El eco de las sombras

Capítulo 5: El velo de la confusión

La noche había caído nuevamente sobre Santa Lucía, y con ella, un silencio aún más profundo que el habitual. Marcos caminaba por las calles casi vacías, sintiendo cómo la oscuridad se cernía sobre él como una manta pesada. Desde su conversación con Álvaro y el encuentro con Sebastián, no había podido sacarse de la cabeza la sensación de que algo en él estaba cambiando. Era sutil, casi imperceptible, pero estaba ahí, creciendo como una sombra en su interior.

Cada paso que daba resonaba en las calles desiertas, acelerando el paso para huir de esa sensación de sentirse observado. Había empezado a notar pequeños detalles que antes no le habían llamado la atención: las mismas personas caminando por los mismos lugares a las mismas horas, los saludos que parecían ensayados y, lo más inquietante de todo, la falta de tiempo.

¿Cuánto tiempo llevaba realmente en Santa Lucía?

No lograba recordar con claridad cuántos días habían pasado desde su llegada. Los eventos se entrelazaban en su mente como fragmentos de un sueño, mezclando realidad y fantasía. Había intentado hacer una llamada a la ciudad esa tarde, pero su teléfono no tenía señal. Otra vez. Era como si el pueblo estuviera completamente desconectado del mundo exterior, aislado en una burbuja de tiempo y espacio, algo que era lo que buscaba, desconexión, pero ahora no le hacía sentir tranquilo.

Decidió regresar a la posada, buscando refugio en la seguridad de su habitación. Sin embargo, al llegar al umbral de la puerta, se dio cuenta de algo extraño: no recordaba haber salido. Se quedó inmóvil, observando la puerta entreabierta, mientras su mente intentaba atar cabos. Recordaba haberse sentado en su habitación unas horas antes, después de hablar con Álvaro... pero ¿cómo había terminado caminando por las calles?

La sensación de estar perdiendo el control de sus actos empezaba a darle pánico. ¿Qué le estaba pasando?

Entró rápidamente en la posada, subiendo las escaleras de dos en dos, con la esperanza de que su habitación le ofreciera algún tipo de respuesta. Pero al abrir la puerta, una nueva sorpresa lo esperaba. Sobre la cama, cuidadosamente doblada, había una túnica oscura que no recordaba haber visto antes. La túnica llevaba bordado el símbolo del ojo cerrado rodeado de espinas en el pecho.

Marcos se acercó lentamente, el corazón latiendo con fuerza en su pecho. Estiró la mano para tocar la tela, pero se detuvo en seco al escuchar un suave golpe en la puerta detrás de él.

—¿Marcos? —la voz de la mujer de la posada resonó desde el otro lado de la puerta—. Tenemos una pequeña reunión esta noche. Sería bueno que asistieras.

Marcos se quedó inmóvil, sin saber cómo responder. La túnica en la cama parecía una invitación que no había pedido, una que le ponía los pelos de punta.

—¿Marcos? —repitió la mujer con un tono más insistente—. El padre Sebastián estará allí. Es importante que vengas.

—Sí... ya voy —respondió finalmente, aunque su voz apenas sonaba.

El sonido de los pasos de la mujer alejándose resonó por el pasillo, dejando a Marcos solo una vez más. El peso de la situación lo abrumaba: la reunión nocturna, la túnica con el símbolo de la Orden, y la extraña sensación de pérdida de tiempo.

Todo indicaba que algo mucho más oscuro estaba en marcha, y que él formaba parte de ello, aunque no supiera cómo.

¿Asistir o huir?

Cuando finalmente decidió vestirse con la túnica, sintió cómo un nuevo escalofrío recorría su cuerpo. La prenda, aunque suave, parecía apretarse más de lo necesario, como si tratara de atraparlo. Al mirarse al espejo, no pudo evitar sentir que ya no era el mismo que había llegado a Santa Lucía. Algo en él estaba cambiando.

Siguió el camino hacia la iglesia, donde las luces de las velas iluminaban la plaza con una suavidad inquietante. Desde la distancia, pudo ver a otros habitantes del pueblo, todos vestidos con las mismas túnicas oscuras, caminando en la misma dirección. Era una procesión silenciosa, igual que la que había visto la primera noche desde su ventana.

Marcos avanzó con ellos, pero a cada paso sentía que su mente se disolvía un poco más en la niebla que envolvía todo el lugar. ¿Qué significaba todo esto? El pueblo, la Orden, las reuniones nocturnas... Era como si el velo entre la realidad y el sueño se estuviera desvaneciendo ante sus ojos.

Al llegar a la iglesia, las puertas estaban abiertas de par en par. Las velas parpadeaban dentro, proyectando sombras alargadas sobre las paredes de piedra. Entró junto con los demás, sintiendo la presión invisible de algo que lo rodeaba, empujándolo a avanzar. El interior de la iglesia estaba transformado: el altar principal había sido retirado, reemplazado por una mesa larga cubierta con un paño negro, y sobre ella, el símbolo del ojo cerrado rodeado de espinas grabado en piedra.

Sebastián estaba allí, de pie en el centro del altar improvisado, con las manos entrelazadas frente a él. Sus ojos recorrieron la sala, deteniéndose en cada uno de los asistentes, y finalmente se posaron en Marcos, haciéndolo sentir expuesto, como si todo lo que había vivido en las últimas semanas fuera parte de un plan mucho más grande.

—Esta noche es especial —comenzó Sebastián, su voz resonando en las paredes de la iglesia—. Esta noche damos la bienvenida a alguien que ha sido llamado por la Orden, alguien que ha llegado para encontrar su lugar entre nosotros.




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