El eco de las sombras

Capítulo 9: Bajo vigilancia

La luz del amanecer iluminaba tenuemente el cielo cuando Marcos salió de la cueva, tambaleándose. La experiencia del ritual lo había dejado exhausto, y sentía cada músculo de su cuerpo como si hubiera soportado una larga batalla. Había sobrevivido, pero en su interior sabía que el riesgo apenas comenzaba. La Orden no permitiría que escapara tan fácilmente, y él no tenía otra opción más que actuar con rapidez.

Apoyándose en un árbol, respiró hondo, tratando de calmar los latidos de su corazón. Una sensación de liberación lo inundaba: ya no sentía el peso opresivo de la mente de Sebastián sobre él. El dolor en sus pensamientos había desaparecido, y por primera vez desde que llegó a Santa Lucía, sentía que su voluntad le pertenecía completamente.

Sin embargo, en cuanto comenzó a caminar hacia el pueblo, la realidad se impuso. Había roto el vínculo con la Orden, sí, pero aún seguía en su territorio, y la presencia de Sebastián y los habitantes aún representaba una amenaza constante. Sabía que, en cuanto notaran su intento de fuga, La Orden haría lo imposible por detenerlo.

La distancia hasta la posada se le hizo eterna. La vista del pueblo parecía diferente ahora, más amenazante; cada rincón, cada callejuela, le devolvía una atmósfera opresiva que antes había pasado desapercibida. A medida que avanzaba, notaba cómo algunos habitantes lo observaban desde las ventanas, sus rostros impasibles, sus miradas duras. Parecía que lo estuvieran esperando.

Finalmente llegó a la posada, y la campanilla sobre la puerta tintineó al entrar, rompiendo el silencio de forma estridente. La mujer del mostrador lo recibió con su sonrisa habitual, pero esta vez su mirada le pareció más penetrante, casi inquisitiva, como si tratara de descifrar lo que había cambiado en él.

—Buenos días, señor —dijo, con la voz melosa de siempre, aunque Marcos detectó un tono de suspicacia en ella—. Anoche no lo vi en la posada. ¿Pasó la noche en otro sitio?

Marcos reprimió el escalofrío que le provocaba la mujer y forzó una sonrisa neutral.

—Sí, quise… conocer mejor los alrededores —respondió, tratando de sonar despreocupado.

La mujer asintió lentamente, pero no apartó la mirada de él, y por un momento, Marcos sintió que aquella sonrisa escondía algo más. ¿Sospechaba algo? Sabía que debía actuar como si nada hubiera cambiado, o la Orden podría descubrir su plan antes de que tuviera tiempo de escapar.

—Espero que haya disfrutado de la noche —murmuró ella finalmente, con una sonrisa forzada—. El padre Sebastián nos recordó esta mañana que nuestra comunidad siempre da la bienvenida a aquellos que buscan la verdad.

Marcos tragó saliva, sintiendo la amenaza implícita en sus palabras. Era claro que Sebastián ya sospechaba algo y que el tiempo se agotaba. Subió las escaleras rápidamente, y al llegar a su habitación, comenzó a guardar sus cosas con manos temblorosas. Sabía que no podía permanecer en Santa Lucía ni una noche más.

Apenas una hora después, salió de la posada y se dirigió a la plaza principal, donde había visto un pequeño autobús abandonado que solía usarse para llevar a algunos habitantes a pueblos cercanos. Sin embargo, al llegar allí, su corazón se hundió. No estaba solo. Tres hombres del pueblo, todos vestidos con la misma ropa oscura lo esperaban junto al autobús, observándolo con la misma expresión inexpresiva y vigilante.

Se detuvo sopesando sus opciones. Sabía que no podía arriesgarse a ser confrontado por ellos; sin embargo, en ese momento, uno de los hombres dio un paso adelante.

—¿Buscas algo, Marcos? —preguntó, con una voz tan fría que le heló la sangre.

Marcos sintió que no podía hablar. Su mente buscaba una excusa, algo que lo ayudara a salir de esa situación sin levantar sospechas. Finalmente, forzó una sonrisa.

—Solo quería echar un vistazo al autobús. He estado pensando en conocer los alrededores, y me pareció buena idea preguntar si estaba disponible.

El hombre asintió, sin apartar la vista de él, y por un momento, Marcos sintió que aquellos ojos oscuros podían ver a través de él.

—El autobús está fuera de servicio —respondió el hombre—. Pero si quieres conocer los alrededores, seguro que Sebastián estará encantado de acompañarte.

Marcos sintió cómo la ira y la desesperación crecían en su interior. Sabía que lo estaban acorralando, que cada intento de escapar lo llevaría de regreso a las garras de la Orden. Sin otra opción, se despidió con un gesto y se retiró rápidamente, sintiendo cómo el peso de sus miradas lo seguía mientras se alejaba de la plaza.

De vuelta en su habitación, su mente estaba al borde del colapso. La desesperación se apoderaba de él, pero trató de aferrarse a una última chispa de determinación. No podía rendirse. La única alternativa ahora era intentar cruzar el bosque por su cuenta, aunque sabía que sería un viaje arduo y peligroso. El bosque se extendía por kilómetros, y sus caminos eran desconocidos para él, pero en este momento, prefería arriesgarse a la soledad del bosque que enfrentarse a Sebastián y la Orden nuevamente.

Marcos comenzó a trazar un plan. Al anochecer, aprovecharía la oscuridad para salir de la posada sin que nadie lo notara, y se dirigiría directamente al bosque. Sabía que el viaje sería largo y agotador, pero no tenía opción. Esta era su última oportunidad.

Conforme pasaban las horas, Marcos sintió la tensión aumentar en cada rincón de la posada. Cada habitante que cruzaba parecía observarlo con una intensidad sospechosa, y por momentos tenía la impresión de que sus pensamientos estaban siendo escuchados. El control de la Orden seguía latente, y cada mirada, cada susurro, le recordaba que estaban vigilándolo, esperando cualquier paso en falso.




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