El eco de las almas

Los cuadros hablan en otro idioma

El día siguiente amaneció gris.

Amara no podía dejar de pensar en el hombre del café, en el cuadro, en la fecha que no tenía sentido.

Llevaba años enfrentando cosas que no sabía explicar, pero esta vez no era un presentimiento: era una advertencia del alma.

Decidió volver a la galería.

Necesitaba respuestas.

Cuando entró, el lugar estaba vacío. Solo el eco de sus pasos y el olor a óleo fresco.

En el fondo, una nueva pintura reposaba sobre un caballete.

No tenía firma todavía.

Era ella, otra vez. Pero esta vez, con lágrimas.

Y en el borde inferior del lienzo, escrito con una caligrafía fina, una frase en francés:

«Nos âmes se souviennent, même quand nos corps oublient.»

Nuestras almas recuerdan, incluso cuando nuestros cuerpos olvidan.

Amara sintió que el aire le faltaba.

No sabía francés. Nunca lo había estudiado.

Pero entendió perfectamente lo que decía.

Detrás de ella, la voz de Elías rompió el silencio.

—No sé por qué escribí eso. Solo… salió.

Ella giró lentamente.

—¿Dónde aprendiste esa frase?

—No lo sé. Apareció en mi mente mientras te pintaba. Como si alguien me la dictara.

Hubo un instante de silencio cargado de algo invisible, algo que dolía y atraía al mismo tiempo.

Entonces, Elías caminó hacia un viejo portafolio y sacó un papel doblado, amarillento.

—Mira esto. Lo encontré hace años en una casa abandonada, en Panamá.

Era una carta. La tinta casi borrada, pero aún legible:

«Je t’ai cherché dans chaque vie, sans jamais te reconnaître à temps.»

Te he buscado en cada vida, sin reconocerte a tiempo.

Amara la sostuvo con manos temblorosas. Su respiración se quebró.

—Esa… esa letra… —susurró— la he visto antes.

—¿Dónde?

—En un sueño.

Sus ojos se encontraron. Y por primera vez, el miedo se mezcló con certeza.

Nada de lo que estaban viviendo era nuevo.

Era solo la continuación de algo antiguo.

Elías se acercó un paso más.

—¿Y si esto no es coincidencia?

Amara lo miró, con lágrimas contenidas y voz temblorosa.

—Entonces significa que no estamos vivos por primera vez.

Elías sonrió con tristeza.

—L’amour ne meurt pas, il change de visage.

—¿Qué dijiste? —preguntó ella.

—Que el amor no muere, solo cambia de rostro.

Y esa fue la primera vez que ambos lo sintieron claramente:

no era el inicio de una historia.

Era el regreso de una que nunca terminó.



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En el texto hay: temas variados, persojanes

Editado: 06.10.2025

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