Mientras los terrestres se preparaban para una nueva guerra, Eryndor y Kralkor se reunieron en el Abismo de Coral, donde grietas sangraban un líquido negro viscoso que devoraba la piedra como si fuera carne. Con raíces vivas y rocas parlantes, sellaron grietas por donde fluía la sustancia antimagia, viscosa y voraz.
—No es oscuridad —murmuró Eryndor, viendo cómo el líquido devoraba una roca hasta dejar solo un hueco con bordes perfectos—. Es el vacío que aprende a fingir.
Kralkor, cuyas manos de granito temblaron por primera vez en siglos, apretó un puño hasta hacer brotar diamantes de su palma:
—Si el núcleo cae… ni la memoria de Thalassara sobrevivirá. Esto debe unirnos… o seremos polvo en el viento de algún dios burlón.
Horas después, contactaron a Eldrion, quien convocó al Círculo de la Cuna en una reunión urgente. En la cámara volcánica, bajo un techo que brillaba con runas flotantes, discutieron posibles soluciones.
—Debemos realizar un ritual de purificación en cinco puntos clave del planeta —propuso Eldrion, proyectando un mapa holográfico que mostraba las ubicaciones—. Dos de ellos están en el océano.
—Hablaré con los terrestres —rugió Kralkor, su voz hizo temblar los cristales de las lámparas.
—Y yo navegaré las corrientes del rencor oceánico —susurró Eryndor, mientras enredaderas florecían en su cabello.
Pasadas las horas, en las profundidades, Korvak lideró la purificación en el Coliseo de las Medusas Fantasmas, donde esqueletos de barcos colgaban como móviles fúnebres. Delegó a un súbdito —un tritón joven con branquias marcadas por cicatrices— para buscar a Kalysta. Pero el mensajero, al ver el abismo en sus ojos, optó por unirse al ritual del segundo punto oceánico, donde sirenas ancianas entonaban cánticos con voces de ballena agonizante.
Por su parte, En el Bosque de los Susurros Ahogados, Eryndor dirigió el ritual junto a Namarie, Aerthys y Nyxoria. Las flechas de la arquera nocturna clavaron runas en árboles centinelas, mientras los vientos de Aerthys tejían un coro de hojas y suspiros. Nyxoria, en las sombras, selló grietas con dagas de obsidiana que absorbían el líquido negro como esponjas.
—No es magia lo que hacemos —advirtió Eryndor, sintiendo cómo las raíces le mordían los tobillos—. Es una transfusión de alma planetaria.
En otro punto, Kralkor, reducido temporalmente a tamaño humano, aplastó minerales corruptos hasta convertirlos en polvo estelar. Junto a él, Aetherion y Karkoth trabajaron en silencio, sus manos moviéndose como si tejieran una red invisible.
Finalmente, en el corazón del Abismo de Coral, ahora un cráter marcado por cicatrices de guerra, los líderes terrestres se reunieron. Eldrion, el Maestro Elemental, trazó runas complejas con savia de árboles milenarios. Sus manos se movían como si tejieran una tela invisible, mientras el aire vibraba con energía ancestral.
En el centro del ritual, Korvak y Garrick, el nuevo líder terrestre, vertieron agua sagrada y lava volcánica en un cuenco de obsidiana. Al mezclarse, los elementos crearon un líquido brillante que parecía contener el núcleo mismo de Thalassara.
En sincronía, Elyra congeló grietas en tundras lejanas, Pyralis quemó corrupción en desiertos de sal, y Aethoniel proyectó runas lunares que cosían el cielo.
—Esta guerra no fue nuestra —musitó Eryndor, mientras unía los elementos con hilos de raíz dorada—. Pero la próxima… será el fin de los bandos.
El ritual funcionó. Un pulso áureo emergió del cráter, onda expansiva que limpió el líquido negro y cerró grietas con costuras de luz. Por un instante, Thalassara fue un organismo vivo otra vez: los océanos exhalaron espuma de plata, los bosques susurraron en coro, y las montañas cantaron en frecuencias que sólo Kralkor entendió. El gozo fue unánime.
Mientras tanto, en las Fosas del Olvido, Kalysta encontró a Zha’thik encadenado por corales de lava. Sus tentáculos mutilados colgaban como telarañas rotas, y sus ojos —antiguos faros de ambición— eran pozos de ceniza.
Kalysta, en lugar de usar su canto hipnótico para controlarlo, entonó una nana abisal, una melodía antigua que las sirenas usaban para calmar a sus crías. Su voz era suave pero cargada de emoción, y poco a poco, los gruñidos de Zha’thik comenzaron a mezclarse con la canción. El monstruo se estremeció, y por primera vez, su furia dio paso a algo parecido a la calma.
—Eres un dios antiguo —susurró Kalysta, tocando una escama sana en su costado—. Pero viviste como un prisionero... como yo.
Un tentáculo se enroscó en su cintura, no con fuerza, sino con la delicadeza de un pulpo guardián. Juntos descendieron hacia el segundo núcleo —una esfera de cristal puro latiendo bajo el volcán—, mientras en la superficie, el mensajero de Korvak y las sirenas completaban el ritual oceánico con lágrimas de gratitud.
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Editado: 27.06.2025