El sol de la mañana se filtraba por la ventana del taller de Elara, proyectando largas sombras sobre los planos y el diario de su bisabuelo. La luz revelaba el polvo dorado que flotaba en el aire, partículas de tiempo suspendidas en la quietud de la mañana. Elara había pasado la noche en vela, repasando cada palabra escrita por Silas Croft. La revelación de la "Armonía" y el juramento roto había reordenado su mundo. La torre del reloj ya no era solo una máquina que debía arreglar; era el centro de una antigua leyenda, un secreto que su familia había guardado por generaciones.
La ciudad dormía, ajena al peso de la historia que yacía en el interior de la torre. El silencio del reloj se sentía más ominoso ahora, no como un simple fallo mecánico, sino como la manifestación de un castigo. Las amenazas del alcalde Thorne resonaban en su mente, la urgencia de su misión se hacía cada vez más clara. No podía fallar. La supervivencia de Oakhaven dependía de ella.
Pero, como su bisabuelo había sugerido, no podía hacerlo sola. Necesitaba ayuda. Y la única persona en todo Oakhaven que podría entender la verdadera magnitud de lo que había descubierto era el historiador, Leo. Se rumoreaba que era un hombre de lógica y hechos, pero su interés en las leyendas de la torre sugería una mente abierta a lo inusual.
Elara se puso de pie, su cuerpo protestando por la falta de sueño. Se lavó la cara en un pequeño lavabo en su taller y se ató el pelo en una coleta. Se cambió su mono de trabajo por ropa más adecuada para la ciudad y guardó el diario de Silas Croft en una bolsa de lona. El diario era su mapa, su guía. No lo dejaría desatendido.
Al bajar los escalones, la torre se sentía diferente. Cada escalón de madera crujía bajo sus pies, y las paredes de piedra parecían susurrar historias de siglos pasados. Elara se dio cuenta de que había vivido en la torre toda su vida sin conocer su verdadero propósito. Había sido la guardiana del tiempo, pero no del alma de la torre.
El café "El Reloj de Arena" era el punto de encuentro no oficial de Oakhaven. Era un lugar con un aroma a café recién molido y panecillos dulces, un refugio para los chismosos y los que buscaban un poco de compañía. Elara rara vez visitaba el lugar. Le resultaba demasiado ruidoso, demasiado lleno de gente. Pero hoy, su necesidad de encontrar a Leo superaba su aversión a las multitudes.
Lo encontró sentado en una mesa en la esquina, con una taza de café humeante y un cuaderno de bocetos. Leo no era lo que Elara había imaginado. Su apariencia era más bien la de un aventurero, no la de un académico. Su cabello castaño rizado estaba despeinado, como si el viento lo hubiera soplado, y sus ojos eran de un azul brillante, llenos de una curiosidad contagiosa. Llevaba una chaqueta de cuero gastada y jeans, muy lejos de los típicos trajes de los historiadores.
Elara se acercó a su mesa. Leo levantó la vista, y sus ojos se posaron en ella. Elara notó la chispa de reconocimiento en ellos. "Eres la relojera de la torre", dijo. Su voz era grave y amistosa, con un acento que Elara no pudo identificar.
"Sí, soy Elara", respondió, sintiendo un leve sonrojo en sus mejillas. "Y tú eres Leo."
"El mismo", dijo, haciendo un gesto con la mano hacia la silla vacía frente a él. "Siéntate, por favor. He estado esperando la oportunidad de hablar contigo. La torre es... fascinante."
Elara tomó asiento, colocando su bolsa de lona sobre sus rodillas. "Lo es. Y se ha vuelto aún más fascinante de lo que pensaba."
Leo tomó un sorbo de café, su mirada fija en Elara. "El silencio de la campana ha causado un gran revuelo. Todo el pueblo está hablando de ello. Algunos incluso han sugerido que es una señal de que los tiempos están cambiando."
"Es más que eso", dijo Elara, inclinándose hacia adelante, su voz bajando a un susurro. "No es una simple falla. Es un... un eco del pasado."
La expresión de Leo cambió de la curiosidad a la intriga. Dejó su taza de café y le dio toda su atención. "¿Qué quieres decir?"
Elara tomó aire y, con mucho cuidado, comenzó a contarle sobre los grabados en la torre, la caja oculta y el diario de su bisabuelo, Silas Croft. Mientras hablaba, Leo no la interrumpió, sino que escuchó con una concentración total.
Cuando terminó, el silencio se apoderó de la mesa. Elara esperó su reacción, preparándose para el escepticismo o la burla. Pero Leo no hizo ninguna de esas cosas. En cambio, su rostro se iluminó con una emoción pura, como si un rompecabezas que había estado tratando de resolver de repente tuviera todas sus piezas.
"Los grabados... sabía que había algo más", dijo en voz baja. "He estado investigando los símbolos antiguos de esta región. Se parecen a los que se encuentran en viejos códices que describen la 'Armonía de la Tierra', un ritual musical que se creía que conectaba a una comunidad con el poder de la naturaleza. Era considerado una leyenda. Nunca pensé que habría una prueba de su existencia."
Elara sintió un alivio abrumador. Leo no pensaba que estaba loca. Él la creía. "Entonces, ¿crees el diario de mi bisabuelo?"
"No es cuestión de creer o no creer", dijo Leo, un brillo de emoción en sus ojos. "Es cuestión de seguir la evidencia. Y si el diario de tu bisabuelo y los grabados en la torre son lo que parecen, entonces estamos a punto de descubrir uno de los mayores secretos de la historia de esta región."
"Pero no es solo un secreto, Leo", dijo Elara, sus manos apretando el tejido de su bolsa de lona. "Es una amenaza. El diario dice que si la Armonía no se restaura, Oakhaven se marchitará. Y el alcalde quiere demoler la torre."
La sonrisa de Leo se desvaneció, reemplazada por una expresión seria. "Entonces, no hay tiempo que perder. Elara, déjame ver el diario. Tal vez los símbolos que encontraste en la torre no son solo una pista, sino un mapa. Si la 'Armonía' es real, y si es tan poderosa como se describe, podríamos estar tratando con algo más que una simple superstición."