La mañana se colaba a través de la ventana, iluminando la habitación de Marcos con una luz suave y engañosamente pacífica. Los eventos de la noche anterior lo habían dejado exhausto, y su mente estaba enredada en un laberinto de recuerdos fragmentados. Cada vez era más difícil separar el sueño de la realidad.
Sabía que tenía que hacer algo, averiguar qué estaba ocurriendo realmente en Santa Lucía. La certeza de que el pueblo guardaba un secreto oscuro crecía en su mente, y cada vez que pensaba en Sebastián y en su control sobre los habitantes, sentía una opresión en el pecho.
Después de vestirse rápidamente, decidió salir y explorar. Necesitaba respuestas, algo que lo ayudara a comprender la razón por la cual la Orden lo había atraído a ese lugar. Se dirigió a la biblioteca del pueblo, un edificio pequeño y apartado, con muros de piedra oscura que parecían resistir el paso del tiempo.
La biblioteca estaba vacía cuando entró, como si nadie en Santa Lucía tuviera interés en los libros que se apilaban en sus estantes polvorientos. El lugar tenía un aire antiguo, con estanterías de madera desgastadas y lámparas de aceite que lanzaban sombras irregulares en el suelo. Un silencio profundo y denso lo envolvía, un silencio que le daba la impresión de que estaba a punto de descubrir algo que no debía.
Avanzó hasta el mostrador, donde una mujer de cabello gris lo recibió con una mirada penetrante, aunque sin expresión alguna en el rostro.
—Buenos días —dijo Marcos, tratando de sonar casual—. Me preguntaba si podrían ayudarme a encontrar algo sobre la historia de Santa Lucía.
La mujer lo miró por un instante, evaluándolo en silencio antes de asentir lentamente.
—Los registros antiguos están en la sala de archivo —dijo, señalando una puerta al final del pasillo—. Puedo abrirla para usted.
Marcos asintió, sintiendo que algo en aquella respuesta parecía más una advertencia que una ayuda. La mujer avanzó por el pasillo, y Marcos la siguió, sus pasos resonando suavemente en el suelo de madera. Finalmente, ella abrió la puerta y señaló el interior de la sala, que estaba apenas iluminada por una lámpara.
—Ahí encontrará lo que busca —dijo ella, antes de alejarse sin otra palabra.
La sala de archivo era pequeña y estaba abarrotada de estanterías llenas de libros antiguos y documentos desordenados. El polvo cubría todo, y el aire estaba cargado de un olor a papel viejo y madera húmeda. Marcos se movió con cuidado entre los estantes, sintiendo que cada paso lo llevaba más profundamente en el misterio de Santa Lucía.
Después de un rato, encontró un libro grande y pesado, cubierto de cuero gastado. Al abrirlo, sus ojos se posaron en una página que contenía el símbolo del ojo cerrado rodeado de espinas. Un estremecimiento recorrió su cuerpo al verlo; era el mismo símbolo que había visto en la iglesia, y cada vez que lo miraba, sentía que una parte de él se estaba perdiendo.
"La Orden del Alba Eterna" —leyó en voz baja, susurrando el nombre como si pronunciarlo pudiera traer consecuencias.
El texto continuaba con detalles confusos y fragmentados sobre los orígenes de la Orden, describiéndola como una comunidad que, en sus inicios, había buscado un estado superior de "claridad" y "sabiduría" a través de rituales y prácticas antiguas. Sin embargo, a medida que leía, la narración se volvía cada vez más perturbadora: se mencionaban rituales oscuros, sacrificios y un poder extraño que la Orden creía poder canalizar en sí mismos y en sus seguidores.
Entonces, una frase captó su atención:
"Los elegidos serán llamados cuando su espíritu esté en la oscuridad, cuando su voluntad esté quebrada. Solo entonces, el Ojo podrá abrirse en ellos."
Sintió un escalofrío. La descripción le resultaba inquietantemente familiar, como si el texto estuviera hablando directamente de él. Desde la muerte de Julia, había sentido cómo su vida se desmoronaba, cómo su voluntad se debilitaba, y ahora, la idea de que había sido atraído aquí intencionalmente lo hacía sentir aún más atrapado.
Al pasar la página, una fotografía desgastada capturó su atención. Mostraba a un grupo de personas vestidas con túnicas oscuras, en un bosque. Todos miraban hacia la cámara con expresiones serias. Al observar con más detenimiento, su respiración se aceleró: en la esquina de la fotografía estaba Sebastián, su rostro intacto y reconocible, sin una señal de envejecimiento. La imagen parecía tener décadas, pero él estaba exactamente igual.
Marcos sintió un nudo en el estómago. ¿Cuánto tiempo llevaba Sebastián en Santa Lucía? ¿Era posible que nunca hubiera envejecido?
La idea de que Sebastián pudiera estar relacionado con algo sobrenatural lo horrorizó, pero también lo hizo comprender la magnitud de la influencia que la Orden tenía sobre el pueblo y sobre él mismo.
Cerró el libro de golpe, su mente estaba nublada por el terror y la confusión. Necesitaba salir de allí, respirar aire fresco. Se dirigió rápidamente hacia la salida, tratando de ignorar la sensación de que el símbolo del ojo cerrado lo seguía, como si hubiera dejado una marca en su mente.
Una vez fuera de la biblioteca, el aire frío le ayudó a recuperar la calma, pero el miedo no desaparecía. Tenía que salir de Santa Lucía. Ya no había duda en su mente: lo que estaba ocurriendo en ese pueblo era mucho más peligroso de lo que había imaginado. Sebastián y su Orden estaban jugando con su mente, y él sentía que cada día que pasaba era una batalla por conservar su propia voluntad.