El eco de las sombras

Capítulo 8: El precio de la libertad

La advertencia de Álvaro resonaba en la mente de Marcos como un eco persistente mientras caminaba de regreso a la posada. Un ritual peligroso, le había dicho, la única posibilidad de romper el vínculo que la Orden tenía sobre él. Pero con cada paso que daba, el miedo crecía en su interior. ¿Realmente estaba dispuesto a arriesgarlo todo?

Sin embargo, no tenía elección. La idea de quedarse atrapado en Santa Lucía, bajo la vigilancia constante de Sebastián y los demás, era peor que cualquier riesgo que pudiera enfrentar. Estaba dispuesto a arriesgar su vida con tal de recuperar su libertad, aunque la posibilidad de escapar se sintiera cada vez más remota.

Al entrar en la posada, trató de mantener la calma. Los habitantes lo observaban con más intensidad que nunca, y cada mirada le recordaba que ya no era un extraño en el pueblo, sino alguien que había sido elegido por la Orden. La mujer de la posada, con su sonrisa inquietante, lo observaba desde el mostrador, y aunque no decía nada, sus ojos parecían leer sus pensamientos.

—¿Necesita algo, señor? —preguntó, su voz demasiado dulce.

Marcos negó con la cabeza, tratando de aparentar normalidad.

—No, gracias —respondió con un leve temblor en la voz, y se apresuró a subir las escaleras.

Una vez en su habitación, cerró la puerta con llave y se dejó caer en la cama, respirando profundamente para calmar su agitación. Sabía que la Orden ejercía algún tipo de control mental sobre los habitantes del pueblo, y ahora comprendía que también estaba empezando a afectar su mente. Le resultaba cada vez más difícil pensar con claridad, y la sensación de perderse en sus propios pensamientos se volvía más frecuente.

Debía concentrarse. Álvaro le había hablado del ritual, pero había omitido los detalles, y Marcos sabía que necesitaría toda la información posible para poder intentarlo.

El ritual debía romper el vínculo de la Orden, pero ¿cómo? ¿Qué implicaba realmente

A la mañana siguiente, Marcos decidió buscar a Álvaro en secreto. No podía arriesgarse a levantar sospechas; necesitaba actuar con rapidez y discreción. Salió de la posada temprano, cuando la mayoría de los habitantes aún estaban en sus casas, y se dirigió a la pequeña casa de Álvaro, situada en un rincón apartado del pueblo.

Cuando llegó, golpeó suavemente la puerta. Pasaron varios segundos antes de que esta se abriera, y Álvaro lo recibió con una expresión de preocupación en el rostro.

—¿Estás seguro de que quieres hacerlo? —preguntó en voz baja, sin siquiera dejar que Marcos entrara.

Marcos asintió sin dudarlo.

Álvaro suspiró y lo hizo pasar, cerrando la puerta detrás de él. Lo condujo hacia una mesa llena de papeles viejos y objetos extraños, como velas, amuletos y frascos de líquido oscuro. Se sentaron frente a frente, y Álvaro comenzó a hablar en un susurro, como si temiera que las paredes pudieran oírlo.

—Este ritual... no es algo que se haya intentado muchas veces. La Orden... tiene un poder que va más allá de lo que imaginas, y este ritual es un acto de resistencia. —Álvaro hizo una pausa, como si eligiera con cuidado sus próximas palabras—. Es un desafío directo a Sebastián, y si lo descubre, no tendrás otra oportunidad de escapar.

Marcos sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, pero su determinación no flaqueó.

—Dime lo que tengo que hacer —dijo, con la voz firme.

Álvaro asintió y comenzó a explicarle el proceso paso a paso. Era un ritual que requería una serie de pasos complejos y precisos.

Una vez Álvaro le explicó todo el ritual, Marcos tragó saliva, asimilando cada palabra. Sabía que este ritual era su única esperanza, pero también comprendía que se adentraría en un peligro desconocido. La posibilidad de fallar y de quedar bajo el control absoluto de la Orden lo aterraba, pero no podía permitirse pensar en ello.

La advertencia de Álvaro resonaba en la mente de Marcos como un eco sombrío mientras se preparaba para el ritual. Sabía que la única salida de Santa Lucía era a través de esta prueba peligrosa. El ritual, según Álvaro, era conocido como La Prueba del Despertar y requería una fuerza mental extrema, pues todo lo que vería y sentiría podría ser real… o no.

Al entrar en la posada, Marcos intentó aparentar calma. La mujer en el mostrador lo observaba de manera extraña, como si percibiera su nerviosismo, aunque él evitó su mirada.

Subió a su habitación, cerró la puerta con llave y preparó los objetos que Álvaro le había dado. Su destino era un sitio aún más remoto: la cueva de San Miguel, un lugar que había escuchado mencionar en sus conversaciones con los habitantes, quienes decían que allí "las sombras revelaban la verdad".

Álvaro le había advertido que, al llegar, La Orden del Alba Eterna detectaría su presencia en la cueva, y el ritual sería un desafío directo al poder de Sebastián. Si sentía algo extraño o peligroso, debía resistir y continuar. El ritual era una combinación de resistencia mental y espiritual, y si fallaba en algún momento, la Orden tomaría el control completo de su mente.

Esa noche, cuando el reloj marcó las tres de la madrugada, Marcos se aventuró hacia la cueva con los objetos que necesitaba para el ritual. La prenda ritual, la piedra de cuarzo negro, y el símbolo de la Orden: el ojo cerrado rodeado de espinas. La luna brillaba tenue sobre el pueblo, y la silueta de la cueva se alzaba como una boca abierta en la ladera de la montaña.




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