El eco de las almas

El eco del retrato

Elías no había dormido.

Desde que vio el reflejo de Amara en aquella pintura antigua, algo dentro de él se quebró.

Había tratado de seguir con su rutina, pero los sueños lo perseguían:

la plaza, el muelle, el beso robado entre el caos.

Amara, por su parte, comenzó a notar que sus sueños eran cada vez más vívidos.

No solo veía rostros del pasado: sentía el calor del aire panameño, el roce de las manos, el miedo de perderlo todo.

Y lo más perturbador: recordaba haber muerto.

Recordaba el disparo.

Recordaba su nombre en aquella otra vida: Isabella.

Esa mañana, llegó a la galería decidida a enfrentar lo que fuera que los unía.

Elías estaba ahí, observando una pintura que no recordaba haber terminado.

Una escena del siglo XIX…

Ella —Isabella— y él, abrazados, con la ciudad de Panamá al fondo.

—Esto… esto no puede ser real —murmuró Amara.

—Tampoco puedo explicarlo —respondió Elías—. Pero lo soñé anoche… exactamente así.

El silencio entre ellos pesaba.

Era como si el tiempo se doblara, trayendo consigo el mismo amor y el mismo miedo de otra vida.

Amara se acercó, y por un instante el ambiente cambió.

La luz se volvió más cálida, las sombras del cuadro parecieron moverse.

Un murmullo cruzó la sala, un susurro apenas audible:

“Recuerden lo que no pudieron terminar.”

Elías la miró con los ojos encendidos de algo que mezclaba deseo, confusión y certeza.

—Esto no es coincidencia, Amara.

—Lo sé —respondió ella, casi en un suspiro—. Pero me asusta.

Antes de poder decir más, la galería entera tembló.

Un marco cayó al suelo, rompiéndose en pedazos.

Y detrás del lienzo, encontraron una segunda pintura…

más antigua, más oscura, firmada con una sola palabra: “Isabella”.

Elías la tomó con manos temblorosas.

—Esta obra… tiene más de cien años. ¿Cómo puede tener tu rostro?

Amara dio un paso atrás.

Las lágrimas comenzaron a llenarle los ojos mientras la memoria regresaba de golpe:

el muelle, el disparo, el beso, y su promesa:

“Nos volveremos a encontrar.”

Entonces lo comprendió todo.

Su alma no solo lo buscó a él.

Buscó terminar la historia que el destino interrumpió.

Pero mientras ambos intentaban asimilarlo, una figura desconocida apareció en la entrada de la galería.

Un hombre de traje oscuro, con un sobre en la mano.

—Señor Elías Montenegro —dijo con voz firme—, esto le pertenece.

—¿Quién es usted? —preguntó Elías.

—Digamos que… alguien que sabe demasiado de ustedes dos.

Le dejó el sobre y se fue sin mirar atrás.

Dentro había una sola hoja, escrita a mano, con tinta antigua:

“El pasado siempre cobra lo que le deben.

No todos los amores renacen impunes.”

Amara sintió un escalofrío.

Elías la miró, y ambos supieron que lo que los unía también podría destruirlos.



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En el texto hay: fantacia, temas variados, persojanes

Editado: 29.10.2025

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