El Eco de los Dioses Caídos

CAPITULO IX: La Sombra De La Traición

En el Palacio de Coral Negro, donde las paredes respiraban con el ritmo de las mareas muertas, Korvak enfrentó a Kalysta frente a un mosaico de perlas ensangrentadas. Las gemas acuáticas mostraban a Zha’thik siendo sepultado por lava, cada perla un fotograma de su agonía cósmica.

—¿Cómo osaste manchar tus aletas con fuego terrestre para matar a un dios ancestral? —rugió Korvak, señalando la imagen del coloso caído. Su tridente vibraba con furia contenida, enviando ondas eléctricas que hacían temblar las columnas de coral—. ¿Perdiste el respeto por nuestros dioses? ¿Acaso no sabes las consecuencias que eso nos traerá?

Kalysta lo miró, sorprendida. No sabía que Zha’thik era uno de los dioses antiguos. Levantó sus espadas, Sirenis y Marengo, dibujando un círculo de luz en el agua que chisporroteó como estrellas moribundas.

—Te di la victoria que tu orgullo no pudo conseguir —replicó, con una voz cortante como una corriente abisal—. ¿O prefieres que los de tierra firme nos beban hasta el alma, como hidromiel barato?

El silencio fue cortado por un sirviente tembloroso: Lyrin Voss solicitaba un encuentro secreto. Korvak partió sin mirar atrás, ignorando la mirada de Kalysta, cuyos ojos brillaron con un fulgor abisal, como si ocultaran un plan más oscuro.

En su partida del palacio, se dirigió hacia la Cripta de los Suspiros, donde los cadáveres de soldados flotaban como estrellas pálidas, allí entonó un canto hipnótico. Su voz se filtró en la mente de Korvathys, el Devorador de Poderes, como un parásito insidiosola

—Encuentra al terrestre… —susurró ella, mientras algas carnívoras se enroscaban en su cuello—. Y haz que su muerte grite traición.

Korvathys, con los ojos nublados como pozos de tinta, asintió. Su espada, Voracidad, chupó un fragmento de energía residual del aire, anticipando la matanza.

Esa noche, en el Puente de las Algas Traicioneras, Lyrin Voss aguardó con una armadura despojada de insignias. Lo que creyó un emisario de paz fue en realidad un remolino de dientes y oscuridad. Korvathys emergió como torpedo de carne corrupta.

La pelea fue breve pero brutal. Lyrin luchó con la ferocidad de un dragón herido, pero Korvathys lo superó. Con un rugido ahogado, absorbió la energía vital de Lyrin antes de arrojar su cuerpo al abismo, dejando solo un rastro de sangre que se diluyó en las mareas.

Cuando Korvak llegó al lugar del encuentro, encontró solo silencio y oscuridad. Después de una larga espera, regresó al palacio, ignorando el destino que ya se había sellado.

Al amanecer, Kaidos halló el cadáver en una playa donde las olas lamían la arena como perros culpables. Las heridas de Lyrin —marcas de ventosas dentadas y quemaduras de energía caótica— no coincidían con armas conocidas. Decidió llevarlo a las Montañas Elementales, pero a mitad del camino, Elyra lo interceptó.

—Quería paz —murmuró la Doncella de Hielo, congelando una lágrima en su mejilla—. Y lo mataron por tallarla en un mundo de dagas.

En las profundidades, el Consejo Oceánico acusó a Korvak tras encontrar en el cuerpo de Lyrin marcas del arma de Korvathys, su guerrero de confianza. Los terrestres exigieron su cabeza, pero Eldrion irrumpió con una visión proyectada en humo de incienso estelar:

En la cripta, Kalysta manipulaba a Korvathys, sus palabras goteando veneno en su mente. "Hazlos creer que fue el Consejo..."

Kalysta, al verse descubierta, huyó a las Fosas del Olvido , seguida por el rugido de Korvak.

—¡Jamás volverás a gobernar estas aguas! Te daré muerte si regresas —fueron sus últimas palabras, resonando como un trueno subterráneo.

Llegado la noche, en una cueva donde el agua olía a metal oxidado, Kalysta se durmió abrazando la escama de Zha’thik incrustada en su brazo. Soñó que el dios antiguo no estaba muerto: sus tentáculos eran ríos de tinta que navegaban por sus venas, mostrándole un segundo núcleo bajo el volcán.

—Me liberaste del fuego… —rugió Zha’thik en su mente, mientras el agua alrededor hervía sin calor—. Ahora yo te liberaré de la carne.

Al despertar, la escama había germinado. Raíces negras trepaban por su brazo, y el agua se teñía de rojo dondequiera que miraba.




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