La galería había quedado en silencio después de la visita del desconocido.
Elías sostenía la carta en sus manos, y podía sentir cómo el papel temblaba con su propio pulso.
Amara lo observaba, intentando contener el caos que le hervía por dentro.
El miedo, la atracción, el reconocimiento del alma… todo se mezclaba como una tormenta imposible de detener.
—Esto no puede ser una coincidencia —murmuró ella.
—No lo es. —Elías levantó la mirada—. Ese hombre sabía algo. Tal vez… de nosotros.
Ella quiso responder, pero el temblor en su voz la delató.
Las visiones seguían llegando, cada vez más reales, más vívidas.
En cada una, él moría por protegerla.
Y en cada vida, ella lo perdía por no haber dicho a tiempo lo que sentía.
Esa noche, Amara fue al estudio de Elías.
No podía soportar la distancia, ni la incertidumbre.
Lo encontró pintando, la luz cálida bañando su rostro, el sonido suave del pincel rompiendo el silencio.
—No puedo fingir más —dijo ella, desde la puerta.
—¿Fingir qué? —preguntó él, aunque su voz ya temblaba.
—Que no te recuerdo. Que no te siento. Que no te he amado en cada vida.
Elías dejó caer el pincel.
En un solo paso estuvo frente a ella.
Sus miradas se cruzaron con una intensidad que dolía.
El tiempo pareció quebrarse, y por un instante, el siglo XIX y el presente se superpusieron.
Ella —Isabella— con el vestido blanco del pasado.
Él —Elías— con la sangre del último día en el puerto.
Y ahora, frente a frente, en este tiempo, con la misma alma temblando.
—Cada vez te pierdo —dijo él con voz ronca—. Y cada vez vuelvo a encontrarte.
—Entonces no me pierdas esta vez —susurró ella.
Él la tomó de la cintura, y sus labios se encontraron en un beso que no fue solo deseo:
fue reencuentro, dolor, memoria y promesa.
El aire se volvió denso, la pintura húmeda del estudio empezó a gotear como si el arte mismo llorara su historia.
Amara temblaba entre sus brazos, no de miedo, sino de reconocimiento.
Todo su cuerpo recordaba lo que su mente había olvidado:
el calor de su piel, la forma en que la protegía, la mirada que no mentía.
—Si el pasado quiere cobrarnos, que lo haga —dijo ella, apenas respirando—. Pero esta vez, no te soltaré.
Él la miró con la desesperación de quien ha esperado siglos por esa frase.
—Entonces prepárate —respondió—. Porque lo que viene… no es solo amor. Es todo lo que fuimos. Y todo lo que nos quitó.
El viento sopló con fuerza, la ventana se abrió sola, y en la mesa cayó el sobre.
Dentro, la hoja escrita se había transformado.
Ahora tenía una nueva línea, escrita con tinta roja:
“El ciclo ha comenzado.
Si el amor renace, también renace la deuda.”
Amara apretó su mano.
Elías la miró con fuego en los ojos.
Y sin palabras, ambos supieron que el amor los unía, pero el destino los estaba cazando