes, Michael? —preguntó Lyra, dando un paso cauteloso hacia él.

Por primera vez, algo parecido a una emoción cruzó su rostro. Una arruga de confusión y agonía.

—Le respondo...que no. —Apretó los puños, y las luces de la sala parpadearon levemente—. Es un 'no' eterno. Es el único sonido que me queda.

En ese momento, una oleada de frío repentino, diferente al del aire de la montaña, barrió la sala. No provenía de Michael, sino de la dirección en la que el Vaciado—el ex-Kravén—había huido. Una sensación de vacío que se expandía, de hambre que se saciaba en algún lugar lejano.

Michael se puso rígido. Sus ojos de estática se ampliaron.

—Está cazando—dijo, su voz ahora un susurro urgente—. Encontró un... grupo de silencio. Mentes quietas. Está convirtiéndolas en... extensiones. En repetidores.

—¿Puedes sentirlo? —preguntó Lyra, acercándose más, desafiando el aura de advertencia que ahora emanaba de él.

—No lo siento. Lo sé. Es como... saber que tu propia mano está mojada. —Miró a Lyra directamente, y por un destello, ella vio la desesperación absoluta en su profundidad—. Es parte de mí, Lyra. O yo soy parte de Ella. Ya no lo sé.

Thorne tosió violentamente, atrayendo su atención. La sangre manchaba su barbilla.

—Escuchen...—jadeó—. La Sombra... no es la primera. Es... una mancha. Una... infección de un organismo mayor. Un... orden... más allá de la frecuencia.

Sus palabras, entrecortadas por la agonía, eran más reveladoras que cualquier discurso que hubiera dado antes.

—¿Un"orden"? —presionó Lyra, arrodillándose a su lado—. ¿Thorne, qué quiere decir?

—Los... Arquitectos Silenciosos... —la voz de Thorne se desvaneció hasta casi desaparecer—. Ellos... tejieron la realidad. La Sombra es... una hebra rota... que se enredó. Una... nota disonante que se volvive... consciente.

Michael dio un paso hacia Thorne, moviéndose con una fluidez que no era del todo humana.

—Y la jaula...¿fue idea tuya? ¿O solo estabas siguiendo un patrón? ¿El patrón de ellos?

Thorne miró a Michael con una mezcla de odio y un respeto mortal.

—Solo...un eunuco... protegiendo el harén de un dios... al que nunca... verá. —Su pecho se elevó en un último y profundo suspiro—. Tu disonancia... no es un error, chico. Es una... herejía. Y las herejías... o se extinguen... o... cambian... todo.

Con esa última y críptica advertencia, la luz de los ojos de Alistair Thorne se apagó. El arquitecto del sacrificio había muerto, llevándose consigo la mitad de las respuestas y todas las preguntas correctas.

La muerte de Thorne pareció resonar en Michael. Se estremeció, llevándose una mano a la sien.

—El Vaciado...se fortalece. Cada mente que... consume, me debilita a mí. Le da más... voz dentro de nuestra jaula compartida.

Lyra entendió entonces la verdadera naturaleza de su misión. Ya no se trataba solo de contener una fuga. Se trataba de una guerra civil dentro de una entidad cósmica fracturada, librada en el campo de batalla de la mente de un hombre.

—Entonces lo matamos —declaró Lyra, su voz recuperando la firmeza de Guardiana. Se puso de pie, mirando a Michael no como a un monstruo, sino como a un soldado en la línea del frente—. Cortamos esa extensión. Debilitamos a La Sombra... para fortalecerte a ti.

Michael la miró, y esta vez, el reconocimiento fue claro y doloroso.

—No sé si lo que quede después...seguiré siendo yo, Lyra.

—No importa —mintió ella, con una convicción que no sentía—. Mientras puedas decir 'no', eres Michael. Mientras puedas luchar, seré tu Guardiana.

Valeria, usando la pared para ponerse de pie, asintió con la cabeza. Su mirada estaba nublada por el dolor, pero clara en su propósito.

—Puedo...rastrear el vacío que deja. Es una herida en el mundo. Yo... soy una herida similar. Puedo seguirlo.

Michael asintió lentamente. Cuando habló, su voz era un susurro cargado de la fuerza de dos voluntades, la humana y la parásita, alineadas por un instante en un objetivo común: la supervivencia.

—Entonces, cacemos.




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