El aire se sentía más ligero. Por primera vez en mucho tiempo, el mundo no vibraba con una tensión incontrolable. La magia seguía siendo poderosa, pero ya no era inestable ni peligrosa.
Después de la batalla final, el grupo regresó al campamento para comenzar una nueva etapa. No como guerreros en una guerra interminable, sino como sobrevivientes de un conflicto que había cambiado todo.
Para Nya, la paz era algo extraño.
Por años, su vida había girado en torno a entender y resistir la magia alterada, a luchar contra el Eco y su influencia. Ahora, sin esa amenaza constante, tuvo que aprender a vivir sin la guerra.
Y lo mismo pasaba con Cael.
Solo que él lo tenía claro desde el principio.
Después de semanas ayudando a reorganizar el campamento y asegurarse de que la magia en el mundo estaba en equilibrio, Nya y Cael tomaron una decisión.
—No quiero quedarme aquí para siempre —admitió Nya una noche, mientras miraban las estrellas.
Cael sonrió.
—Yo tampoco.
Ella lo miró con curiosidad.
—¿En serio?
Cael asintió y tomó su mano.
—Pasamos tanto tiempo peleando que nos olvidamos de vivir. Quiero ver el mundo que ayudamos a salvar… y quiero hacerlo contigo.
Nya sintió un calor en el pecho.
—¿Estás diciendo que quieres que viajemos juntos?
Cael apretó su mano con suavidad.
—Estoy diciendo que quiero estar contigo, Nya. Donde sea. Como sea.
Ella bajó la mirada con una sonrisa tímida.
—Nunca hemos hablado de esto… de nosotros.
Cael se rió.
—Siempre estuvimos en medio de un caos mágico. No era fácil tener citas cuando la realidad estaba colapsando.
Nya rodó los ojos, pero su sonrisa se mantuvo.
—Supongo que no.
Él se puso serio de repente.
—No sé qué venga después, pero quiero descubrirlo contigo.
Ella lo miró a los ojos, viendo en ellos la misma seguridad que siempre había sentido a su lado.
Y por primera vez, dejó que su corazón respondiera antes que su mente.
Se inclinó y lo besó.
Cael se sorprendió al principio, pero no tardó en corresponder. Fue un beso suave, lleno de promesas no dichas.
Cuando se separaron, Nya suspiró.
—Me gustaría ver el mundo contigo.
Cael sonrió.
—Entonces vámonos.
Durante el siguiente año, Nya y Cael viajaron juntos por diferentes territorios, viendo de primera mano cómo el mundo se ajustaba a la nueva magia.
A veces se quedaban en pequeñas aldeas, ayudando a restaurar lugares afectados por la distorsión. Otras veces, simplemente disfrutaban del paisaje, sin preocuparse por el destino.
Fue en uno de esos viajes que Nya se dio cuenta de algo.
Estaban construyendo algo juntos.
No solo una relación.
Un hogar.
Cuando volvieron al campamento de Lunara después de su viaje, Kieran se burló de ellos.
—Así que, ¿finalmente regresaron de su luna de miel?
Nya cruzó los brazos.
—No fue una luna de miel.
Cael, en cambio, sonrió.
—Todavía.
Nya le dio un codazo en las costillas, pero él solo se rió.
Lunara observó a su hija con ternura.
—Se ven felices.
Nya miró a Cael, quien le devolvió la mirada con complicidad.
—Lo somos.
Tiempo después, Cael y Nya decidieron establecerse en una pequeña aldea cerca del bosque, donde la magia alterada seguía fluyendo en equilibrio.
Allí construyeron una casa, no solo para ellos, sino para todos aquellos que buscaban entender la nueva magia del mundo.
No pasó mucho antes de que su familia creciera.
Cuando Nya supo que estaba esperando un hijo, la noticia la tomó por sorpresa, pero cuando se lo dijo a Cael, él la abrazó con tanta fuerza que supo que todo estaría bien.
—Vamos a ser una familia —susurró él.
Y en ese momento, Nya comprendió que, aunque su viaje había comenzado en la oscuridad, había encontrado su luz.
Había encontrado su hogar.
FIN.