En Thalassara, los siglos habían bordado una ilusión de paz. El Círculo de la Cuna, fundado por magos y hechiceras que tejían diplomacia con hilos de runas antiguas, vigilaba el equilibrio desde su bastión en las Montañas Susurrantes. Allí, bajo una cúpula de cristal líquido que reflejaba las constelaciones, gobernaba Eldrion, El Maestro elemental. Joven en apariencia, pero con ojos que guardaban mil tormentas, sus manos manipulaban el fuego, el agua, la tierra y el aire como un director de orquesta guiando sinfonías cósmicas. Su mayor secreto yace en las Cámaras del Olvido, donde sellos ancestrales contenían entidades como Korvathar, cuyo aliento agrietaba los muros de realidad cada luna nueva.
Pero la armonía era un espejismo. En las profundidades marinas, los reinos de Korvak y Kalysta alzaban tridentes de nácar contra la ambición terrestre. Lyrin Voss, el Rey Dragón de escamas doradas y voz de trueno, había convertido puertos en fortalezas, talando bosques de algas luminiscentes para erigir torres de piedra volcánica. La Ciudad de Aqualis, otrora un crisol de culturas donde sirenas comerciaban joyas de burbujas eternas con chamanes terrestres, ahora hervía en rumores. En sus muelles, barcos con velas de medusa bioluminiscente descargaban armaduras forjadas con escamas de krakens, mientras espías con branquias camufladas escuchaban conversaciones entre los puestos de especias estelares.
Fue en una playa maldita, donde la arena negra absorbía la luz como un agujero hacia el vacío, que Elyra, la Doncella del Hielo, emergió como un fantasma invernal. Ella caminaba con la gracia de un glaciar deslizándose hacia el mar. Su belleza era un arma silenciosa: cabellos blancos como el último aliento del invierno, piel que brillaba con el fulgor de una luna enferma. Cuando extendía las manos, el mundo se detenía. El aire se cristalizaba, y hasta las olas se congelaban en arcos de escarcha. Aquel día, su caminata la llevó hasta un grupo de niños atrapados en una roca por una marea traicionera.
—¡Agárrense! —Su voz, un viento polar, cortó el pánico. De sus palmas brotó un puente de hielo vivo, serpenteante y frágil como un sueño. Los niños cruzaron, sus risas temblorosas se mezclaban con el crujido del hielo al desmoronarse.
Al quedarse sola, Elyra notó las conchas muertas. Eran ojos ciegos que miraban al cielo, vacíos de la luz estelar que antes guardaban. Al tocar una, sintió un vacío que no pertenecía a este mundo.
—No es el mar el que se rebela… es algo que lo está devorando desde dentro —susurró, sintiendo el vacío en el alma de la concha.
Mientras tanto, en el Palacio de las Lágrimas Eternas, un castillo de coral negro esculpido por lamentos de ballenas agonizantes, la Reina Kalysta entonaba un Canto de los Abismos. Frente a ella, Zha’thik, el devorador de las profundidades, cuyos tentáculos sostenían se extendían ampliamente, retorcía sus ventosas en angustia. Kalysta, con su cola de zafiro líquido y armadura de espinas de anguila eléctrica, notó que las notas del canto se quebraban al llegar a los oídos de la bestia, la conexión entre ellos se debilitaba.
—No responde como antes —dijo, mientras un enjambre de peces-esqueleto nadaba en círculos sobre su cabeza, señal de mala fortuna.
Korvak irrumpió entonces, su tridente Ruptor de Mares desgarraron cortinas de algas como si fueran telarañas. Su cuerpo, una sinfonía de músculos acuáticos, destellaba con la bioluminiscencia de las fosas abisales. Era rápido, sí, pero ahora su velocidad parecía desesperada:
—Los terrestres cavan trincheras en los arrecifes sagrados. Sus máquinas succionan el alma del agua… y hay algo más —su voz resonó como un golpe bajo el hielo—. Las Sombras Sin Rostro merodean cerca de las Grieta de Thalassara.
Kalysta entrecerró los ojos, cuyas pupilas eran perlas negras rodeadas de verde fosforescente:
—Elyra de los Hielos sospecha. Si ella intercede…
—Los terrestres nunca escucharán a una hechicera —cortó Korvak, clavando el tridente en el suelo—. Preparémonos para lo inevitable.
Bajo el manto de la noche, La Perla Quebrada se mecía sobre olas de tensión. La taberna, construida con madera de naufragios y vigas de coral fosilizado, crujía como una bestia vieja bajo el peso de sus ocupantes. Kaelgor Stoneshaper, líder de los centauros, alzó su jarra de hidromiel. Sus piernas, columnas de músculo y piedra, hundían cascos en el suelo con cada paso, dejando grietas que susurraban caos. Su rugido resonó más que el choque de las olas:
—¡Los de las profundidades nos roban el agua de los manantiales! —rugió, señalando hacia el horizonte con un dedo acusador. Sus ojos dorados brillaban con furia contenida, y las cicatrices que surcaban su torso desnudo parecían vibrar con cada palabra—. ¡No permitiremos que nuestras tierras mueran de sed!
Un murmullo recorrió la sala como una marea venenosa. Los presentes intercambiaron miradas: algunos asintieron con furia, otros bajaron la cabeza, temiendo que las palabras de Kaelgor fueran chispas en un barril de pólvora. Fue entonces cuando Korvak emergió del océano, su silueta estaba recortada contra la luna como una tormenta dada forma. Su armadura de escamas iridiscentes goteaba veneno marino, y el tridente que empuñaba lanzaba destellos eléctricos que hendían la oscuridad.
—¿Robar? —respondió Korvak con una calma helada, su voz resonaba como el eco de una ola rompiendo contra rocas—
—¡Cada gota que toman es sangre de nuestras raíces! —rugió Kaelgor, y al decir raíces, un surco se abrió en el suelo, revelando tuberías de cristal donde fluía agua teñida de rojo óxido—. ¡Miren! ¡Hasta la savia de los Árboles se marchita!
Korvak clavó su tridente, y un remolino de agua salada envolvió a Kaelgor. En el aire, burbujas holográficas mostraron corales mutilados por taladros terrestres y mantarrayas agonizantes con púas de hierro clavadas en sus cuerpos.
—Vuestras raíces —replicó con voz de marea baja— perforaron el útero de los Arrecifes Cantores. ¿Oís cómo gimen? —Hizo un gesto, y el sonido de un coral quebrándose resonó en todos los cráneos presentes, humano y acuático por igual—. Cada grieta en su canto es un latido menos para Thalassara.
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Editado: 11.05.2025