Alondra siempre había pensado que el silencio tenía forma.
No era una idea bonita ni poética; era más bien incómoda, como una habitación mal iluminada. El silencio pesaba. A veces crujía. Otras, respiraba. Y esa tarde, mientras el sol se deshacía detrás de las colinas de Lumeria, el silencio la estaba observando.
—No vuelvas tarde —le había dicho su madre, sin mirarla—. El viento anda raro.
Alondra había asentido, aunque no creía en advertencias vagas. El viento siempre andaba raro en Lumeria. Susurraba nombres, arrastraba hojas que no caían de ningún árbol cercano y, si uno se detenía a escucharlo con demasiada atención, podía jurar que tarareaba.
Ahora estaba sola en el sendero de piedra blanca, con las botas cubiertas de polvo y una sensación incómoda en el pecho. No miedo. Expectativa.
El Santuario Caído apareció entre los árboles como una herida vieja: columnas partidas, símbolos borrados a medias y un arco central inclinado, como si se hubiera cansado de sostener el cielo.
—No pasa nada —murmuró Alondra para sí—. Solo piedras.
Pero cuando dio el primer paso dentro del santuario, el mundo respiró.
No fue un sonido. Fue una vibración.
Un eco que no viajaba por el aire, sino por ella.
Alondra se llevó la mano al pecho. El corazón le latía demasiado lento.
Entonces escuchó la voz.
No una voz clara, no palabras completas. Era como oír una canción a través del agua: fragmentos, emociones, una certeza imposible de explicar.
“…no olvides…”
Retrocedió un paso.
—Bruno diría que me volví loca —susurró.
El eco se intensificó. El suelo bajo sus pies se iluminó tenuemente, revelando marcas antiguas que nadie había logrado traducir jamás. Marcas que ahora parecían reconocerla.
Alondra no gritó.
No corrió.
Se arrodilló.
Porque, de algún modo inexplicable, sabía que si se iba, algo del mundo se iría con ella.
Y sin entender por qué, por primera vez en su vida, cantó.
No una melodía aprendida.
No una canción conocida.
Era un canto torpe, quebrado, nacido del miedo… y del deseo desesperado de que el mundo no se deshiciera.
El santuario respondió.
Muy lejos de allí, alguien abrió los ojos y sonrió.
El eco había despertado.