El eco de las campanadas perdidas

Capítulo 4: La Sinfonía de los Elementos

El descubrimiento del silbato de la tierra fue el combustible que Elara y Leo necesitaban. La euforia los impulsaba, pero la urgencia del tiempo los acosaba. Tenían un instrumento, la primera nota de la sinfonía perdida, pero la melodía solo se completaría con los otros tres: el instrumento del agua, el del fuego y el del aire.

​De vuelta en el taller, con el silbato de la tierra en la mesa de trabajo, Elara y Leo se concentraron en el diario de Silas Croft. El bisabuelo había dejado más pistas, no solo los grabados en la torre, sino también una serie de acertijos que describían la ubicación de los otros instrumentos.

​"La voz del agua se esconde donde el río se besa con el sol de la mañana," leyó Leo, su voz baja y pensativa. "Silas no era un hombre de lógica, sino un poeta."

​"El río...", murmuró Elara. "Donde el río se besa con el sol de la mañana... eso tiene que ser la cascada, el lugar donde el río de Oakhaven forma un arco iris al amanecer."

​"Tiene sentido," dijo Leo, trazando una línea en el mapa. "Es un lugar de gran energía, donde el agua es pura y virgen."

​La siguiente mañana, antes del amanecer, Elara y Leo se dirigieron a la cascada. La niebla se levantaba del río, envolviendo el paisaje en un velo de misterio. El sonido del agua al caer era una melodía hipnótica, una canción de la naturaleza que había existido mucho antes de que Oakhaven fuera siquiera un sueño.

​Al llegar a la cascada, el sol se alzaba en el horizonte, pintando el cielo con tonos de rosa y naranja. Sus primeros rayos tocaron la cascada, creando un arco iris perfecto que se extendía sobre el agua. Elara y Leo se acercaron al arco iris, sintiendo una extraña vibración en el aire. En el centro del arco, flotando en el aire, había un pequeño instrumento, como una ocarina de cristal. Era el instrumento del agua.

​Elara extendió la mano y lo tomó. Al tocarlo, una ola de agua fría y refrescante la recorrió, y el sonido que emitió era como el murmullo de un arroyo, una melodía pura y clara.

​"Dos de cuatro," dijo Leo, con una sonrisa de victoria.

​Mientras tanto, en el pueblo, el alcalde Thorne, con un grupo de obreros, se encontraba en la base de la torre del reloj. Había conseguido la orden de demolición, y su plan era comenzar el trabajo de inmediato.

​"Vamos, muchachos, manos a la obra," dijo, su voz resonando en la plaza vacía. "No podemos esperar más. Oakhaven necesita progresar, no vivir en el pasado."

​Un obrero se detuvo. "Alcalde, ¿está seguro de esto? He oído historias sobre esta torre. Dicen que está maldita."

​"Tonterías," dijo Thorne. "Son solo supersticiones de viejas. Solo hay una maldición aquí, y es la maldición del pasado que nos impide avanzar. Demuelan esta cosa y empecemos a construir el futuro de Oakhaven."

​El alcalde estaba convencido de que la Armonía era un tesoro de oro y joyas, y que la única manera de encontrarlo era destruyendo la torre. Él no comprendía que la verdadera riqueza de Oakhaven no era material, sino espiritual.

​Mientras tanto, Elara y Leo se dirigieron al siguiente lugar en el mapa de Silas: "El corazón del fuego, donde el metal se funde y el espíritu se forja."

​Elara sabía de inmediato a qué lugar se refería. Era la antigua herrería de Oakhaven, un lugar que había sido abandonado hacía siglos, pero que aún se mantenía en pie como un monumento al trabajo duro y a la artesanía. La herrería se encontraba en un claro en el bosque, sus paredes de piedra cubiertas de musgo y sus techos de paja hundidos por el tiempo.

​Entraron en la herrería. El aire era pesado, con el olor a hollín y metal oxidado. El lugar estaba oscuro, y Elara encendió su linterna. El rayo de luz se posó en un yunque en el centro de la herrería. Sobre el yunque, brillando con un calor interior, había una pequeña campana de metal. Era el instrumento del fuego.

​Elara la tomó. Al tocarla, el calor la invadió, un calor que no quemaba, sino que la llenaba de energía. El sonido que emitió era un resonante y poderoso golpe, una nota de pura voluntad y poder.

​"Tres de cuatro," dijo Elara, con una sonrisa de triunfo.

​Ahora solo les quedaba un instrumento: el del aire. El acertijo de Silas Croft decía: "El suspiro del viento, donde la tierra se eleva y las estrellas se besan."

​Elara y Leo se miraron, y ambos sabían a qué lugar se refería. Era el punto más alto de la colina de Oakhaven, donde el viento soplaba con fuerza y las estrellas se veían más claras que en cualquier otro lugar.

​La noche cayó, y Elara y Leo subieron a la colina. El viento soplaba con furia, meciendo los árboles y susurrando secretos en sus oídos. Al llegar a la cima, el cielo se extendía sobre ellos, un vasto océano de estrellas. En el centro del círculo de piedras, un lugar que los fundadores de Oakhaven habían usado para la observación celestial, flotaba un pequeño instrumento, como un carillón de viento. Era el instrumento del aire.

​Elara lo tomó. El sonido que emitió era una melodía de ensueño, un suspiro de viento que parecía abrazarla. Con los cuatro instrumentos en sus manos, Elara y Leo sintieron que la sinfonía estaba completa. El tiempo se les acababa. La demolición de la torre estaba en marcha, y tenían que regresar y restaurar la Armonía.




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