El eco de la disonancia

Capítulo 20: La Disonancia Final

Encontraron al Vaciado en el corazón de la antigua planta hidroeléctrica, donde la maquinaria oxidada y los transformadores carbonizados se alzaban como un altar para su transformación. El aire zumbaba con un silencio activo y agresivo, y a sus pies, los secuaces de Kravén—ahora poco más que autómatas de piel y hueso con ojos vacíos—movían piezas de metal con una sincronía espeluznante, construyendo algo que emanaba pura distorsión.

Era un resonador. No para contener, sino para amplificar. Para proyectar la frecuencia de La Sombra y tejerla en la propia realidad, creando un mundo de ecos y reflejos, sin la molestia de la voluntad individual.

—No podemos dejar que active eso —susurró Valeria, temblando como una hoja. Cada pulso de energía silenciosa del artefacto era un clavo en su mente ya dañada.

Michael estaba de rodillas, agarrado la cabeza. Sudor frío le cubría la frente.

—Él...Yo... está aquí. Siente nuestra presencia. Nos está llamando.

Lyra puso una mano en su hombro. Era como tocar un cable de alta tensión.

—Michael,céntrate en mí. En mi voz. Es real.

Él alzó la vista, y en sus ojos la estática libraba una guerra civil. Por un momento, fue el hombre que ella conocía.

—Lyra,cuando actúe... no podré contenerme. Tienes que ser el ancla. Tienes que... recordarme quién soy.

Antes de que pudiera responder, el Vaciado se giró. Donde antes estaba el rostro de Kravén, ahora solo había un pozo de negro puro, salpicado por destellos de recuerdos robados. Su voz no era un sonido, sino una imposición directa en sus mentes.

~¿Regresas a la unidad, fragmento errante?~ La voz era el Michael del Vaciado, pero desprovisto de toda lucha, de todo "no". Era la aceptación total. ~Tu disonancia es innecesaria. Únete a la simetría final.~

—¡Mi disonancia es lo que me hace yo! —rugió Michael, levantándose. La energía de La Sombra brotó de él, una onda de fuerza pura que desintegró a dos de los autómatas que se acercaban.

Fue la señal para el caos.

Lyra se movió como un torbellino, su rifle de asalto escupiendo fuego real en un mundo que se desmoronaba ante lo irreal. Cada disparo era un punto de anclaje en la realidad, un recordatorio de las reglas del mundo que estaban defendiendo. Valeria, con lágrimas de dolor recorriendo sus mejillas, se concentró en el resonador. Su mente, afinada al daño, podía sentir sus puntos débiles, las costuras en la frecuencia donde podía ser desgarrado.

—¡El condensador principal! —gritó—. ¡En la base!

Michael y el Vaciado se enfrentaron en el centro de la sala, un duelo de titanes que era, en esencia, un espejo luchando contra su reflejo. No había golpes físicos, sino explosiones de voluntad. Con cada embate, Michael retrocedía, y la estática en sus ojos ganaba terreno.

—¡LYRA! —gritó, su voz distorsionándose en un chirrido electrónico.

Lyra corrió hacia él, esquivando los ataques de los autómatas. Le agarró la cara, forzándolo a mirarla.

—¡Michael!¡Recuerda! ¡El frío del observatorio! ¡El sonido de mi voz cuando te encontré! ¡Tu "no"! ¡Tu terquedad! ¡Eso eres tú!

Por un instante, la estática retrocedió. Él jadeó, y fue solo Michael.

—No puedo vencerlo...solo puedo... llevármelo conmigo.

Comprendió entonces. No se trataba de ganar. Se trataba de un empate. Un silencio mutuo.

—¿Cómo?

—El resonador... —dijo él, con una calma aterradora—. Puedo redirigirlo. En vez de proyectar, puede crear un colapso. Un Gran Silencio. Un vacío que lo consuma todo... a Ella, a su extensión... y a mí.

—¡No! —gritó Lyra—. ¡Hay otra manera!

—¡No la hay! —La voz de Michael era de una claridad absoluta, la claridad de quien ha tomado la última decisión—. Es la única disonancia lo suficientemente fuerte. La negación final.

El Vaciado, sintiendo el peligro, se abalanzó sobre ellos. Valeria, con un grito desgarrador, concentró todo su dolor residual en un solo punto del resonador. Una grieta apareció en su estructura, y un zumbido ensordecedor llenó la sala.

—¡Ahora, Michael!

Lyra lo miró a los ojos por última vez. Vio al hombre, al amigo, al soldado. Y asintió, con el corazón destrozado.

Con un último suspiro de despedida, Michael se liberó de su abrazo y se lanzó hacia el resonador, abrazándolo. Canalizó toda la esencia de La Sombra, toda su propia lucha, toda su disonancia, en el núcleo dañado de la máquina.

Por un segundo, el mundo se detuvo.

Luego, un silencio.

No el silencio amenazador de La Sombra, sino un silencio profundo, pacífico y primordial. Como la nieve cayendo en un bosque a medianoche. Como el espacio entre dos latidos del corazón.

El Vaciado se desvaneció, no con un estallido, sino con un suspiro, su existencia borrada de la realidad. La onda de silencio se expandió, limpiando la distorsión, apagando la estática en los ojos de los autómatas, que cayeron inertes al suelo.

En el centro, donde estaba el resonador y Michael, no quedaba nada. Solo un círculo de suelo perfectamente limpio y quieto.

La Sombra había sido silenciada.

Lyra se desplomó, agotada, vacía. Valeria se arrastró hasta su lado, y juntas contemplaron el lugar donde su amigo había hecho su último sacrificio.

—¿Se fue? —preguntó Valeria, su voz un hilo de voz.

—No —respondió Lyra, con una lágrima recorriendo su mejilla sucia—. Se convirtió en el silencio. En el eco que nos protege.

Días después, Lyra se encontraba de pie en el mismo lugar. La amenaza había cesado. Thorne estaba muerto, Kravén y su legado, borrados. Michael... era una ausencia que pesaba más que cualquier presencia.

Valeria se acercó, más tranquila ahora que el zumbido constante en su mente se había aquietado.

—El silencio...es diferente ahora. Ya no duele.

Lyra asintió. El mundo seguía girando, pero algo fundamental había cambiado. La herejía de Michael, como había dicho Thorne, lo había cambiado todo. No con destrucción, sino con un acto final de negación tan puro que se había convertido en una nueva ley.




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