El amanecer en El Dosel Sombrío era una mentira elegante: la luz se filtraba entre las hojas carnívoras como si temiera tocar el suelo. Namarie, la Arquera Nocturna, una arquera neutral que amaba y vivía en el bosque, se fundía con las sombras, su silueta era apenas una mancha de tinta entre las ramas de los Árboles Susurrantes, cuyas bocas ocultas babeaban néctar venenoso. Sus flechas negras, talladas en ébano lunar, brillaban con un veneno que no mataba… sino que vacilaba, dejando a las víctimas en un limbo entre la vida y la consciencia.
—Tres intrusos al este… dos al norte —calculó, ajustando su arco Susurro de Medianoche, cuyas curvas habían sido talladas con lágrimas de lobo estelar. Pero antes de disparar, una ráfaga de viento cortó el aire como cuchillo en seda.
Aerthys, la Flecha del Viento, descendió como un remolino. Sus botas de cuero musgoso no dejaban huellas, y su cabello teñido de polen dorado brillaba como un halo y una sonrisa que desafiaba la solemnidad del bosque.
—¿Qué haces aquí, cazadora? —rio, jugueteando con una flecha de aire comprimido que zumbaba como abejas furiosas—. ¿Acaso los fantasmas diurnos te dan ventaja?
Namarie no se inmutó. Y su arco, crujió al tensarse.
—Lo mismo que tú —respondió, apuntando a una figura entre los arbustos—. Vigilar. Aunque algunos… —desapareció en la sombra de un árbol carnívoro— …prefieren hacerlo sin ser vistas.
—Aburrida. ¿Qué tal un juego? —Lanzó su flecha, partiendo una hoja venenosa en dos
—. A ver quién derriba más sombras… antes de que el sol las borre.
Namarie aceptó sin palabras. Disparó tres flechas en sucesión rápida: la primera, imbuida de energía de drenaje, hizo que un intruso cayera de rodillas, jadeante; la segunda, una punta de sombra pura, silenció los pasos de otro; la tercera… erró deliberadamente, clavándose en una rama sobre Aerthys.
—Te tembló el pulso —burló la Flecha del Viento, creando un torbellino que desvió una roca lanzada por un enemigo oculto.
—No —corrigió Namarie, señalando la flecha fallida. De su impacto brotó una enredadera de espinas que inmovilizó a un tercer intruso—. Solo uso herramientas distintas.
El bosque, como cómplice, susurró su aprobación. Las raíces se retorcieron para ocultar los cuerpos noqueados, y por un instante, el Dosel Sombrío pareció… sonreír.
—¿Vas a decirle a Eryndor? —preguntó Aerthys, caminando sobre el aire como si fueran peldaños invisibles.
—Él ya sabe —respondió Namarie, limpiando su arco con un paño impregnado de aceite de estrellas—. El bosque le susurra cada herida… y cada triunfo.
Ambas arqueras se miraron, una envuelta en misterio, la otra en luz dorada y sonrieron.
Pero antes de que continuaran, el horizonte ardió. Aqualis, el puerto de velas luminiscentes, se consumía en llamas. Una ola gigante, teñida de azul oscuro, rugía como un dragón enfurecido.
Aqualis, el puerto próspero que alguna vez había sido un símbolo de comercio y cooperación, ahora se alzaba como un campo de batalla. Las olas, teñidas de un azul oscuro casi negro, golpeaban los muelles con una ferocidad inusitada. Los barcos con velas de algodón luminiscente ardían como antorchas, enviando columnas de humo hacia el cielo.
—¡Retiren sus máquinas del Abismo, o hundiremos cada puerto! —gritó Korvak, mientras su tridente relampagueaba con poder e invocaba un tsunami que parecía tocar el cielo. Pero antes de que pudieran aplastar a los defensores terrestres, Pyralis, la Sacerdotisa del Fuego, levantó un muro de llamas sagradas que brillaban como un sol en miniatura. El choque entre el agua y el fuego creó una nube de vapor tan densa que incluso los magos más poderosos tuvieron dificultades para ver a través de ella.
En medio del caos, Elyra, la Doncella de Hielo, corría descalza por los muelles, sus manos irradiaban un aura glacial que congelaba todo a su paso. Tras ella, civiles se aferraban a su estela glacial como polillas a una antorcha.
En la Playa de los Suspiros Perdidos, Kaidos cortaba redes de algas venenosas con su espada Susurro de Eclipse, intercambiando una mirada con Kalysta antes de que ésta se sumergiera, dejando burbujas que gritaban profecías en código morse acuático.
Por otro lado, de la playa, los centauros, liderados por Kaelgor, desplegaron ballestas gigantes que lanzaban proyectiles de lava solidificada. Los oceánicos respondieron con Korvathys, quien absorbió la energía de tres máquinas, convirtiéndolas en polvo, y un ejército de tritones montando tiburones blindados con coral afilado. En la confusión, Talis Voss, el inventor, fue engullido por una ola dentada. Su hermano Lyrin rugió, sus escamas de dragón brillaban con furia ancestral, mientras juró venganza en lengua de truenos.
Mientras tanto, Nerissa, una sirena estratega oceánica, lideró un ataque coordinado de crustáceos blindados. Sus movimientos eran precisos y calculados, pero su destino estaba sellado cuando Kaelgor la enfrentó directamente. Con un golpe demoledor de su martillo de obsidiana, Kaelgor aplastó a Nerissa, recogiendo su concha de batalla como trofeo antes de retirarse.
De la niebla de vapor, Zha’thik, el Devorador de las Profundidades, emergió con toda su majestuosidad destructiva. Sus tentáculos, gruesos como torres y cubiertos de ventosas dentadas, emergieron como serpientes de una pesadilla antigua, arrastrando tres embarcaciones terrestres hacia el abismo. Los cascos de los barcos crujieron como cáscaras de huevo, y los gritos de los marineros se ahogaron en gargantas de sal y miedo.
Sus tentáculos derribaron acantilados enteros, sepultando a cientos de soldados terrestres. Elyra, la Doncella de Hielo, saltó desde una plataforma de hielo suspendida, congelando un tentáculo en pleno movimiento. Pero Zha’thik se regeneró al instante, la carne nueva brotando como hongos venenosos contraatacó con un cañón de agua a presión que Elyra intentó congelar, pero el chorro era demasiado rápido, demasiado frío incluso para ella quien no pudo congelarlo a tiempo recibiendo un impacto directo que la lanzó contra los acantilados de la costa dejándola gravemente herida frente a la mirada atónita de su hermana Pyralis.
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Editado: 27.06.2025