El Eco de los Dioses Caídos

CAPITULO XII: El Festival De La Paz

Días después, Aqualis respiraba música. La ciudad, reconstruida con corales bioluminiscentes y puentes de madera flotante que cantaban con cada paso, se había convertido en un caleidoscopio de risas y colores. Era el primer festival de paz, una celebración que parecía tejida con hilos de esperanza y alegría. Elyra, con su cabello blanco adornado de carámbanos irisados, esculpía figuras de hielo que brillaban como constelaciones efímeras. Los niños, terrestres y oceánicos, las derribaban a patadas entre gritos de júbilo, mientras Pyralis observaba desde las sombras, sus llamas contenidas en faroles de cristal que proyectaban danzas de luz en las paredes.

—¡Más rápido, anciano! —gritó un aprendiz a Kaidos, quien esgrimía una espada de bambú con elegancia letal. El vagabundo, con una sonrisa tan rara como genuina, desviaba hechizos de agua convertidos en pompas de jabón por Aerthys.

—Así no se hace —corrigió Kaidos, y con un giro, partió un hechizo de fuego en dos chispas inofensivas que se posaron como mariposas en los hombros del joven—. La espada no corta magia… la redirige.

En el centro de la plaza, Korvathys acompañado por Aetherion asaban peces gigantes con llamas sagradas que teñían el aire de olor a salvia quemada. Namarie, apostada en un tejado, lanzó una flecha que atravesó tres peces al mismo tiempo.

—¡Quémalos más, no los bendigas! —bromeó Namarie, haciendo reír incluso a los tritones más serios.

La alegría en el festival era palpable, como si el aire mismo vibrara con vida. Los centauros, liderados por Kaelgor (cuya crin ahora lucía trenzas decoradas con perlas abisales), danzaban en círculos hipnóticos, aunque no bailaban tanto por la paz, sino porque uno de los suyos, Garrick , ahora lideraba las fuerzas terrestres, reemplazando al antiguo rey dragón.. Sus cascos golpeaban el suelo en ritmos que competían con los tambores de medusas eléctricas, mientras los magos del Círculo de la Cuna lanzaban "fuegos artificiales líquidos": explosiones de energía que florecían en el cielo como dalias cósmicas antes de disolverse en lluvia de polvo estelar.

Entre la multitud, Kaelos — con sus espadas gemelas envainadas en cuero de kraken— observaba con una tensa calma. Las cicatrices en su rostro brillaban bajo la luz de los faroles, pero por primera vez en décadas, sus ojos no ardían de odio hacia los magos. A él no le gustaba pelear guerras que no sean contra los magos, pues su clan que comenzaba a formarse, fue destruido por magos rebeldes y aunque normalmente no se le suele ver por la ciudad, acudió al festival de la paz invitado por Kaidos, su más grande amigo quien también compartía un pasado trágico.

En las profundidades, Kalysta y Zha’thik danzaban un vals abisal. El dios antiguo, cuyos tentáculos ahora brillaban con cicatrices de nácar, levantaba columnas de arena que la sirena moldeaba en estatuas de héroes olvidados. Cuando una morena curiosa se acercó, Zha’thik le ofreció un collar de burbujas eternas con un gruñido que sonó casi… amable.

Cuando llegó la medianoche, los habitantes de Aqualis comenzaron a tocar instrumentos musicales. Namarie sacó a bailar a Aetherion , quien intentaba resistirse con torpeza.

—No seas tímido y concédeme el primer baile de esta noche —dijo ella, guiñando un ojo, además. —¡Un dios del fuego que no baila es como un sol sin calor! —gritó ella, haciéndolo girar hasta que sus llamas sagradas dibujaron espirales en el aire.

Los centauros, siempre competitivos, dejaron sus jarras de hidromiel para unirse a la danza. Borrachos de hidromiel y libertad, inventaron una danza que combinaba patadas altas y giros imposibles.

—Vaya, que dejen las bebidas es algo nuevo para mí —comentó Aerthys, quien nunca una espectadora, arrastró a Korvak hacia la pista de baile.

Por otro lado, Pyralis, quien prefería la soledad, se retiró hacia el bosque.

Mientras tanto, Elyra, en cambio, eligió a Eryndor como pareja. El espíritu del bosque, cuyos pies germinaban flores con cada paso, la guio en una coreografía donde el hielo y las enredaderas se entrelazaban en esculturas vivas. Por un instante, hasta las estrellas parecieron aplaudir.

Cuando Kalysta emergió de las profundidades, fue recibida por Eldrion, quien le comunicó que su vida ya no corría peligro. También la felicitó por haber ayudado a Zha’thik a encontrar la calma, pues él había visto todo desde la distancia, dicho esto, la invitó a bailar.

—Cuidado, te hipnotiza con su canto —bromeó Namarie cuando pasó por su lado bailando, mientras Eldrion y Kalysta se dirigieron a la pista de baile.

—Prefiero el peligro al aburrimiento —respondió el mago, haciendo girar a la sirena hasta que su cola roció al público con gotas de agua que se convirtieron en jazmines al tocar el suelo.

Cuando las sirenas llegaron, el festival encontró su alma. Sus cantos, tejidos con armonías que los humanos jamás podrían replicar, hicieron que hasta Kaelos soltara una carcajada al ver a Aethoniel enseñándole a bailar un vals lunar.

—La luz y la oscuridad —murmuró la Guardiana Lunar, guiándolo con pasos que dejaban estelas de polvo de estrellas—. Son solo dos notas del mismo acorde.

Nyxoria, en un raro momento de vulnerabilidad, dejó que Kaidos la guiara en un baile donde sus dagas Éter brillaban como compañeras de fiesta.

—cuidado te asesina con la mirada le dijo Aerthys a Kaidos, riéndose cuando pasó bailando por su lado.

—Ahora entiendo porque tú y Namarie son inseparables respondió Kaidos sonriendo y luego dirigió su mirada hacia Nyxoria.

—Si me apuñalas, avísame primero —bromeó él, esquivando una pirueta mortal con elegancia de espadachín.

—Don’t flatter yourself —respondió ella, aunque su sonrisa duró más de lo habitual.

Horas después, Namarie y Aerthys, sentadas bajo un dosel de luces, compartían una jarra de hidromiel ya un poco borrachas.

—El océano tendrá a Kalysta como la más bella y tierna —dijo Namarie, riendo—, pero nosotros tenemos a Elyra. Así que ganamos.




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