CAPÍTULO 9
Nadia.
Si corro hacia esa dirección, ambos sujetos me van a acorralar en un callejón sin salida. Mis tacones los acabo de dejar una cuadra atrás, por lo que mis pies están cortados por las piedras del suelo. Mi vida puede depender de esto.
No mires atrás. No mires atrás.
Sigo corriendo hasta llegar a una tienda de dulces. El dueño, que me conoce, me mira con desaprobación lo que es suficiente señal para irme, acá no van a ayudarme. Escucho los pasos de quienes me persiguen a lo lejos, si no estoy muy desubicada, he llegado a una gasolinera.
Mi respiración se corta, me cuesta tomar aire y mis pies ya no pueden más, espero que en este lugar me puedan ayudar. Al parecer no hay nadie, lo que me esperaba, es media noche.
—¿Hay alguien? —pregunto al acercarme a la casita dónde se supone debe estar el encargado, pero no hay nadie. Elijo esconderme aquí, lo malo es que no puedo esconderme para siempre, no se cansarán hasta encontrarme. Después de todo, casi mato a su amigo.
Me tomo un momento para respirar bien, definitivamente, en esta casita estaba descansando alguien y lo más probable es que no tarde en regresar.
Escucho que alguien llega corriendo, me encojo más en dónde estoy escondida y trato de no prestar atención, como si tuviera la habilidad de desaparecer por arte de magia. Pienso en todo lo que pasó para llegar a estar escondida en un lugar así, primero, un tipo nada simpático se fue debiéndome quinientos después de haber pasado con él toda la noche, yo estaba en el baño cuando salí y ya no lo encontré, pregunté en la recepción del hotel y al parecer había dicho que si yo me aparecía no me dieran ninguna información de él. Segundo, después de haber desperdiciado toda una noche, tenía que recuperar ese dinero y estuve trabajando todo el día. Ya en la noche, me encontré con ese tipo de nuevo, le cobré y lo bueno es que sí me pagó, lo malo, me regresé al cuarto dónde vivo y me encontré con Yerson, el hijo de la señora que me lo alquila. Como siempre, empezó a molestarme, pero esta vez se quiso sobrepasar y no me quedó más remedio que golpearlo hasta tirarlo al suelo y aplastarle las pelotas con una piedra.
¿Me arrepiento? Claro que no, nadie se arrepiente de hacerle eso a un maldito cerdo.
Fue justo en ese momento, en el que aparecieron sus amigos y me empezaron a golpear, hasta que logré escapar y acá me encuentro. Esta no ha sido mi semana, de eso no tengo dudas. No tengo ni siquiera para pagar el alquiler, aunque después de esto, no creo que sea necesario hacerlo. La señora ya debió tirar mis cosas a la calle y llamar a la policía.
—-Sé que estás aquí. —Una voz me hiela la sangre. Levanto la vista para encontrarme con la mirada de uno de ellos, me dedica una sonrisa antes de agarrarme por el cuello y sacarme de la casita—. La encontré —le dice a su amigo.
Ambos desprenden ira de sus ojos al verme. Mientras uno me sostiene por el cabello, el otro me propicia golpes en el estómago y en el rostro. No me quejo, solo dejo que sigan, no tengo fuerza. El dolor ya ni siquiera se siente, logro toser de vez en cuando y ellos no dejan de gritarme lo que soy, una “puta”. Después, el que tiene mi cabello, me suelta y yo caigo al suelo, me encojo ahí. Ya sé lo que sigue después, lo único que me queda es cerrar los ojos y dejar que lo hagan.
El que me estaba golpeando, hace que extienda mis brazos al suelo. No me resisto, dejo que me bese el cuello y meta su mano por todo mi pecho. Llevo un vestido muy corto, lo que hace más fácil que me toque todo lo que quiera.
Lágrimas escapan de mis ojos, no es la primera vez que me pasa, el asco que siento por las personas cada vez aumenta más. Cierro mis ojos y trato de aguantar las lágrimas, eso solo hace que quieran hacerlo más y más..
—¿Te pareció divertido lo que hiciste? —dice al lado de mi oído—. Te mostraré algo más divertido.
Me arranca el vestido y quedo en ropa interior. Mis brazos están lastimados por raspaduras, me empiezan a arder y no puedo hacer nada para calmarlo.
—¡EY! ¡EY! —La voz de alguien resuena por toda la gasolinera, en mi interior ruego que sea el encargado o alguien que está pasando por aquí.
Mis cabeza está un poco ida, no reacciono cuando alguien me levanta en sus brazos y me mete a un auto. Ni siquiera cuando me pregunta qué es lo que pasó, tampoco cuando mencionó el llevarme al hospital, no quiero nada de eso, mi cabeza logra pensar en si los sujetos que estaban a punto de violarme van a querer vengarse. ¿Esta persona los golpeó? ¿Cómo logró sacarme de ahí? No lo sé, las lágrimas ya no luchan por salir de mis ojos, solo ruedan por mis mejillas mientras veo que este hombre me cubre con algo, su chaqueta lo más probable.
—Oye, en serio, di algo.
No digo nada.
—El hospital está muy lejos —dice alguien más, mi cuerpo tiembla al saber que hay otro hombre en el carro. ¿Taxista? Tal vez.
—Trata de llegar lo más rápido que puedas, por favor —le pide de manera suplicante.
—Claro.
—¿Por qué…? —esta vez me pregunta a mí, no lo miro, abrazo mis piernas y no hablo durante todo el trayecto.
No quiero ir al hospital, solo me juzgarán. No quiero. Tengo que decirle.