Marcos despertó con un dolor punzante en la cabeza, como si algo en su interior se hubiera roto durante la noche. Abrió los ojos lentamente, pero le costó reconocer el lugar donde estaba. No era su habitación en la posada. Las paredes eran de piedra fría, y una ventana estrecha dejaba entrar un rayo de luz tenue que iluminaba apenas el suelo de madera.
¿Dónde estoy?
Se incorporó con esfuerzo, tratando de ubicar su entorno. La noche anterior había asistido a la reunión en la iglesia, eso lo recordaba bien. El murmullo de las voces, el símbolo del ojo cerrado rodeado de espinas grabado en piedra, las palabras de Sebastián resonando en sus oídos. Pero después de eso... todo era un vacío. Un hueco en su memoria que no lograba llenar.
Miró alrededor. Estaba solo en la habitación. No había muebles, salvo una silla junto a la ventana y una pequeña mesa con un cuenco de agua. El aire era frío, y la sensación de encierro era estremecedor.
Se levantó tambaleándose, y caminó hacia la puerta, que estaba ligeramente entreabierta. La empujó con cuidado, esperando que al otro lado encontrara alguna señal que lo guiara. El pasillo estaba vacío, pero a lo lejos pudo escuchar un murmullo, voces susurrantes que no lograba distinguir del todo. Un eco profundo que se desvanecía antes de ser completamente comprendido.
Marcos avanzó lentamente, su mente aún aturdida por el dolor. ¿Qué había pasado realmente durante la reunión? Cada paso que daba lo sumergía más en la confusión, como si el suelo bajo sus pies estuviera a punto de desvanecerse. A medida que caminaba, las paredes del pasillo parecían cerrarse sobre él, haciéndolo sentir atrapado, como si el espacio mismo conspirara para mantenerlo prisionero.
Finalmente, el pasillo lo llevó hasta una puerta de madera oscura, pesada y gastada por el tiempo. La empujó con fuerza y la puerta cedió, revelando la iglesia que ya conocía. Estaba vacía, pero el eco de las palabras de la noche anterior todavía resonaba en el aire. "Has sido elegido."
Marcos se detuvo en el centro de la iglesia, tratando de recordar más, pero solo obtenía fragmentos: la voz de Sebastián, las miradas fijas de los demás, y ese susurro incesante que no había dejado de escucharse desde que se había despertado.
—Marcos —una voz suave rompió el silencio.
Se giró bruscamente y vio a Sebastián de pie cerca del altar. Vestía la misma túnica negra que la noche anterior, pero esta vez su rostro parecía más sombrío, más enfocado.
—Has dado un paso importante —continuó Sebastián, avanzando lentamente hacia él—. A partir de ahora, entenderás más sobre la verdad de este lugar.
Marcos no podía apartar la vista de él. Era como si su presencia lo envolviera, atrapándolo en una red invisible de la que no podía escapar. Trató de hablar, de preguntar qué le estaba pasando, pero las palabras no salieron. Su garganta se cerró y el pánico comenzó a apoderarse de él.
—No luches contra ello —dijo Sebastián, como si pudiera leer sus pensamientos—. La resistencia solo te hará sufrir. Acepta el control, y verás que todo se aclarará.
¿El control?
Marcos retrocedió un paso, sentía el miedo creciendo en su interior. Las palabras de Sebastián lo envolvían como una sombra que se filtraba en su mente, pero no podía apartarlas. Era como si la voluntad de Sebastián ya estuviera dentro de él, moldeando sus pensamientos, sus emociones.
—¿Qué me habéis hecho? —logró preguntar finalmente, su voz débil, apenas un susurro.
Sebastián sonrió, pero no había calidez en su expresión.
—Te hemos mostrado el camino. Lo que ocurre después depende de ti. Pero has sido elegido, Marcos, y no puedes escapar de eso.
Marcos sintió que el suelo bajo sus pies comenzaba a desmoronarse. Quiso huir, pero sus piernas no respondían. Todo en su cuerpo parecía estar atrapado en una red invisible que lo mantenía quieto, bajo el control de Sebastián. La Orden del Alba Eterna lo había reclamado, y ahora sentía que no había escapatoria.
De repente, todo a su alrededor comenzó a desvanecerse. Las paredes de la iglesia se disolvían, y el eco de las palabras de Sebastián se hacía más y más lejano. La oscuridad se cernió sobre él, envolviéndolo por completo.
Despertó otra vez.
Esta vez en su habitación de la posada. El sol de la mañana se filtraba por las cortinas, y el sonido de la campanilla de la puerta resonaba en la distancia. ¿Había sido un sueño? Su corazón todavía palpitaba con fuerza en su pecho, y el sudor cubría su frente. Se sentó en la cama, intentando orientarse.
Las imágenes de la iglesia, de Sebastián, de la reunión, todo seguía ahí, pero se sentía difuso, como si no hubiera sido real. Sin embargo, la sensación de que algo dentro de él había cambiado era palpable.
Se levantó y caminó hacia el espejo. Su reflejo le devolvía una imagen que ya no reconocía del todo. Sus ojos, que antes brillaban con una chispa de curiosidad, ahora estaban apagados, vacíos. Algo lo estaba consumiendo, lenta e inexorablemente.
La campanilla de la puerta sonó nuevamente, y el eco de pasos en el pasillo lo sacó de sus pensamientos. Se acercó a la puerta de su habitación y la abrió. La mujer de la posada estaba allí, con su sonrisa habitual, pero esta vez sus ojos parecían más sombríos.
—El padre Sebastián ha pedido verte —dijo ella, con la misma amabilidad que siempre—. Es importante que hables con él.