El eco de las sombras

Capítulo 11: El santuario olvidado

La claridad de la mañana llenaba el cielo, tiñéndolo de tonos dorados y anaranjados. Marcos avanzaba con paso firme, aunque cada vez que cerraba los ojos, el símbolo del ojo cerrado rodeado de espinas aparecía en su mente como una sombra persistente. Sentía que La Orden del Alba Eterna había dejado una huella imborrable en él. Sabía que escapar completamente sería imposible sin desenterrar los misterios que rodeaban a Sebastián y a la Orden.

A medida que avanzaba, el bosque comenzaba a aclararse, y en la distancia divisó una montaña. Recordó vagamente algo que había leído en los archivos en Santa Lucía sobre un santuario en las montañas. Álvaro había mencionado una antigua creencia de los fundadores de Santa Lucía: el santuario había sido un lugar de renacimiento y liberación para aquellos que se enfrentaban a la Orden, un sitio sagrado antes de que Sebastián y sus seguidores se instalaran en el pueblo.

“Si hay algo que pueda romper definitivamente el vínculo, quizás esté allí,” pensó, sintiendo una chispa de esperanza en su interior.

Con esta determinación, decidió dirigirse hacia el santuario, aunque la caminata hacia la cima de la montaña se sentía ardua y el aire se volvía más frío a medida que ascendía. Cada paso lo acercaba a algo más oscuro y antiguo que la propia Orden, algo que lo inquietaba y lo atraía en igual medida.

La noche comenzaba a caer cuando finalmente alcanzó la entrada del santuario. Lo primero que vio fue una estructura de piedra, una puerta arqueada en ruinas, cubierta de musgo y enredaderas. Encima de la puerta, había un símbolo grabado en la roca, diferente del de la Orden: un círculo rodeado de ondas, como un ojo abierto entrelazado con ramas, como si observase desde la eternidad. El símbolo parecía vibrar débilmente bajo la luz de la luna.

Marcos cruzó la entrada y se encontró en un pasillo de piedra que descendía hacia las entrañas de la montaña. El silencio era total, y solo se escuchaba el eco de sus pasos. A medida que avanzaba, sentía que el aire se volvía más espeso, cargado con una energía antigua que parecía observarlo desde las paredes.

Finalmente, el pasillo lo condujo a una cámara circular. En el centro, había un altar de piedra sobre el cual descansaba una pequeña urna tallada con símbolos extraños y antiguos. Alrededor del altar, había marcas en el suelo, como si alguien hubiera realizado ceremonias allí hace mucho tiempo.

Marcos se acercó al altar, y, al observar la urna, sintió una fuerza desconocida que lo invitaba a abrirla. Sin embargo, una advertencia en su mente le decía que tuviera cuidado, que cualquier paso en falso en ese lugar podría desencadenar consecuencias impredecibles.

Respirando hondo, levantó la tapa de la urna. En su interior, encontró un amuleto hecho de metal oscuro, grabado con el símbolo del ojo abierto. La piedra central del amuleto parecía pulsar con una luz suave, y al mirarla, una calma profunda lo invadió.

En ese momento, escuchó una voz, distinta a la de Sebastián, pero igual de penetrante, proveniente de alguna parte de la cámara.

—Marcos… este lugar tiene un precio. Si quieres liberarte de la Orden, deberás enfrentarte al sacrificio definitivo.

La voz era suave, casi maternal, y le recordaba algo que no podía identificar. Una sensación de paz lo invadió, mezclada con un miedo latente. Se preguntaba si estaba enfrentándose a algo más poderoso que la Orden misma.

—¿Quién eres? —preguntó en un susurro.

La voz continuó, ignorando su pregunta.

—La Orden del Alba Eterna tomó algo tuyo, algo que debes recuperar si quieres ser libre. Pero el camino hacia la libertad exige que liberes la parte de ti que la Orden ha corrompido.

—¿Qué debo hacer? —preguntó, sintiendo el peso de las palabras como una sentencia.

La urna en sus manos comenzó a vibrar, y la piedra en el amuleto pareció iluminarse. Sintió una presión en la mente, como si la conexión de la Orden intentara aferrarse nuevamente a él. La voz le explicó que el amuleto debía ser activado con un sacrificio de sangre en el altar, un acto que haría arder la parte de su mente donde la Orden había plantado su influencia, pero que también pondría en riesgo su vida.

Este sacrificio era el único camino para liberarse.

Marcos miró el amuleto, sus pensamientos confusos y su corazón acelerado. Sabía que cualquier error en este lugar podría ser su fin. Sin embargo, el miedo a quedar atrapado bajo el control de la Orden era aún mayor. Tomó la piedra afilada de su mochila y, con un gesto decidido, hizo un corte en la palma de su mano, dejando que la sangre cayera sobre el amuleto y el altar.

En el momento en que la primera gota tocó el amuleto, una luz cegadora llenó la cámara. Marcos cerró los ojos, sintiendo una ráfaga de dolor y energía recorrer su cuerpo, como si su mente y su espíritu fueran arrancados de un lugar oscuro y profundo. Vio, en un instante, imágenes de Santa Lucía, de los rituales, de Sebastián y los miembros de la Orden, y de sí mismo, atrapado en aquel pueblo. Era como si todo lo que había vivido allí se hubiera grabado en su alma.

El dolor se hizo más intenso, y las voces de la Orden empezaron a gritar en su mente, como si intentaran detener el proceso. Pero Marcos no se dejó vencer; se aferró a la visión de una vida libre, a la imagen de sí mismo escapando del dominio de la Orden.

Entonces, todo se oscureció.




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